Pasto y agua para los camellos

Pasto y agua para los camellos

La columna de Andrés Danza

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Nº 2113 - 4 al 10 de Marzo de 2021

Imaginen a un niño teniendo toda la atención de sus padres y de su entorno durante mucho tiempo. Años enteros, casi 15. Siempre en el centro, sin tener que compartir su espacio, ni sus juguetes, ni sus berrinches, ni sus frustraciones ni nada. Con potestades como para hacer y deshacer a su gusto dentro de la casa, salvo alguna reprimenda puntual. Imaginen que ya de adolescente, con un egocentrismo consolidado y avasallante, tiene que incluir en su vida a un hermano, que le roba toda la atención. Ocurre como algo inesperado pero rápido y radical, como un terremoto.

Entonces, ese adolescente que ya había entrado en una etapa de maduración, retrocede de forma evidente en su crecimiento emocional y empieza a comportarse otra vez como un niño. Hace lo posible para que vuelvan a prestarle la misma atención que antes, pero no lo logra. Por eso, aumenta cada vez más sus acciones desesperadas para recuperar aunque sea un poco del pasado, hasta bordear el ridículo. Al llegar a ese extremo reacciona y trata de dar marcha atrás, pero el sentimiento de frustración vuelve a ser más fuerte y le juega una mala pasada, una y otra vez. Eso es lo que le está pasando a varios de los principales dirigentes del Frente Amplio.

Estuvieron en el poder durante 15 años y encima con mayoría absoluta. Tres períodos consecutivos en los que les eran suficientes sus propios votos para aprobar las leyes, salvar ministros o decidir qué se investiga y qué no en el Poder Legislativo. Fue muy poco lo que tuvieron que compartir con la oposición. No era necesario y tampoco lo buscaron, salvo algunas excepciones, en especial durante el segundo período de gobierno. No hubo casi diálogo, no hubo contemplación, no hubo acercamiento. Muchos creyeron que estaban solos y que así sería para siempre.

Pero resulta que ese hermano, escondido y del que se hablaba poco, un día salió de la buhardilla y pasó al cuarto principal. Ahora es de él el escenario. Resulta que llegó un 1º de marzo en el que fue él quien festejó el cumpleaños y para él fueron todas las fotos, las canciones y los regalos. El otro, el que ya se había acostumbrado a ser el único protagonista, ahora lo tuvo que mirar a la distancia, y le está resultando muy difícil manejar la situación.

Quizá eso justifique que una parte importante del Frente Amplio haya tenido esa regresión, como si los años recientes de crecimiento no hubieran existido. Desde que fueron desplazados del poder, han adoptado algunas actitudes infantiles, esas que eran frecuentes cuando todo era oposición y la responsabilidad quedaba muy lejos. Volvió aquel infantilismo de izquierda, que en gran medida había sido superado o al menos marginado antes de la primera victoria, en las elecciones nacionales de 2004.

La primera señal en ese sentido fue la noche del 30 de noviembre, cuando los números mostraban una evidente derrota del candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez. Ahí llegó el primer berrinche, arriba del escenario, a los saltos y gritos y sin reconocer que el oficialismo no había logrado mantener el gobierno. Fue una reacción destemplada y caprichosa, típica de quien está celoso porque le van a ocupar su lugar.

Después llegó el tiempo de la autocrítica y fueron varios los que se negaron a reconocer sus propios errores. Es más, algunos hasta evitaron utilizar la palabra derrota para referirse al pasado. No se hicieron cargo. Otros sí lo hicieron pero quedaron en minoría. Lo que se terminó imponiendo fue esa reacción irracional y también un poco infantil, de acusar hacia afuera e intentar lavarse las manos.

No sirvió para mucho porque en setiembre, en las elecciones municipales, llegó otro revolcón. De seis intendencias que tenía, el Frente Amplio logró retener solo tres. Perdió en lugares en los que estaba gobernando hacía 15 años, como Rocha. No logró aprender del golpe sufrido en 2019. Volvió a recurrir a las viejas recetas para las nuevas realidades, en especial en algunos lugares del interior. Y salió mal.

Unas pocas semanas después, llegó otro desliz innecesario, otra señal de un accionar mucho más basado en la pasión infantil que en la razón. No parece ser el mejor momento para juntar firmas contra la primera ley aprobada por la coalición multicolor. No es muy sensato exponerse de esa forma. Hay muchos dirigentes de primera línea del Frente Amplio que piensan eso. Pero perdieron. Los empujó la marea de inadaptados a la nueva realidad, esos que patalean como si estuvieran en un ataque de celos, y los colocó en el medio del mar y sin bote salvavidas.

El Frente Amplio tendría que mostrarse lejos de esos arranques opositores desmedidos porque tuvo muchos años como para crecer desde el gobierno y asumir que la confrontación excesiva solo empeora las cosas. Tendría que, por ejemplo, salir públicamente con firmeza a criticar a los sindicatos de la enseñanza que dejaron sin clase a miles en su primer día por reclamos que se repiten año tras año. Tendría que cuestionar y distanciarse de la Federación Uruguaya de la Salud por no exhortar a sus afiliados a vacunarse contra el coronavirus o criticar a los sindicatos del Ministerio de Transporte y Obras Públicas porque en estos momentos reclaman pasar su jornada laboral a seis horas, solo para citar dos ejemplos informados por Búsqueda en su última edición. Tendría que decirles que los Reyes Magos son los padres, porque lo sabe muy bien. Tuvo 15 años como para aprenderlo. Pero deja que vuelva la falsa ilusión. Alienta a que pongan los zapatitos y pasto y agua para los camellos.

No lo hace en todos lados. Hay dos ejemplos que, con caminos y discursos distintos, parecen estar en otra sintonía. Es comprensible. La diferencia que tienen con el resto es que deben ejercer cargos de responsabilidad. Es el caso de la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, y el de Canelones, Yamandú Orsi. Desde el lugar en el que se encuentran es imposible confrontar solo por confrontar. La realidad siempre se termina imponiendo con su paleta de grises y deja en ridículo a los extremos.

El problema que tienen por delante es poder encauzar a los desafinados, que muchas veces los dejan mal parados y otros los arrastran. Liderar también es poder hacer caminar a todos con el mismo rumbo, en busca de un destino único. Los pataleos inútiles, las escenas de celos y las regresiones infantiles pueden dejar esa fila cada vez más pequeña, porque llevan a que de afuera solo se escuche el ruido. Y es un ruido muy molesto, como muestran las encuestas.