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La historia tiene tres Emilios. El primero fue el abuelo, Emilio Bolinches, quien fundó en Quilmes, Argentina, un parque de diversiones por los años 30 y le enseñó el oficio a su hijo. El nuevo Emilio instaló tiempo después varios juegos en el Parque Rodó de Montevideo. Entre ellos estaba el Tren Fantasma, en el que aplicó un laborioso trabajo de ingeniería mecánica con la habilidad de un artesano. Su hijo, el artista plástico Emilio Bolinches, es el tercer Emilio, nacido en 1960. “Menos mal que le puse Joaquín a mi hijo”, comentó a Búsqueda al recordar la historia de su familia.
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“Yo siempre digo que la boletería del Tren Fantasma fue mi primer taller. Empecé allí de adolescente y trabajaba varias horas, pero había espacios en la tarde, cuando no iba mucha gente, en los que podía dibujar. Allí comencé a los 16 años a crear mi primera serie, ‘Hilos’, una obra abstracta que luego fue aceptada en las galerías. Era un collage con hilos pegados sobre óleo. Usaba los hilos que envolvían los paquetes en la fábrica de pastas”. En 1977, “Hilos” ganó el primer premio del Salón de Artes Visuales del Club de Leones. “Yo era un chiquilín, pero tenía apariencia de mayor, me dejaba la barba y no ponía mi edad en los catálogos. Me sacaba fotos de costado y parecía más viejo, quería que juzgaran la obra y no a mí. Era difícil para los jóvenes en ese momento; la obra de un artista maduraba recién después de cincuenta años”.
Atraído por las pinturas de Nelson Ramos, Bolinches pasó por varias etapas en su arte. Comenzó con el acuarelista Estaban Garino y muy joven se unió a un grupo de artistas que tenían unos 20 años más que él y que venían del taller de los Ribeiro: “Los Ribeiro (Alceu y Edgardo) provenían de la escuela de Torres García e influyeron en artistas importantes: Carlos Prunell, Ignacio Iturria, Clever Lara, Walter Nadal. Yo entré en 1981 a Galería Moretti, que cobijaba a la descendencia del Taller Torres”.
Pero antes de crecer como artista, Bolinches vendía boletos para el Tren Fantasma, empujaba los carros y veía trabajar a su padre: “Era un artesano de la mecánica, casi un ingeniero mecánico. Tenía una gran manualidad y aptitud, y fue el que me dio más para adelante con el arte, algo difícil que hagan los padres cuando los hijos quieren ser artistas plásticos. Él mismo se empezó a involucrar con el arte, y cuando falleció en 1986 tenía en su mesita de luz un libro de Picasso enorme. En ese momento yo tenía 25 años y había ganado algunos premios en salones de arte. Él pudo ver mi proceso y mis logros como artista”.
Emilio, el padre, concibió al Tren Fantasma a partir de “escenas”: la de los fantasmas que se daban vuelta al golpe de luz, la de los ratones que corrían, la del gorila que pegaba un alarido, la del muerto que se levantaba del cajón. Una de las últimas de su creación, que aún sobrevivía, era la del ómnibus que parecía chocar contra el carro. “Las escenas estaban muy bien pensadas y eran muy divertidas. Todo se movía a partir de un mecanismo increíble: los coches al pasar le pegaban a unos palos que movían hilos de acero y a su vez estos hacían mover las escenas. No estaba todo ‘atado con alambre’, había creación en ese mecanismo”.
Cada escena se encendía cuando pasaba el carro, después quedaba todo oscuro hasta la próxima. Bolinches recuerda la época de los apagones o cuando saltaba algún fusible y tenían que sacar a la gente. “Lo peligroso era cuando alguien se bajaba del carro porque lo podía atropellar el que venía detrás. Una vez apareció un carro vacío al que se había subido un brasilero. Paramos todo y un empleado salió a buscarlo con una linterna. Cuando iluminó el cajón del muerto, vio parado al lado al brasilero, que se asustó y pegó un grito. El empleado también gritó y después salieron los dos de la mano”.
A diferencia de los trenes fantasmas de otros países, el del Parque Rodó era muy veloz y eso aumentaba el impacto de las escenas. Además estaban los ruidos y los golpes, a lo que se sumaba el grito ensordecedor del gorila, que en realidad era una sirena muy potente. En alguna época hubo ratones que corrían por delante del pasajero, pero el mecanismo no causaba mucha impresión. Más éxito tenían las arañas gigantes que rozaban los rostros. “A veces la gente arrancaba los pedazos de fantasmas y destruía las escenas. Con el paso de los años no lo adjudico al hacer daño por hacer, sino a tener una especie de trofeo del Tren Fantasma. Era como un desafío, a ver quién se animaba a quedarse con un pedazo de gorila. Eso sí, cada tanto el cajón del muerto se trancaba por todas las piedras que le habían tirado”.
En 1966 hubo un temporal de viento muy fuerte que destruyó el Tren Fantasma y otros juegos del parque. “Yo tenía seis años y vi las mesas del bar Zu-Zu incrustadas entre los fierros de la Montaña Rusa”. En ese momento el Tren Fantasma, que tenía una estructura liviana, se reconstruyó con paredes de hormigón armado. También se cambiaron por otros muñecos las calaveras de la fachada, que hacían ruido de lata. “Venía muy bien para los efectos especiales, por eso nunca les poníamos aceite”, recuerda Bolinches. En los años 80, hubo otros cambios: se importaron muñecos de Italia y se cambiaron los enormes carros de madera por otros más pequeños.
Bolinches tiene una obra plástica llena de criaturas. Pero no son imponentes como las del Tren Fantasma, sino pequeñas, y se mueven en un espacio colorido con formas constructivistas. Así fueron sus series “Los magos” y “Los maguitos”. Una de sus últimas pinturas sobre tela se titula “Benito” y tiene relación con personas que conoció en el Parque Rodó, algunas de ellas buscaban refugio por las noches en el Tren Fantasma. “Benito’ está basado en un tema de Joan Manuel Serrat, sobre dos hombres que vivían debajo de un puente. He conocido a muchos Benitos, pero también pinté la diversión, por eso hice el cuadro ‘Rusa montaña’”, comenta el artista.
El 23 de abril, Bolinches hará el lanzamiento de su nuevo taller en el bar Los Girasoles, y lo enmarca en una nueva etapa de su obra. Actualmente está trabajando con más manchas y en diversos materiales, no solo en tela, con “una obra más liberada, que no abandona lo figurativo”.
Bolinches se desvinculó de los juegos del Parque Rodó cuando murió su padre, y quedaron a cargo los socios que él tenía. Ahora que el Tren Fantasma cerró y abrirá uno nuevo con otra tecnología, él recuerda con cariño, pero sin nostalgias, el que su padre construyó: “Los cambios se suceden y así será durante toda la vida”. El artista no sabe qué pasará con las criaturas monstruosas que divirtieron y asustaron a varias generaciones. “Tal vez podemos hacer una intervención con esos muñecos”, dice un poco en broma, un poco en serio. “Sería una buena idea, es una memoria cultural”.