Continuación de la nota central, Único equipo de la liga
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMarzo de 1992. Mi amigo Eduardo está de visita en Nueva York y vamos a ver a Rush en Long Island. No es cerca, hace un frío de mil demonios pero, joder, es Rush. Con Eduardo (y también con Pedro) venimos escuchando a los canadienses desde hace más de 10 años, a partir de su disco Moving Pictures.
Saliendo desde Queens, tomamos el metro hasta la estación de Jamaica, donde conectamos un tren que nos deja en Mineola. Como casi siempre en EE.UU., moverse en transporte público fuera de las grandes ciudades es un infierno. Cuando llegamos a Mineola ya es de noche. La temperatura está bastante por debajo del cero y aún hay que conseguir un taxi. Medio congelados y casi sobre el comienzo del show, encontramos uno. Llegamos al Nassau Coliseum y corremos a la entrada. Nos perdimos a los teloneros, los maravillosos Primus, pero logramos llegar a nuestros asientos antes de que suene el primer acorde.
Primera vez que estamos en un recinto con sorround y el sonido nos atraviesa el cerebro de derecha a izquierda y de adelante hacia atrás. Suena Force Ten y son escandalosas la potencia y claridad. Sentados, como el resto de los aburridos espectadores que disfrutan del show, se nos revela en directo la clase de ética de trabajo que Rush tiene como marca registrada: un power trio que se hace cargo de todo. Neil Peart toca la bata (laburito) y además dispara toda clase de sonidos sampleados. Geddy Lee canta, toca el bajo, el teclado y el pedal Taurus para hacer bajos o teclas. El menos ocupado es Alex Lifeson, quien se concentra en generar su rica paleta de sonidos y en jugar para el cuadro. El set list es devastador, con temas como Limelight, Freewill, Distant Early Warning, Time Stand Still, Subdivisions y Tom Sawyer.
Cuando salimos, callados, con las palmas de las manos ardiendo, intentando dar forma a la avalancha que nos acaba de pasar por arriba, Eduardo sonríe y dice: “Güey, no mames”. No hace falta más, el show quedará aquilatado como una de las mejores cosas que jamás hemos visto en vivo.
El regreso a Queens también quedará en nuestra memoria: nos llevan a la estación unos pibes en su camioneta, donde nos apretamos en una esquina con un montón de desconocidos en espera de que salga el tren. Las caras dormidas por el frío, 12 bajo cero, el aire completamente seco. Finalmente, el maquinista se apiada de la barra, abre los vagones, nos deja subir y enciende la calefacción. Recién ahí comenzamos a hablar de lo que nos acaba de ocurrir. Y a lo largo de los años, cada vez que nos encontramos, todavía seguimos hablando de aquella gélida y maravillosa noche en que Rush nos llevó puestos.