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Bastó el primer acorde para reconocer Como los desconsolados, que abrió el concierto Cabrera canta Mateo y Darnauchans, el viernes 7 en El Galpón, que celebró los 65 años de la compañía teatral. Su Fender Strato negra comenzó su asordinada letanía y en pocos segundos el famoso spleen del Darno invadió la sala.
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Durante los siguientes 90 minutos, el cantautor de 58 años desató un cancionero de estos dos grandes Eduardo, con quienes cantó a dúo en los conciertos Mateo y Cabrera y Ámbitos, ambos editados por Ayuí. Ahora compartió tablas en percusión, voz y guitarra con otro Eduardo que ya puso su apellido en la música uruguaya: Pitufo Lombardo.
En la primera mitad del concierto, Fernando Cabrera orbitó el planeta Darno con un collar de clásicos que le calzan justo, como una piazzolliana Balada para una mujer flaca, y otras dos baladas de belleza desconcertante: Final y Épica.
La síntesis de los arreglos de guitarra, a esta altura su sello de fábrica, que sustrae notas superfluas y deja las esenciales, se hizo carne en Canción 2 de San Gregorio y Los reflejos. Cabrera concibió este tributo tal como su formidable Canciones propias (Ayuí, 2010): recompone las músicas, aplica variaciones rítmicas y armónicas, edita letras e imprime su propio fraseo. El resultado: que a uno se le borronee el tema original. No lo consigue siempre, pero casi.
El recuerdo de Jorge Galemire emocionó a la platea en Claros, temón firmado por el Gale y el Darno allá por 1981. Solo faltó Flash. Quizá Cabrera prefirió no rivalizar con su hermosa interpretación de ese tema en Ámbitos.
Mateo ingresó a tiempo de milonga en Amigo lindo del alma, bien campera, en suite con Un canto para mamá, el momento más íntimo de la noche. Tanto que el silencio debió estar acreditado como cointérprete.
A continuación, Pitufo revalidó sus dotes como percusionista, dio la cadencia justa en Lo dedo negro y La mama vieja, cantó bien a la Mateo y aportó un novedoso arreglo de viola en la fusión con los acordes finales de Imposibles.
Su emisión nasal y su llevada de guitarra bien mateística se fusionaron en La chola y Esa cosa con la voz machacante de Cabrera cantando como un mantra el leitmotiv de Por qué. Un inquietante “menjunje”, al borde del misterio y la extrañeza.
Si bien son dos temazos, Punto muerto y Cuatro pétalos, dos piezas propias de la dupla, desafinaron con la consigna.
Entre lo menos conocido de Mateo, estuvo Rimedio ’e yuyo, un son candombeado que está en El Tartamudo (Perro Andaluz, 2001); del Darno sonó Mariposa, inspirados versos de El trigo de la luna, otro de los tantos discazos encajonado en el tesoro de Orfeo.
Para el final, una tripleta demoledora: Mejor me voy y El instrumento, enriquecidas por la guitarra de Edú, y el bis con Príncipe azul, convertida en clásico cabreriano.
El dúo estuvo a la altura de las circunstancias y de las expectativas. Sería bueno que lo repitiese, incluso allende el charco. Con ellos, la canción uruguaya está en buenas manos.