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Fueron varios meses de convivencia sin interrupción entre padres y madres en modalidad de teletrabajo, en seguro de paro o desempleados; con sus hijos en educación virtual, con clases por Zoom, sin deportes, sin idas a jugar a lo de un amigo, sin cumpleaños y sin otras actividades recreativas. La pandemia y la suspensión de las rutinas diarias produjeron cambios en las dinámicas de todos los hogares e impactaron en muchos aspectos.
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Para estudiar algunos de esos efectos, la consultora Nómade sintetizó información que recabó desde marzo de 2020 hasta setiembre de 2021 mediante distintas modalidades, como encuestas y focus group. En el análisis, la consultora se enfocó en tres áreas: la educación en la virtualidad, la convivencia intergeneracional y los cambios emocionales y conductuales en los niños, niñas y adolescentes.
Del relevamiento de datos que la consultora realizó a fines de 2020 —a partir de encuestas y focus grupos— surgió que padres y madres observaron cambios negativos en el comportamiento de sus hijos desde el comienzo de la pandemia. Las madres hicieron más énfasis en los estadios de ánimo: casi siete de cada 10 señalaron que sus hijos presentaron alteraciones en sus comportamientos o estados de ánimo y entre los principales mencionaron los problemas en el humor, irritabilidad, ansiedad y tristeza. Los padres, en cambio, hicieron más énfasis en los problemas de socialización de sus hijos y en la falta de energía para “hacer cosas”, con una connotación más vinculada a lo físico y al entorno, de acuerdo con el estudio de la consultora.
En los datos relevados a agosto de 2021, Nómade abordó también aspectos referidos a cambios en las conductas de los menores. Las principales modificaciones observadas refirieron a signos o síntomas vinculados al espectro depresivo y ansioso. A esto contribuyó la rápida tendencia de todas las franjas etarias a acostumbrarse a obtener respuestas o información al instante, el estar pendiente de las publicaciones en redes sociales, así como la conexión simultánea y múltiple sin mediar un contacto real.
El 63 % de las madres y los padres de niños y niñas en edad escolar consultados el pasado agosto respondieron que en los últimos 12 meses sus hijos disminuyeron la actividad física frente a un 34 % que dijo que la mantuvieron. En el caso de los adolescentes, el porcentaje de disminución de la actividad física también fue elevado (66%), frente a 29% que afirmó que se mantuvo y solo 5% que aumentó. Según las conclusiones de la consultora, el sistema educativo tiene como desafío generar estrategias para orientar a las familias no solo en lo referente al acompañamiento académico, sino también en la organización de las rutinas diarias y el fomento de la actividad física entre los niños y adolescentes.
Las redes de contención de los más chicos también sufrieron impactos, ya que el aislamiento los obligó en muchos casos a alejarse de aquellos vínculos familiares que no residían en su casa. Tal es el caso de abuelos y de padres en familias de hogares monoparentales de jefatura femenina.
La nueva dinámica familiar de mayor tiempo en el hogar tuvo su repercusión en una sobrecarga en las tareas de cuidado para las mujeres. Al ser ellas las que llevan adelante, en mayor medida, las tareas de cuidado dentro del hogar, el hecho de pasar más cantidad de horas allí hizo que la desigualdad se pronunciara. A su vez, el acompañamiento y seguimiento a niños y niñas en edad escolar recayó mayormente en sus hermanos mayores y sus madres.
El aula y “lo corporal”
Cuando los escolares y liceales pudieron volver a las clases presenciales, no lo hicieron como había sido hasta antes de la pandemia, sino con nuevas medidas sanitarias que interfirieron en el contacto con sus pares, docentes y otros referentes. Esas medidas significaron argumentos de relevancia para que padres y madres no enviaran a sus hijos a la institución. La razón principal de los padres para no enviar a sus hijos e hijas a los centros educativos cuando retornó la presencialidad fue el riesgo del contagio (32,1%), al tiempo que el 17,8% consideró difícil que la escuela o el liceo lograra cumplir con los protocolos establecidos.
“Yo no estoy dispuesta a mandar a mi hijo de cuatro años al jardín y que se caiga o se pegue, por ejemplo, y que la maestra no pueda darle un abrazo. Los niños de esta edad necesitan mucho de lo corporal”, dijo una madre en un focus group organizado por Nómade para recoger opiniones sobre la vuelta a clases en julio de 2020.
El análisis de Nómade subraya que para la primera infancia y la franja en edad escolar, “el pasaje a la virtualidad configuró un factor relevante debido a que la institución educativa es uno de los agentes más importantes en lo que respecta a la detección, prevención y atención de problemáticas psicosociales, como la violencia doméstica, o de posibles afecciones de salud en las diversas áreas”.