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El hombre de cabello gris va de camisa negra, pantalón claro, zapatos náuticos y anteojos discretos, casi invisibles. Ella tiene un pelo lacio y corto que cae sobre sus lentes Ray Ban clásicos y usa una musculosa verde, un pantalón y un calzado deportivo negros, además de diversos colgantes y tatuajes. Ambos avanzan lentamente por el pasillo en penumbras rumbo al escenario. Miran fijo al suelo, abrazados, el gesto adusto pero sereno. Un asistente ilumina el camino con una linterna tenue. Se sientan, ajustan sus auriculares de retorno. Se oye el murmullo nervioso de la multitud. Sube el telón y las dos siluetas se recortan en negro delante de una gran esfera roja. Gritos, aullidos, aplausos que suenan igual en el Madison Square Garden, en el Teatro de Verano o en este Citibank Hall de Río de Janeiro. Caetano Veloso, una de las leyendas vivientes de la canción de Brasil, introduce con su mano extendida a Maria Gadú, la última supernova en esa galaxia conocida como música popular brasileña, o simplemente MPB para los astrónomos del ritmo y la armonía.
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Con “Beleza pura”, del disco de Caetano “Cinema trascendental” (1978), comienza Caetano e María Gadú, un recital en vivo editado en 2011 por el sello Universal en CD y en DVD en el marco del ciclo Multishow, donde la muchacha y su ídolo, solos con sus guitarras y sus voces, repasan durante casi dos horas lo mejor de sus cancioneros.
No hace falta demasiado olfato para avizorar que se trata de una obra que tiene seguro e inexorable destino de clásico. Caetano y Gadú se conocieron en un escenario, casi por azar, convocados a cantar juntos en uno de los tantos recitales colectivos que ocurren en Brasil todos los fines de semana. Fue un amor artístico a primera vista. Desde entonces, comenzaron a preparar este espectáculo en el que ella interpreta buena parte de su disco debut, “Maria Gadú”, que la consagró desde el vamos en ese vasto continente musical que es la MPB, de la mano de joyas como “Dona Cila”, una emocionante tonada dedicada a su abuela.
Él, que cumplió 70 años el martes 7 de agosto, como durante gran parte de las casi cinco décadas que lleva en este negocio, toca una guitarra española clásica con cuerdas de nailon, amplificada “de aire” a la vieja usanza, lo que favorece la reproducción del sonido natural que reverbera en la madera. Su fraseo del samba y la bossa en las seis cuerdas es hijo natural de João Gilberto y renuncia al virtuosismo de Toquinho. No hacen falta tantas notas para hacer la canción más linda del Atlántico. Su poesía bebe de Vinicius, y de Chico Buarque y Tom Jobim, pero ese ejercicio de contradicción que plantean los versos de “Podres poderes” es de Veloso. Por los altavoces, en un estadio, ese violão suena igual de cálido que en un fogón. Su voz, a los 68 (edad que tenía el 12 de diciembre de 2010, fecha de este recital) luce tan diáfana y precisa como en “Domingo”, “Tropicália”, “Transa”, “Jóia”, “Qualquer coisa”, “Circuladô”, “Livro”, “Fina estampa” o en cualquiera de los más de 50 fonogramas que ha regalado a la humanidad y que han hecho del mundo un sitio un poco más bello, allí donde suene su voz inconfundible.
Ella prefiere la guitarra electroacústica amplificada por línea, que realza el sonido plastificado del nailon pellizcado por yemas y uñas. En su hábil mano derecha se reconoce la poderosa influencia de guitarristas contemporáneos como Lenine, especialmente en temas con aires rockeros construidos sobre una misma estructura rítmica y armónica que es repetida como un mantra, como un sutil riff de guitarra más arpegiado que rasgado. Cada cuerda suena, entonces, limpia, sin estridencias.
Pero es su voz lo que engrandece desde el vamos a esta menina. Más dulce que la de Cassia Eller y más aguda que la de Maria Bethânia, su emisión posee esa cálida y justa dosis de aire característica de las mejores voces norteñas. Y no tiene nada que envidiar a diosas como Gal Costa, Marisa Monte, Mônica Salmaso o Adriana Calcanhotto.
Mayra Corrêa Aygadoux nació en San Pablo el 4 de diciembre de 1986, cuando Caetano ya era una estrella próxima a cumplir 20 años de carrera y transitaba un año especialmente prolífico, con tres discos firmados: “Corazón Clandestino”, con la participación de Fito Páez, “Totalmente Demais” (en vivo) y una recopilación para el selecto sello estadounidense Nonesuch, titulada “Caetano Veloso”.
El segmento entre las pistas 15 y 18 contiene una batería de sensaciones tan rica que condensa la esencia de esta obra: “A veces me gusta más cantar canciones compuestas por otros”, dice Veloso a la audiencia, luego de despacharse en solitario con “Desde que o samba é o samba”, clásico elevado al estatus de estándar, compuesto e interpretado originalmente con Gilberto Gil en el disco “Tropicalia 2”, de 1993. Dicho esto, descarga “Sozinho”, hitazo del cantautor Peninha, y es acompañado por un coro de 15.000 gargantas. Luego cuenta que la primera vez que escuchó a Maria Gadú fue por sugerencia de su hermana Maria Bethânia en un avión, cuando quien se convertiría en su compañera de escenario tenía 21 años.
¿“Qué estaba haciendo yo a los 21 años?”, se pregunta. Y responde con una enérgica versión de la primigenia “Alegria, Alegria”, incluida en su primer disco solista, “Caetano Veloso”, de 1968. Entre los aplausos, vuelve a presentar a Gadú, quien toma asiento pero no empuña su guitarra, sino que para su sorpresa se transforma en la espectadora más cercana de Veloso, quien versiona “Shimbalaiê”, uno de los mayores éxitos de la joven paulista. Obviamente, ella no puede contener las lágrimas, que ruedan auténticas y espontáneas por sus mejillas. Es que, para Gadú, ese fue “el sueño del pibe”.
Si bien para el mercado uruguayo este material constituye una novedad, el repertorio elegido por Caetano abarca todas sus épocas, comenzando por la revolución tropicalista que significó una rebelión ante la tradición conservadora pero también una toma de distancia de la cultura de izquierda, que subordinaba el producto artístico a las ideologías.
A solas con su guitarra y acompañado por la dulce voz de Gadú, Caetano descarga “Os quereres”, “O leãozinho”, “Vaca profana”, “Sampa”, “Menino do Rio”, “Nosso estranho amor”, “Vai levando” (compuesta con Chico Buarque), la reciente “Odeio” (Cê), e himnos populares como “Trem das onze”, de Adoniran Barbosa.
Haciendo gala de su fino sentido irónico, Veloso declaró que con esta reunión “se han cumplido dos sueños: el de una joven de 23 años de estar junto a Caetano, y el de un hombre de 68 años de estar al lado de una chica de 23”.
Así, dos generaciones se comunicaron sobre el escenario y permitieron el encuentro de sus públicos, una estimulante comunión entre abuelos y nietos de todos los rincones del Brasil y sus áreas de influencia, entre las cuales, afortunadamente, Uruguay está en primera fila.