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Luego del éxito y el prestigio alcanzados con todos sus poemas sinfónicos compuestos durante la segunda mitad del siglo XIX, Ricardo Strauss (1864-1949) compone dos óperas: Guntram (1894) y ya en el siglo XX Ansia de fuego (título original: Feuersnot, en 1901) y con ambas fracasa rotundamente. Ninguna de ellas ha perdurado y puede afirmarse que hoy no integran el repertorio internacional. Pero como ocurre con todos los grandes creadores, no se desanima. Recobra rápidamente el éxito con su Sinfonía doméstica (1903) y eso lo lleva a hacer una apuesta fuerte con la ópera Salomé (1905), que con su atrevido lenguaje armónico produce un quiebre en la historia del género y marca un antes y un después. Su estreno divide a fuego las aguas entre detractores y entusiastas.
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Con nuevos bríos profundiza aún más la línea rupturista con Electra (1909). Las aguas siguen divididas, aunque quizás los aplausos aparezcan ahora menguados. Entonces el compositor da un golpe de timón y vuelve al rescate de la tonalidad y con ella de la melodía y la armonía momentáneamente desechadas, retorna a la rica tradición vienesa del siglo XVIII y sorprende de nuevo con su transfiguración en El caballero de la rosa (1910), con la que consigue un éxito arrollador hasta el presente.
Ese rescate de la tonalidad y de la tradición, dentro de su lenguaje inconfundible y personalísimo, es el que repite Strauss en Ariadna en Naxos. Concebida primero como música incidental para la representación de El burgués gentilhombre de Molière, fue transformándose en una breve ópera de 90 minutos. Se estrenó en 1912, conjuntamente con la comedia, en una representación que insumió en total más de seis horas. Fue otro fracaso. Y una vez más el golpe adverso despertó al genio. Strauss admitió la separación e independencia de su obra, la revisó y reescribió y así nació la versión definitiva de 1916, que pudimos ver en estreno para el Uruguay el lunes 8 en el Teatro Solís, con la Orquesta Filarmónica de Montevideo y la dirección general de Martin Lebel.
El poeta y dramaturgo austríaco Hugo Von Hofmannstal (1874-1929), que con Strauss integró una dupla tan fértil como la de Da Ponte y Mozart, escribió el notable libreto de Ariadna en Naxos, sobre la base de la historia mitológica de Ariadna, Teseo y Baco. La obra abarca dos óperas en una. La primera es un prólogo donde se explica que el noble en cuyo palacio habrá de representarse una ópera dramática, ha ordenado que, para aliviar a sus invitados, se mezcle esa obra con una ópera cómica. Los dardos del libreto no cesan de clavarse contra esa aristocracia frívola y tilinga que no comprende el verdadero arte. En la segunda parte se representa la ópera así mezclada por orden del dueño de casa. Aparece Ariadna, que llora su tragedia al despertar de su sueño y ver que Teseo la ha abandonado. El drama de Ariadna será aliviado por la irrupción de Zerlinetta y sus compinches, quienes le harán ver a Ariadna el medio vaso lleno, transformando su ánimo para hacerla proclive al amor de Baco, que vendrá a rescatarla. Se alternan entonces en la obra la ópera bufa y la ópera seria con evocaciones a Mozart y a Wagner; las voces ligeras y las voces potentes; la orquestación simple para unas y más densa para las otras; personajes serios y cómicos; el teatro dentro del teatro; la mitología y la realidad; la transformación de lo cómico en trágico y la tragedia en una nueva alegría.
Lo que vimos es un espectáculo redondo en lo musical y en lo escénico. Excelente escenografía de André Heller-Lopes (Brasil), que colocó a los espectadores entre bambalinas en el prólogo y en un ambiente despojado que hace las veces de isla en la segunda parte. Un vestuario colorido y a la vez sobrio (Marcelo Marques, Brasil), cuyos únicos descuentos a señalar perjudicaron en movilidad a Eiko Senda al colocarle una carabela sobre la peluca a la Prima Donna en el prólogo y una pesada cola de tul negro al vestido de Ariadna en la segunda parte. Excelente el diseño de iluminación de Fabio Retti (Brasil), muy sugerente durante toda la segunda parte. Y una dirección de escena sin mella, también de Heller-Lopes, que logra al unísono en el prólogo el clima caótico con el desenfado de un music hall, y gradúa notablemente la alternancia del drama con la ópera bufa en la segunda parte.
La dirección de escena extrae gran rendimiento actoral de todos los personajes. En el prólogo pauta el movimiento de esa multitud con derroche de humor y precisión de relojero. Es notable la actuación de Juan Antonio Saraví como el mayordomo, cuya letra dice en castellano en medio del canto en alemán del resto del elenco.
En el Prólogo, la mezzo uruguaya Adriana Mastrángelo hace un Compositor de maravilla vocal, notablemente actuado, ovacionado con justicia por el público. A su lado el barítono chileno Homero Pérez Miranda como el Maestro de Música defiende su parte con un caudal inagotable y gran oficio de actor. Es destacable también el Maestro de danza que encarna el tenor macedonio Blagoj Nacoski, muy bueno en voz y en escena. Pareció grotesco el excesivo amaneramiento que la dirección le marcó al bajo uruguayo Marcelo Otegui como Peluquero; algo menos exagerado habría resultado más natural y menos chocante.
En la segunda parte brillaron todos. La soprano japonesa Eiko Senda en una Ariadna visceral, trémula, de gran carga trágica, con una emisión pareja de maravilloso timbre en todas las zonas. La soprano argentina Mercedes Arcuri en una estupenda Zerbinetta, uno de los roles más difíciles de cantar en la ópera de todos los tiempos, que fue abordado por las sopranos más insignes. Si se comparan en lo vocal estas versiones egregias con la de Arcuri es probable que en algunos pasajes se eche de menos algo más de opulencia en la voz. Pero lo cierto es que Arcuri complementó con creces ese probable —y discutible— descuento, con una actuación de desenfado y sensualidad irresistibles, muy superior al de alguno de esos ejemplos ilustres.
En un papel que puede parecer menor pero no lo es, el Baco del tenor brasileño Eric Herrero lució un timbre terso, nada chirriante, y una emisión cómoda y generosa, redondeando su parte con gran corrección escénica. Vocalmente impecables el terceto de Najade (soprano brasileña Gabriela Pace), Dryade (mezzo uruguaya Mariella Nocetti) y Echo (soprano uruguaya Kaycobé Gómez). Otro tanto para los personajes de la commedia dell’arte, que además fueron escénicamente un disfrute de humor y desenvoltura: Harlekin (barítono uruguayo Federico Sanguinetti), Scaramuccio (tenor uruguayo Andrés Barbery), Truffaldin (bajo argentino Lucas Debevec Mayer) y Brighella (tenor Blagoj Nacoski).
La orquesta de cámara de unos 40 músicos que Strauss indicó para la obra, tuvo en la Filarmónica de Montevideo bajo la conducción de su director estable, el francés Martin Lebel, un destacado desempeño. Con una comprensión total del estilo de Strauss y del espíritu de la obra, Lebel fue un fiel traductor de los múltiples climas que la música contribuye a crear. El público uruguayo, poco y nada acostumbrado a la ópera alemana, aplaudió largos minutos de pie. Queda solo una función mañana viernes 12 a la hora 20 y no hay que perdérsela.