En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
El pizarrón en la puerta anuncia un almuerzo por 250 pesos. Está bien, incluye un deseable pollo braseado con panaché de verduras, agua, café y un espacio tremendamente agradable, sin olor a frito ni charla desenfrenada. Es lunes de tarde y la gente del simpático y modernoso restaurante ya se fue, quedan apenas dos chicas ensimismadas en sus tablets de colores. Desde la puerta y a través de los grandes ventanales se aprecia la altura de los techos, la profundidad del espacio dividido en dos amplias y despojadas salas. En una, las mesas y el mostrador, que insinúa una apetitosa cocina. En la otra, algunos cuadros en la pared, pocos, coloridos, de curiosa confección.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Desde la ruidosa y movida calle Constituyente, en pleno barrio de Diseño, con ventanales que ofrecen muebles y lámparas para todos los gustos, está la Galería SOA, un lugar donde es posible hacer un alto para almorzar, revisar el mail y disfrutar de una exposición de arte. En este caso, con obras de Ernesto Vila (1936), uno de los artistas más destacados de su generación y referente del arte nacional contemporáneo. Contra el ventanal se ve un cuadro en rojo, de un rojo fuerte, en pinceladas rápidas, livianas, rasgadas. Con diferencias de tonos y profundidad según la zona, es un rojo que ocupa todo el plano de un marco grande, el más grande de la recién inaugurada exposición. Es notable. De la calle, parece una pintura más o menos tradicional, con sus líneas apenas sugeridas, con marcas de difícil definición y un plano abarcador de ese color destacado. Pero algo llama la atención desde la vereda, algo genera una percepción más compleja, algo que provoca cierto desajuste.
El ruido atormentado que produce el tránsito envuelve una curiosa apreciación de la imagen, quizás una distorsión, un imperceptible o indefinible impacto. Ese rojo es también ruidoso. Algo dice desde los bocinazos y motores apurados que ese es un color de calle, de ciudad conmovida por lo que puede pasar entre el estremecedor ir y venir de gente que elude máquinas mortíferas, a punto de arrasar con el que se cruce. El rojo anuncia algo, percibe, describe y reconstruye. Para el que conoce la obra de Vila es evidente que algo hay allí de esa calle, la construcción de una memoria de ciudad en un intento por dar cuerpo a la fragilidad de la existencia, sostenida en líneas que logran apenas generar la evidencia de esas vidas sugeridas.
Vila utiliza papeles o cartones con una vida anterior, los reutiliza, los recorta, los pinta, hunde su mirada emotiva en materiales en desuso o casi, a punto de desaparecer, de poca monta, de poca y banal vida. Son materiales pobres, aunque el arte de este autor elude la construcción sobre la pobreza. Más bien, trabaja sobre la fragilidad, busca otros caminos, la vida o algo de la vida que pasa y se detiene en algún punto de ese tránsito de pequeños papeles aparentemente desordenados.
Son famosas sus siluetas, líneas recortadas que dejan apenas la sugerencia de una imagen, lo suficiente para entender que allí hubo una vida que se llamó Carlos Gardel o Juan Carlos Onetti o Gustavo de Simone. Vaya vidas, ilustres, de legado inmortal, con tanto peso, que Vila apenas sostiene en un hilo. Sostiene casi nada, como si dejara una versión más simple de su historia, una versión tan común como la de cualquier vecino de su barrio montevideano al que Vila buscó durante mucho tiempo en sus recuerdos. También están los anónimos, los transeúntes, los pasajeros, a quienes recupera en un trazo finísimo.
Toda la obra de este artista se sostiene en un frágil trazo. Más bien, en un frágil recorte de papel, en una línea de trincheta, en un corte, en un rasguño de pintura. Como un niño que rompe y pega y pinta sobre su obra, o dobla diarios e intenta construir figuras que se repiten, como las guirnaldas caseras de antes, cuando se hacían en la casa, todo el mundo tijera en mano, construyendo una imagen que curiosamente siempre queda en algún lugar de la memoria. Parte de la identidad, de las imágenes, de las figuras, de las personas que desaparecen, son apenas siluetas, quedan suspendidas en el recuerdo de un par de generaciones. Es la infancia, en todo sentido; es la memoria que rescata retazos de vida, pedazos de escenas que por alguna razón perduran, flotan y se rehacen gracias a la inspiración de un artista.
De cerca y sin ruidos que intervengan, el cuadro en rojo se abre en estos y otros senderos. Es una obra donde la pintura repasa las páginas de un diario recortado, se ven debajo todavía las letras y algún titular. Pero lo que hace que la calle se encienda en esa construcción es mucho más que el diario en papel, objeto de tanta presencia en aquella ciudad tan lectora, en aquellos años donde el diario era parte de la escena familiar, de la esquina, del propio barrio. Era otra ciudad, otro país. La mano casual o una decisión acertada la puso cerca del ventanal de Constituyente. Va más allá del diario o el color rojo, va más allá de la estridencia o las siluetas que uno ve de cerca, los vacíos que perduran tozudamente gracias a la memoria del artista y a la sutileza de su trabajo. Es como si ese cuadro quisiera encender una alarma, ante la posible (inevitable) nada que se avecina.
La calle es un caos. Frente a ese caos, o a otros, Vila intenta darle sentido a la vida, a la permanencia, a la fragilidad de lo humano. Ante la incomprensible carrera que se juega afuera, ante el ruido infernal, el artista interpone la sutileza, la liviandad, la suavidad de una imagen, el valor de la construcción con pocos y desprotegidos o devaluados recursos. En toda la obra expuesta en SOA, logra lo que ya se sabe que logra su obra, un mundo de imágenes colgadas de un hilo, como la vida misma. Entre “algo y la nada”, dice Vila a propósito de su obra. Es lo que se encuentra, casi casualmente; es lo que aparece y finalmente parece completar la existencia. Es la existencia misma.
El resto de la muestra es parte de esta fiesta de pequeños mundos, coloridos, de estas construcciones que ofrece este notable artista, trincheta y pincel en mano, con cortes precisos, de bellísima ejecución.
“Ernesto Vila”. En SOA Arte Contemporáneo. Constituyente 2046, esquina Blanes. De lunes a viernes de 14 a 19 h. Hasta fines de abril.