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    No perdonó a ninguna

    El niño está en la playa frente al mar y piensa encarar a la niña. “Dame un beso”, le pide. “Con esa cara horrible que tenés, ni pienso”, responde la niña y se borra. Pasa una pareja de jóvenes enamorados y tiran un pucho en la arena. El niño lo recoge y le da unas cuantas pitadas. Quiere ser adulto ya, tener mujeres, beber vino y whisky. Es que ser adulto es algo muy cool. Este primer plano de un escolar despechado por su primer amor, fumando, es un atinado comienzo para perfilar la vida de Serge Gainsbourg (1928-1991), el pianista, cantante y compositor francés que revolucionó la música pop de su país, que alcanzó el éxito y el dinero y estuvo con las mujeres más hermosas (Brigitte Bardot, Jane Birkin y Juliette Gréco, y la lista sigue), que no paró de beber y mucho menos de fumar un segundo de su vida, que casi no dormía buscando la inspiración para componer, la palabra que rima, el detalle llamativo y extravagante de la historia a contar. Una figura descomunal, una mezcla de Keith Richards y Peter Capusoto por lo reventado, lo talentoso y lo feo, un tipejo con sentido poético, muy pagado de sí mismo, no demasiado simpático ni aseado y con toda la noche para ocultar detrás de una barba de cinco días y los infaltables lentes negros. Era cuestión de tiempo que no fuera a parar al cine. Otros franceses que le deberían seguir como personajes en la pantalla grande: Jean-Luc Godard, Gérard Depardieu y Louis Ferdinand Céline.

    Gainsbourg, vida de un héroe (2010, en la plataforma Mubi, 26 días para verla) está escrita y dirigida por Joann Sfar. Es una biopic y también un musical sin que lo parezca, sin que las canciones invadan como por arte de magia la pantalla y los extras que pasan por la calle de golpe se pongan a bailar. En el origen hay una historia gráfica del propio Sfar, que es dibujante y también dirigió la película de animación El gato del rabino. Por un lado hay un buen despliegue histórico del personaje, que va desde su infancia en una familia judía durante la ocupación alemana en París, cuando todavía se llamaba Lucien y era un brillante alumno de bellas artes, tenía una madre comprensiva y un padre que insistía en que estudiara piano, hasta sus primeras armas en la música en cabaretuchos, él solo con un piano y las volutas del humo eterno que lo acompañó toda su vida. Y por otro funcionan muy bien los elementos fantasiosos del artista, de niño corporizado en una cabeza gigante que viaja a su lado y en su vida adulta por un alter ego de enormes orejas y nariz puntiaguda. Dos cabezudos en el carnaval perpetuo de su mente.

    Conoce a Boris Vian y de él aprende a tirarse en la calle para conseguir un taxi. Conoce a Juliette Gréco y así despliega sus armas seductoras. Se inicia el desfile descomunal de mujeres embelesadas por la originalidad y las letras del cantante, que primero seduce —no perdonó a ninguna— con lírica de Charles Aznavour y luego con la propia, cuando fue consciente de su poder.

    Su música es una rara mezcla batida en las cuevas del buen jazz, el teatro burlesco, las aptitudes ganadas en la infancia, la influencia de Baudelaire, el anarco-lirismo de Brassens y las horas de ingenio etílico en la barra de los bares. Son muchas sus canciones conocidas y difundidas más allá de las fronteras francesas, como Je t’aime… moi non plus (famoso dueto con Birkin de 1969), La Javanaise, Baby Pop, Nazi Rock, Initials BB o Harley Davidson. Como se ve, era capaz de inspirarse en cualquier cosa. Incluso llegó a realizar una versión escandalosa —para los patriotas— de La Marseillaise, en Jamaica y con una banda de reggae, que tiene todo: desparpajo, humor y al mismo tiempo una profundidad recitativa a lo Leonard Cohen, porque además de tocar el piano, la guitarra y componer, Gainsbourg era un muy buen cantante. Y como personalidad desbordada de las artes, también fue actor y director de cine. Su hija Charlote, capaz de hacer cosas impensables con Lars Von Trier, extendió los pasos del padre.

    Gainsbourg era un bicho. Si le presentabas a tu hija de 15 años, te la corrompía. Ese poder irresistible sobre las mujeres se entiende en parte por su tremenda habilidad para diseñar versos seductores y atrevidos, la pizca exacta de desparpajo y belleza en la intimidad del oído. La tierna adolescente dice, en una secuencia, que tiene los mismos gustos que su padre, y nuestro millonario beatnik, saturado de nicotina, le contesta: “Un profesor me dijo una vez: si a tus padres les gusta tu trabajo, entonces es una mierda”.

    Laetitia Casta interpreta a una exacta Brigitte Bardot; Lucy Gordon es Jane Birkin y Eric Elmosnino el feo e irresistible poeta pop. Sfar se reservó un pequeño papel como George Brassens y le reservó a Claude Chabrol la tarea de ser el productor musical de Gainsbourg. A lo largo de 130 minutos no terminamos de sacar quién era exactamente este cantante y compositor, pero lejos de ser un problema, es una virtud de esta película que se llevó tres premios César, incluido mejor ópera prima, actor (Elmosnino) y sonido.

    Vida Cultural
    2019-10-31T00:00:00