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El Teatro Solís se convirtió, desde su reapertura en agosto de 2004, en un polo de atracción de públicos para diferentes tipos de espectáculos. Ese año se registraron 50.035 espectadores y 62.103 personas que asistieron a las actividades en el foyer y a las visitas guiadas. Los números han ido creciendo. En 2013, el público total fue de 163.212 espectadores, mientras que en 2015 ascendió a 170.432 personas. La cifra puede crecer porque se sumarán, más adelante, las instalaciones de la Corporación Andina de Fomento (CAF), que se encuentra en construcción y alojará las salas de Cinemateca, restaurantes y oficinas, con la calle Reconquista convertida en peatonal.
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Con la dirección de Gerardo Grieco, el Solís marcó además un cambio en el concepto de atención al espectador. Uno de los pilares del teatro es el Departamento de Atención al Público, en el que trabajan 19 funcionarios y 34 pasantes que se renuevan cada año, con llamados a estudiantes de la Udelar.
En el 2004, la historiadora y gestora cultural Daniela Bouret fue convocada como directora institucional del teatro, con el desafío de generar tres áreas básicas: el Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas (Ciddae), el Departamento de Educación para el vínculo con la comunidad académica y el Área de Atención al Público. Bouret dirigió estas áreas hasta el 2011. Después concursó y volvió al Solís, esta vez como directora, en 2014. “El corazón era el hecho artístico, pero había una cantidad de actividades que lo rodeaban, como las exposiciones, las presentaciones de libros, los talleres y las conferencias, que forman parte de esa conexión con el público. Por eso se pensó en un personal que atendiera esas necesidades, con una programación que iba a ser amplia en géneros. Íbamos a tener públicos que venían a ver música popular, teatro de la Comedia Nacional, obras internacionales, conciertos del Centro Cultural de Música o de la Orquesta Filarmónica de Montevideo”, recordó Bouret a Búsqueda. Esto marcaba desde el vamos una audiencia con diversos gustos y estratos sociales.
Las personas que trabajan actualmente en la atención al público desempeñan varias tareas: boletería y teléfonos, organización de eventos y también generan bases de datos con clientes de abonos para trabajar en marketing directo. Se buscaron personas con manejo de inglés para las visitas guiadas y con formación turística. “Ya habíamos trabajado con pasantes en exposiciones en el Blanes y el Cabildo, y nos parecía una buena experiencia laboral para estudiantes de hotelería y de turismo de UTU, lo que además nos renueva a nosotros porque nos obliga a contar las prácticas que hacemos y por qué las hacemos: nos cuestiona”. La otra lógica que con Grieco se manejó fue el no generar una administración muy pesada. Según la formación de la persona que ingresaba a trabajar, algunas apoyaban en recursos humanos, otras en eventos o en el Ciddae. Algunas se han recibido y dejaron el Solís, en tanto que otras encontraron allí su espacio de trabajo. Con los pasantes que recién ingresan se insiste en dos aspectos: la transmisión de los valores y la cultura de trabajo del teatro y los procedimientos: cómo se vende una entrada, cómo se acondiciona la sala principal o cómo se hace una visita guiada.
Los primeros manuales ya incluían dos puntos que marcaron la identidad del Solís: no aceptar propinas y empezar la tarea puntualmente. “Era muy difícil: si era a las 8, la función empezaba a las 8:15, o se convocaba a las 8 para empezar 8:30”, recordó Bouret. “Cuando fuimos testeando estas ideas con círculos cercanos, nos tildaron de ingenuos y decían que todos iban a recibir propinas. Nosotros respondíamos que no, que serían funcionarios públicos o de la Intendencia con un sueldo por cumplir su deber. La propina puede llevar a querer atender mejor a unos que a otros y a distorsionar lo que tiene que ser un acceso ciudadano al Solís”, subrayó la jerarca.
La actriz Jenny Galván es actualmente la encargada de Salas y Atención al Público desde el 2004. Dirige a un equipo de asistentes seleccionados por concurso abierto, que tienen un rol principal, como acomodadores de sala, y roles secundarios, por lo que se los encuentra en distintos contextos. “La mayoría es muy joven y nosotros propiciamos el estudio. Se respetan los horarios de estudio y las licencias”, dijo Galván a Búsqueda. El hecho de ser actriz le agrega mayor disfrute a la tarea. “Uno va por los corredores de acá y está escuchando el ensayo de una orquesta, o tenés que pisar muy despacito en algunos lugares porque el actor está ensayando. Esas cosas se transmiten al equipo: cuidado supremo al artista, además de al público”.
Galván recordó que en los dos primeros años era un “problemón” la gente que llegaba tarde a las funciones. “Ahora ves que en todos los teatros independientes no se puede llegar tarde: el Solís marcó tendencia y fue educando a la gente y a las otras salas. Hoy queda muy mal llegar tarde”. Entre los cometidos de los “anfitriones” está la cortesía y el brindar al servicio del público, explicó la actriz.
Diego Rodríguez y Regina Lopes son dos jóvenes asistentes de sala y atención al público. Diego está en el Solís como asistente desde el 2009, pero en 2004 había hecho la pasantía de atención al público con un equipo de personal fijo y pasantes. “Me encanta la atención al público”, dice Rodríguez a Búsqueda. “Estudiaba turismo, pero la experiencia real la conseguí acá cuando fui pasante”. Lo entusiasma ese “combo” de vincularse con el público en torno a actividades artísticas, aunque reconoce que no es algo que le resulte agradable a todo el mundo. “Tengo muchos amigos a los que les gusta lo artístico pero no entienden que a mí me guste atender al público, dicen que no están preparados y me preguntan cómo hago. Es innato de cada uno: no es algo que se puede aprender”. Rodríguez explicó que su tarea no se limita a “resolverle problemas” a las personas: “es atenderla, brindarle información, evacuar consultas, para que cuando vengan tengan la mejor experiencia”.
Contó que hay distintos públicos que responden a distintos intereses, pero todos deben sentirse tratados de igual manera. “Es lo que valora la gente, que estés todo el tiempo atento a su necesidad, sin ser invasivo. Cuando recién arranqué a trabajar y era muy chico, sentía que era invasivo con el ‘buenas noches, pase por acá, bienvenido’. Después entendí que esa era la diferencia con otros lugares”.
El asistente recordó cómo al principio todo le daba miedo al ser su primera experiencia laboral. “Hacía unos cuatro meses que había empezado a trabajar en la reapertura del teatro y tenía siempre el temor a equivocarme. Después vi que estaba bueno equivocarse para aprender”. Lo más difícil de entrenar fue rechazar las propinas. “La gente te perseguía y te ponía plata en el bolsillo. Era desesperante porque no sabías cómo decirle que no”. De ese tiempo evoca a los turistas de cruceros enojados porque no aceptaba su dinero. “En aquel momento te daban U$S 50 o U$S 100 y pensabas: ‘pah, ¿por qué no puedo aceptarlos?’. Y después entendías que no era la manera. Así que la gente te perseguía, te ponía la plata en el bolsillo y vos tenías que salir corriendo atrás para devolvérsela. La clave es que lo manejes con respeto y si te sobrepasa lo derives al supervisor”.
Otra limitación de la función de los asistentes de sala es la de pedirle un autógrafo o sacarse una foto con el artista de turno: el contacto debe ser el indispensable.
Rodríguez conoció teatros de Buenos Aires, sobre todo del ambiente under, donde le pasó que el acomodador se negó a entregarle el programa si él no retribuía con propina. También conoció el Colón, en el que la atención le pareció “mucho más fría”que la del Solís.
Su colega, Regina Lopes, estimó que hoy el Solís es su “segunda casa”. Tenía 23 años cuando entró. “No tenía mucha experiencia. Soy docente y en ese momento era estudiante de profesorado de Geografía para secundaria. Siempre había trabajado en liceos con chiquilines y esta fue mi primera entrevista laboral”. El aspecto que debió trabajar más fue cómo desempeñarse en un equipo tan grande, “porque en el liceo era solo yo, la profesora, y los chiquilines”. A su vez, tuvo que entrenarse para hablar en las visitas, algo que al principio le generaba nerviosismo. “Estaba insegura y sentía que no sabía todo lo que tenía que saber, porque hay mucha historia del teatro e información y tenía miedo de que me preguntaran algo que no supiera. Tuve que aceptar que es imposible saberlo todo”. Ahora Lopes se dedica a coordinar las visitas: tiene que estar atenta a los movimientos de los guías, evitar entrar al escenario cuando hay algún montaje de obra o si están probando luces, y escoger otro recorrido.
Recordó cómo al principio hacer las visitas en inglés le daba “el doble de miedo”. “Me daba pila de vergüenza hablar en el idioma de otra persona, que no era el mío. Un día me decidí y dije: ‘tengo que animarme a hablar’. Me dije: ‘al próximo turista que entre, le voy a hablar en inglés’. Pero todos hablaban en español. Hasta que una pasante me dijo: ‘mirá aquel que viene allá’. Era un señor muy blanco con el pelo muy rubio, de bermudas, camisa a cuadros y sandalias con medias. El típico turista angloparlante. Entró y yo le empecé a decir todo en inglés: cómo era la visita guiada, la hora, etc. Y él me respondió: ‘soy argentino’ (risas)”.
El equipo de anfitriones se prepara especialmente para el malón de niños y familias durante las vacaciones. Ahí tienen que estar atentos durante el espectáculo, para que no coman ni beban en la sala, entre otras cosas. “En vacaciones de invierno tenemos las bolsitas de nylon, las papeleras, las pañaleras abajo. Podés ayudar a los padres pero no cuidar niños porque no es nuestra función”, contó Rodrígues. Con las personas mayores la recepción es otra. La atención debe ponerse en la cortesía y en que no haya accidentes en las escaleras. “Hay gente a la que le encanta ese trato. Se dan cuenta de que sabemos que vienen siempre. Eso te lo da la experiencia: tenés que conocer al público asiduo”.
Sala principal: el telón se levanta, las luces se encienden y los músicos salen a escena. Sala Zavala Muniz: se apagan las luces y está por empezar la obra teatral. Todo esto que parece fluir aceitadamente de manera natural, es en realidad producto del movimiento imperceptible de los hilos que maneja el personal del teatro, ocupado en hacer de la experiencia artística un gran disfrute.