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    One of us: documental sobre el judaísmo ortodoxo y quienes lo abandonan

    Viven en pleno Brooklyn, pero se mantienen prácticamente igual que sus ancestros de la Europa del Este del siglo XVIII. Parece exagerado, pero no lo es, porque los judíos jasídicos integran una comunidad cerrada, ultraortodoxa, que ha podido conservarse incambiada por su interpretación estricta de la Torá y de sus reglas religiosas.

    La vestimenta siempre oscura los distingue. Ellos usan largos sobretodos que acompañan con gorros enormes de piel o sombreros de los que sobresalen sus patillas de tirabuzones. Ellas visten largas faldas, se rapan el cabello, usan peluca y pañuelos a modo de cofia. Se muestran siempre modestas y caminan unos pasos más atrás que los hombres.

    “El jasidismo tiene que ver con hacer algo en forma repetitiva”, dice un rabino en el documental One of us (2017), que puede verse en Netflix. El religioso está hablando con Ari, un muchacho que abandonó al grupo jasídico antes de que lo obligaran a casarse, algo que ocurre a los 18 o 19 años. “Para mí no funcionó”, responde el joven. “Está bien, pero ha funcionado durante miles de años”, le retruca el rabino.

    Dirigido por Heidi Ewing y Rachel Grady, One of us sigue a tres miembros de la comunidad jasídica de Brooklyn, Nueva York, que decidieron abandonar a los suyos para vivir en el mundo secular. Ari es uno de ellos. Él estaba desesperado y lleno de dudas y de ansias de libertad. Se miraba al espejo y no se reconocía. “No quería vivir una mentira”, dice frente a la cámara al recordarse poco tiempo atrás, cuando usaba bucles y vestía de negro. También recuerda la primera vez que usó Internet, que está prohibido entre los jasídicos, aunque ya se ha infiltrado como un peligroso enemigo.

    “Internet amenaza nuestra existencia como el pueblo de Dios. He visto a niños de 11 años con Iphones, Ipods y Blackberry. ¿Qué nos está pasando?”, se preguntaba con enojo en 2012 un líder jasídico ante su público, que llenó un estadio de béisbol en Queens. En una de sus gradas estaba Ari, que en ese momento aún era un niño. “Sabía lo que era Internet, pero nunca la había usado. Cuando encontré Wikipedia fui la persona más feliz. Wikipedia fue un regalo de Dios”, dice cinco años después, cuando perdió amigos, padres y familiares por apartarse de la “nación jasídica”.

    Quienes toman esta decisión saben que pagan un alto precio y tienen que armarse de mucha fuerza de voluntad y audacia para integrarse en un mundo desconocido. No están preparados para ningún trabajo, nunca escucharon música ni leyeron libros que no tuvieran que ver con su religión, ni fueron al cine ni tuvieron una computadora. Los jasídicos se ayudan mucho entre sí, tienen salud y educación aseguradas y no les falta nada porque siempre habrá alguien que les tienda una mano. Pero si se separan del grupo, quedan a la intemperie. Es entendible que menos del 2% abandone esta comunidad, que en Nueva York es de unos 300.000 integrantes.

    Las directoras de One of us estuvieron tres años filmando a los protagonistas para mostrar su vida como exjasídicos. Diez años atrás habían hecho otro documental, Jesus Camp (nominado al Oscar 2017), sobre un campamento neopentecostal en Dakota del Norte que sometía a los niños a programas de instrucción evangélica para que desarrollaran sus dotes proféticas y se convirtieran en soldados de Dios. Nuevamente atraídas por los grupos religiosos, para One of us las realizadoras contactaron a la fundación Footsteps, que ayuda a quienes decidieron abandonar la comunidad jasídica.

    Hasta ese grupo llegó Etty, otra de las protagonistas del documental. Hábilmente, las realizadoras la van mostrando de a poco, primero como una sombra borrosa, luego a cara descubierta, cuando su historia se completa. Cuando tenía 18 años, a Etty le presentaron a un joven de 19. Hablaron dos días durante media hora y a los pocos meses se casaron. El matrimonio se mantuvo durante 12 años, pero el marido de Etty la golpeaba y le gritaba permanentemente. “Nunca reaccioné”, dice. “Solo tenía más bebés. Estaba entrenada solo para ser madre”.

    Etty tuvo siete hijos y varias veces la internaron por depresión. Hasta que no aguantó más y decidió denunciar a su marido y pedir el divorcio. Entonces se ganó el odio de sus familiares, amigos y vecinos, que suelen ir a la puerta de su nueva casa a amenazarla. También su marido la acosa por celular y un hombre la sigue permanentemente, la filma y le saca fotos.

    El documental muestra el juicio que le entabla su marido por la tenencia exclusiva de los hijos. Y allí aparece un mecanismo poderoso y también perverso, porque la comunidad contrata a los mejores abogados, y los jueces se muestran proclives al argumento de que los niños deben mantener el statu quo, es decir, no pueden cambiar su estilo de vida. Y toda la familia de Etty testifica en su contra. “Actuamos como si la ley no nos afectara. Mi esposo siempre dice: ‘Nadie va a sacarme de mi casa. La policía no puede hacerme nada’”, dice ella, y habla del mayor poder del grupo religioso: mantener todo oculto.

    Los jasídicos se involucran en política y reciben del Estado viviendas subvencionadas y asistencia social. Tienen su propia flota de ambulancias, policía y escuelas privadas. En el documental se muestra su barrio en Brooklyn con afiches de Donald Trump y un parlante que proclamaba en la campaña política: “Hay que elegir un candidato que garantice que nuestros derechos provienen de Dios, no del gobierno”.

    La cámara enfoca las calles de Los Ángeles. Por allí va manejando Luzer, el otro protagonista. Está escuchando Stayin’ Alive, el tema de los Bee Gees. Trata de cantarlo, pero no sabe la letra porque recién conoce esta canción, como tantas que nunca escuchó. Solo le sale el estribillo que imita con voz finita. Es simpático y parece contento, pero no lo está. Él es otro exjasídico que perdió a sus dos hijos y al resto de su familia porque quería ser actor.

    En Los Ángeles vive en una casa rodante y se mantiene con changas. “Mi entusiasmo por el mundo laico está basado en las películas”, dice. También reflexiona sobre la visión distorsionada que tenía del mundo exterior. “Si te vas de la comunidad, posiblemente termines trabajando en McDonald’s. Diseñaron una sociedad para que no puedas vivir fuera”.

    En ese diseño hay libros infantiles en los que se tapa la cara a las figuras femeninas y hay situaciones de abuso sexual, incluso a niños, que nunca llegan a la justicia. “No puede ser que vivamos en Nueva York y que se oculte todo”, dice Etty. Y quien ve este documental queda pensando justamente en eso.

    One of us tiene bellas imágenes de ceremonias religiosas y de bailes con el puente de Brooklyn de fondo al atardecer. En otros lugares, un grupo se reúne para compartir algunos platos y canciones aprendidas en la infancia. Ellos necesitan creer y necesitan ser libres, y ese es el centro del relato que se animaron a contar frente a una cámara.