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    Nelson Avdalov y su vida dedicada al arte, la fotografía y el poder del pescado

    Del Dibujazo a Angola: el artista viajó por varios países con proyectos para la alimentación

    Su primer encuentro con el arte fue a raíz de una pérdida. Cuando Nelson Avdalov (Montevideo, 1950) era un niño falleció su padre, que era un artista aficionado y había dejado algunas pinturas y una caja con óleos. El segundo encuentro le llegó cuando visitó una exposición de Paul Klee en Montevideo. “En ese momento pensé: ‘Yo puedo hacer eso’. Era muy chico todavía”, dice ahora al recordar aquella ingenuidad a Búsqueda en su apartamento de Pocitos. Ingenuo o no, en ese momento empezó su trayectoria artística, que no fue con la pintura sino con el dibujo. En el semanario Marcha que compraba su madre, le gustaba mirar los trabajos de Mingo Ferreira, dibujante e ilustrador al que admiraba y que hoy es su amigo.

    En ese momento Avdalov no sabía que su vida iba a tomar varios rumbos, ni que iba a tener un apartamento atiborrado de obras. Un camino fue el del arte, por el que participó en varias exposiciones colectivas e individuales desde fines de los 60; otro fue la profesión veterinaria de la que derivó su trabajo relacionado con el pescado como fuente de alimentación, que lo llevó a viajar por varios países.

    En aquel origen como dibujante, hubo un primer contacto que le abrió las puertas en los círculos de arte. Una de sus tías tenía una tienda y era auspiciante en el programa Domingos continuados que conducía en Canal 10 Cristina Morán. Esa tía vio algo valioso en los dibujos de su sobrino y decidió mostrárselos a María Luisa Torrens, una reconocida crítica de arte que tenía un espacio en el programa. “Nunca lo había visto porque en mi casa no había televisión. Entonces me sorprendió cuando María Luisa me llamó para hacerme un reportaje. Quedé deslumbrado, me sentía Picasso y Dalí juntos”. En ese momento, Avdalov tenía 16 años y Torrens le consiguió un lugar en una exposición colectiva en el Subte. Era 1967 y la puerta se había abierto.

    En los años 60 y comienzos de los 70 se había desarrollado un movimiento conocido como El Dibujazo, así bautizado por Torrens, que tenía al dibujo como protagonista. Lo integraban mayormente dibujantes jóvenes sin una formación artística, pero que transmitían con sus trazos lo que estaba pasando en la calle, cada vez más convulsionada por las reivindicaciones sociales, los enfrentamientos políticos y la radicalización que desembocó en la dictadura militar. En ese movimiento participó el joven Avdalov. “Comienzo promisorio”, había sido el título de una crítica de Torrens en El País en la que analizaba sus obras y que él conserva en un cuaderno junto a todas las que fueron saliendo en distintos años y medios de prensa.

    También Avdalov comenzó a trabajar en algunos semanarios como dibujante, al tiempo que iba exponiendo en salas y centros culturales de Montevideo y Buenos Aires. El otro pilar en su trayectoria fue el marchand Enrique Gómez, que tenía la Galería U y la Galería Palacio Salvo, en el hall del edificio donde también había un teatro. “Fue un gran promotor del arte, un hombre muy generoso, con el que exponían artistas como Nelson Ramos o José Gamarra. Con él hice 12 o 13 exposiciones”, recuerda Avdalov. Antes de la pandemia Gómez le había comprado algunas de sus obras digitales para hacer una exposición en España. Pero lamentablemente falleció en febrero de 2019.

    Nunca fue a un taller ni estudió con ningún maestro. “Está bien esa frase que dice que el arte no se copia, sino que se roba”, dice, y se ríe. Fue autodidacta y aprendió de los libros de artista, leyendo sobre sus trabajos y procesos creativos. Por presión de su madre, que al quedarse viuda consiguió un trabajo como vendedora de tienda, tuvo que elegir una carrera, posiblemente porque ella sentía que el arte no era una fuente de ingresos. Entonces se anotó en Veterinaria y en paralelo continuó exponiendo. “Descubrí una veta. Como era buen dibujante, en lugar de escribir en los exámenes, hacía dibujos de anatomía”. En la biblioteca de su apartamento tiene libros variados. De allí toma uno de anatomía y lo abre. “Son dibujos maravillosos, son obras de arte”.

    La censura y después los viajes

    Como estudiante, entró en la Cátedra de Tecnología de Productos de la Pesca, que dirigía Víctor Bertullo. Él lo recomendó para un llamado honorario en el Instituto de Investigaciones Pesqueras, que necesitaba formar estudiantes en el área. En ese momento, había comenzado el desarrollo pesquero en el país. A los pocos meses de ingresar, fue el golpe de Estado, y Avdalov, que no era militante, sufrió una censura que lo alejaría del arte, por lo menos de las exposiciones. Lo habían marcado con la categoría B, donde iban a parar los que eran sospechosos y que en general se quedaban sin trabajo. “Fui a una oficina de Inteligencia y Enlace con una carta del capitán Ulises Walter Pérez, que dirigía el Instituto Nacional de Pesca, que no me había sacado a las patadas como solían hacer a los que tenían una B. Me mostraron un recorte del diario donde decía que con otros artistas habíamos sido seleccionados para ir a la Bienal de San Pablo. Ese era el antecedente negativo. El arte se me vino a los pies y no pude exponer durante la dictadura”.

    En ese momento, se metió de lleno en la profesión, lo que significó continuar con sus investigaciones en torno a la pesca y la alimentación. Trabajó en un organismo internacional, Infopesca, y para las Naciones Unidas con proyectos de alimentación infantil con los que viajó a Angola, Mozambique, el Caribe, la Amazonia, entre otros lugares. En total estuvo casi 30 años viajando, con idas y vueltas a Uruguay.

    En Angola estuvo varias veces por períodos cortos. Lo ayudó saber portugués para presentarse a un llamado en el área de la pesca y la alimentación. No muchos querían ir a ese país cuyo territorio estaba plagado de minas por la guerra. “Una vez íbamos por el desierto de Namib en auto y le pedí al conductor que parara porque quería orinar. Caminé hacia un árbol y sentí los gritos del chofer que me decía que estaba todo el terreno minado. Tuve que caminar marcha atrás. Me pegué el susto de mi vida”, recuerda. Pero en Angola hizo muchas amistades y sacó fotos hermosas. Porque Avdalov también es fotógrafo.

    Después la FAO lo contrató como consultor internacional para trabajar en alimentación escolar también en Honduras y Perú. En 2017, el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca e Infopesca sacaron un libro para niños con dibujos digitales de Avdalov en los que enseña los tipos de peces, su anatomía y los recursos pesqueros. Ese mismo material se adaptó a otros países en los que estuvo.

    De Angola se trajo unas telas muy coloridas que usan las mujeres como una especie de faja. Atados a sus espaldas, llevan a sus bebés. “Tenía el concepto de que el arte en África eran solo las máscaras, que también las hay, pero estas telas son hermosas y todas distintas. Tengo como 10”, explica. De Honduras se trajo fotos de los garífunas, una etnia que desciende del encuentro de esclavos africanos y nativos del Caribe. Avdalov trabajó con esas comunidades, que también son pesqueras.

    Fotos que inspiran

    Una vocación diferente apareció cuando trabajó un año en el Hospital de Reumatología como fotógrafo. Les sacaba fotos a los muertos. Suena tenebroso, pero desde ese momento la fotografía entró en su vida, y también en su pintura, que empezó a desarrollar cuando fue consultor y pudo pagarse el material. Sus obras están en el living y en el cuarto de su apartamento, y también en su casa de Santa Lucía del Este.

    Ha trabajado algo en óleo, pero principalmente en sus obras usa lápices de fibra fina y acrílico. “Creo que no me influenció mucho ningún artista. Busqué siempre hacer lo mío”, dice. Una foto que lo inspiró por su técnica fue una de las más emblemáticas del Che Guevara, la que está en todas las camisetas y lo muestra serio mirando a lo lejos. Esa foto “quemada”, con un alto contraste del blanco y negro le dio ideas para sus propias obras a partir de fotografías. Con esa técnica usó algunas de su familia.

    Avdalov abre una de sus varias carpetas donde guarda sus obras. Allí conviven las más recientes, que son trabajos digitales, con las más antiguas de distintas técnicas. Muchas son en blanco y negro, algunas muestran seres sin rostro y son muy inquietantes, otras tienen sus ojos tapados o los cuerpos cubiertos. Hay alusiones a la represión que sufrió como artista, posiblemente a la represión en general. Durante la pandemia, que pasó solo en su casa de la playa, se dedicó a su arte y pintó figuras más torturadas. En una de ellas hay un hombre tirado en un sillón, con la cara hacia el respaldo. Es uno de sus autorretratos.

    Con una cámara de rollo, sacó en sus viajes tantas fotografías que no podría contarlas. A esas se suman las que tomó en Montevideo. Algunas están colgadas en uno de sus cuartos, y en particular hay una que llama la atención por su belleza y al mismo tiempo tristeza. La tomó en el río Amazonas y muestra un baño precario encima de una balsa que va por el río. En su interior, una niña mira por una ventanita como si estuviera paseando en una lancha.

    Una de sus pinturas, tal vez de las más atractivas, surgió de una foto que sacó en Perú a hombres que iban en una procesión llevando la imagen de la Virgen. En realidad su foto apuntó a los pies, modelos para una de sus pinturas que después recreó con variantes. Una de ellas (ver foto) tiene un gran movimiento con la inclinación hacia un costado y el vuelo de los pilots que llevan los hombres. Es un acrílico de dos colores, aunque con una cantidad de matices. También tiene pinturas que se acercan a su experiencia en lo gráfico, como la que muestra a dos hombres de traje. Fue inspirada en una foto de los años 40 y uno de los hombres es su tío. La pintura parece un verdadero afiche de película de cine negro.

    Su profesión veterinaria también se cuela en sus obras de grafo fino. Y son algo surrealistas. Hay peces con patas de pato, sapos con espinas que llevan la misterios sigla CCCP (URSS en ruso) o aves atrapadas en un revoltijo de telas o de plantas.

    El apellido Avdalov tiene origen búlgaro porque en Bulgaria nació su abuelo. De Ucrania era su abuela, que llegó de niña a Argentina escapando de la guerra con Chechenia. Allí se conoció la pareja, que tuvo cuatro hijos. “Cuando mi abuela se enteró de que había servicio militar en Argentina pensó que iban a mandar a sus hijos a la guerra, como había pasado con sus hermanos adolescentes en Ucrania. Entonces los mandó solos a Uruguay. Mi padre, que era menor de edad, se perdió en la Ciudad Vieja y lo recogió una familia de negros. Estuvo con ellos unas semanas hasta que se juntó con sus hermanos. Por eso mi padre salió tamborilero a muerte. Iba todas las Navidades a pasar con su familia negra. Era un judío negro que tocaba el tamboril. Pintaba unas caras de negros impresionantes”, cuenta Avdalov sobre sus orígenes.

    Esa herencia no solo le llegó a él, que también ha fotografiado el Carnaval, sino a su hija, que baila en una comparsa y salió en las Llamadas con su marido, que toca el tamboril. Así las generaciones se fueron hilvanando.

    Una de las últimas muestras de Avdalov fue hace unos años en Ushuaia. Ahora quisiera encontrar un lugar donde volver a exponer su obra, que sigue creciendo por los rincones de su casa.

    Vida Cultural
    2024-02-22T00:06:00