Para extraer la información contenida en esa placa cuadrada y flexible, de plástico negro y con un agujero en el centro, Fritz Hartmann necesita una computadora diferente. Una IBM 567, supone. O una IBM 436. La clase de máquina que se fabrica al otro lado de la Cortina de Hierro. Es 1983, y aquí, en Berlín Oriental, la unidad A 5120 de VEB Robotron que el agente tiene a su disposición no es compatible con esa nueva tecnología a la que llaman diskette. Al menos, para ese tipo de diskette.
Cuando por fin consigue la IBM 567, Hartmann exclama, con la sonrisa expandiéndose en la mirada:
—No digas cool —le reprocha, sin dejar de mirar la máquina, Schweppenstette, su superior.
—No digas okay tampoco —gruñe Schweppenstette, brazos cruzados, frialdad de ciborg.
La escena pertenece al tercer capítulo de Deutschland 83, producción alemana de 2015 que, por medio de una aventura de espionaje, expone con dureza y gracia, el estado mental y el alma del mundo en una época infernal y absurda: los años de la Guerra Fría. En 2016, tras el éxito en Europa, la serie fue adquirida por Sundance Channel, que aprovechó el entusiasmo generado por The Americans, la serie de FX sobre dos espías de la KGB infiltrados en Washington como una familia común y corriente. Deutschland 83, la primera ficción no hablada en inglés transmitida por el canal estadounidense —y además, con subtítulos—. Desde el lunes 1º de agosto se emite por OnDirectv. Y es una joya.
Para bloquear el avance del “Imperio del Mal”, el presidente Ronald Reagan anuncia que está dispuesto a desplegar otra buena cantidad de misiles nucleares de la OTAN en puntos clave de Europa. Lenore Rauch (Maria Schrader), agente del HVA, el servicio de espionaje en el extranjero de la Stasi, la Policía secreta de la República Democrática Alemana (RDA), recluta a su sobrino, Martin Rauch (Jonas Nay), para cruzar al otro lado y obtener información sobre los planes del enemigo. Martin no tiene formación como espía, aunque sí una razón poderosa para aceptar la misión. Su tía, implacable y manipuladora, asegura que hará lo posible para que Ingrid, madre de Martin, aquejada por una enfermedad renal, ingrese en la lista de espera para recibir un donante. De la noche a la mañana, obligado y chantajeado, despierta en Bonn, dejando atrás su novia y sus amigos, su vida entera. Asume la identidad de un teniente del bloque capitalista, Moritz Stamm, a quien se le parece físicamente y con quien comparte algunas aficiones. Ahora va a trabajar para el general Wolfgang Edel (Ulrich Noethen), oficial de las fuerzas armadas de Alemania Occidental y uno de los altos mandos de la OTAN.
Deutschland 83 no solo es un aceitado relato de espionaje, con el ritmo, la densidad y la tensión que requiere el género. Todos los elementos indispensables están servidos: mensajes cifrados, identidades falsas, micrófonos ocultos, asesinos implacables, misiones intrincadas, seducciones y engaños, pistolas con silenciadores, agentes imperturbables, mujeres letales. De fondo: un conflicto ideológico y la humanidad al borde de la autodestrucción.
Hay aditivos que le inyectan una energía distintiva a la serie. Martin es una muestra de la efectividad del viejo truco del hombre ordinario metido en una realidad extraordinaria. Un héroe a la fuerza. Al ingresar a esta dimensión desconocida, le entregan un traje especial: remera con un inmenso logo de Puma, jeans y un par de championes Adidas Stan Smith. Recibe una suerte de curso rápido de espionaje, en pocas semanas debe aprender lo que lleva años, y debido a la inexperiencia y la torpeza, el peligro inminente y la acción pura y dura a menudo transcurren en compañía de efectivos fogonazos de comicidad. Sin ser la versión teutona de Maxwell Smart y mucho menos de Austin Powers, este espía de ojos tristes y cara de niño se manda pifiadas que generan situaciones intensas, angustiantes y ridículamente divertidas. Hace una llamada telefónica en el lugar y el momento menos indicado, y en una reunión comenta, muy suelto de cuerpo, que bailó salsa con una delegación de Cuba. Entre espantado, abrumado y fascinado, este héroe que no quiere serlo se descubre de repente obrando por un fin más superior que su interés personal. Y eso es lo que precisamente lo convierte en héroe.
La familia es un gran tema en Deutschland 83. En especial, las relaciones padre e hijo. Hay un universo en la casa de los Edel: la esposa del general, sus hijos, Alex e Yvonne, militar sensible y pacifista él, rebelde y artista ella. Annett, la novia de Martin, profesora de secundaria como su suegra, va mostrando su complejidad en pequeños movimientos. Otro secundario, Thomas, lleva adelante una biblioteca móvil y clandestina.
Los contrastes entre los bloques, cada uno reflejo pesadillesco del otro (“El lujo del Oeste —dice un agente del HVA— es que nadie te presta atención”), la reconstrucción histórica, las imágenes de archivo insertadas con precisión y las representaciones laterales de sucesos puntuales es otro acierto (aparecen noticias sobre un peligroso virus que se está cobrando vidas de hombres homosexuales).
Y está la música. Una declaración de amor al pop de los 80. La secuencia de apertura hecha para el público internacional, más ambigua que la original alemana, tiene el pegadizo estribillo en inglés de Major Tom (Coming Home), que retoma la historia de Space Oddity, de David Bowie, de quien suenan varias piezas en la banda sonora. Momento emocionante: Martin prueba por primera vez un walkman y se llena los oídos de Hungry Like the Wolf, de Duran Duran.
Estos detalles enganchan, pero nada funcionaría del todo sin un buen elenco, con Nay, actor de carrera breve, en la cima. Como Peter Parker, su personaje empieza a saborear sus nuevos poderes, aunque mantiene esa perturbada actitud de alien confundido. En un momento, alguien le dice que Alemania Occidental “no es muy lejos”. Y él, que estuvo allí, responde, conteniendo la furia: “Es otro planeta”.