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Los temas siguen siendo los mismos. No hace falta nombrarlos. Algunos dicen que los griegos agotaron todos los recursos, el alfa y omega; otros que Shakespeare, con la constelación de contradicciones y pasiones que pueblan sus relatos, inventó al ser humano. La guerra ha sido y seguirá siendo uno de esos grandes asuntos. Estamos frente a frente con un criminal de guerra recluido en una casa. Es el responsable de cientos de muertes. Miles, quizá. No sabemos exactamente cuántas. Ha sido benévolamente condenado a unos pocos años de destierro en un país lejano, con una tobillera. En la ventana de su casa vemos nieve. No hacen falta más datos. Primero una voz, después una presencia. Después los espectros bailando a su derredor. La confusión dura unos pocos instantes. Está claro: los muertos han venido por lo suyo, a recuperar su historia negada. No descansarán en paz hasta no tener una tumba y una lápida.
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Nada que no se haya escrito antes. Desde Antígona en adelante es uno de esos asuntos recurrentes. La clave, como siempre, no es el qué sino el cómo. Y por eso estamos hablando de Labio de liebre. Por su original tour de force para llevar al escenario un asunto tan universal y tan vigente, allí donde hay muertos escondidos, más allá de su color, raza, origen, casta o clase social. Los fantasmas invaden la mente de Salvador Castello (de los mejores trabajos de Luis Martínez en su carrera) y lo atormentan sin descanso para lograr su cometido. Tan simple y directo como eso.
El dramaturgo colombiano Fabio Rubiano, un hombre que acostumbra escribir sobre las cosas que pasan en su país, habla en Labio de liebre del actual período de la posguerrilla colombiana y refleja algunos de los dilemas y desafíos que enfrenta una sociedad que ha padecido una guerra, en este caso interna. Trasciende las complejidades de un conflicto que se extendió por más de 50 años y que no tuvo dos bandos claros sino tres y hasta cuatro ejércitos formales y clandestinos. Va a la célula básica de la tragedia que se perpetúa. El crimen que se sigue cometiendo cada día, cuando una madre no tiene dónde llevar un ramo de flores para llorar a su hijo porque hay alguien que decide que eso no se sepa. Y lo interesante es que aquí el humor es más protagonista que nunca.
Como si fuera un capítulo de Droopy, y gracias a un inteligente dispositivo escénico, nuestros simpáticos fantasmitas entran y salen de escena, aparecen desde abajo de una mesa o detrás de un sillón sin que se vea cómo. Se trata de una madre (gran trabajo, como siempre, de Andrea Davidovics) y sus tres hijos (Leandro Núñez, Stefanie Neukirch y Fernando Vannet) que han muerto como daños colaterales, un mal menor en la estrategia de liquidar todo lo vinculado al enemigo. Uno de ellos tiene labio leporino, circunstancia anecdótica que da nombre a la obra. Por otra parte, una periodista (Jimena Pérez) que también ha muerto por orden del protagonista, irrumpe una y otra vez para entrevistarlo; una insistente movilera que no lo deja en paz ni cuando está en el baño.
El texto de Rubiano desborda inteligencia, especialmente por su capacidad para evitar obviedades, y por la poesía visual que generan las imágenes que propone y las incontables ironías y contrastes entre lo que reclaman estos pobres diablos y su actitud amable, su afición por la música y el baile. Así, la reflexión sobre la delgada línea entre la venganza y el perdón, y la decisión sobre qué es lo que realmente está pasando, queda a cargo del espectador.
La puesta en escena de Lucio Hernández saca el máximo provecho de estas virtudes, se nutre con las excelentes actuaciones y hace gala de una gran belleza plástica. Dirige muy poco, pero siempre acierta: su debut con Variaciones Meyerhold, del argentino Eduardo Pavlovsky, fue un capolavoro de Jorge Bolani. Y en 2017 volvió con otra obra maestra: Tom Pain, con Rogelio Gracia, elegida como Mejor obra extranjera en los Premios Teatro del Mundo de Buenos Aires. Labio de liebre, una de las más de 20 obras que ha escrito Rubiano, fue estrenada en 2015 en Bogotá y aclamada en las grandes capitales europeas. Y está entre lo mejor de la Comedia Nacional en los últimos tiempos.
Labio de liebre, de Fabio Rubiano, por la Comedia Nacional. Dirección: Lucio Hernández. Escenografía: Gustavo Petkoff. Iluminación: Ivanna Domínguez. Vestuario: Mariana Pereira. Teatro Solís (Z. Muniz). Viernes y sábado, 21.30; domingo, 19.30. Duración: 75 minutos. Entradas: $ 190 (Tickantel).