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    Pistolas humeantes

    El auge de un género

    “Es un hombre relativamente pobre, pues de lo contrario no sería detective. Es un hombre común, pues de lo contrario no viviría entre gente común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no conocería su trabajo. (…) Habla como habla el hombre de su época, es decir, con tosco ingenio, con un vivaz sentimiento de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos y con desprecio por la mezquindad”. Cualquiera que haya leído una buena novela policial reconocerá a este protagonista y estará de acuerdo con esta cita escrita en 1950. Pertenece al ensayo El simple arte de matar, de Raymond Chandler (1888-1959), uno de los mayores representantes del género negro, creador de Philip Marlowe, la esencia del detective privado.

    En ese ensayo, reflexiona sobre las diferentes modalidades que adoptó el policial en su época, critica a otros escritores y retrata con precisión el carácter de los distintos detectives-protagonistas. Chandler, guionista de clásicos del cine como La dalia azul o Extraños en un tren (sobre novela original de Patricia Highsmith), y autor de las novelas Adiós muñeca, La dama del lago o El largo adiós, señala en su análisis el desprecio que la crítica solía tener hacia la novela policial por considerarla de baja calidad literaria, algo con lo que el propio ensayista estaba de acuerdo: “El relato detectivesco, aun en su forma más convencional, ofrece dificultades para ser bien escrito”. Tal vez por este motivo, durante mucho tiempo las novelas policiales fueron consideradas “literatura de segunda”, a pesar de contar con autores de pluma exquisita como la del propio Chandler.

    En el cine, el policial negro corrió con mayor suerte y les dio impulso a las obras que estaban detrás de sus guiones. El apogeo fue en Estados Unidos entre los años 40 y 50, y se considera que El halcón maltés (1941), dirigida por John Huston, con Humphrey Bogart y Mary Astor, fue la primera película del género. Pero mucho antes, en 1930, Dashiell Hammett (1894-1961) había publicado la novela que dio pie a la película y que lo convirtió en otro de los íconos de las historias policiales.

    Hammett tenía un estilo crudo y seco, mientras que Chandler era cínico y mucho más literario, incluso poético. Pero ambos tuvieron algo en común: tomaron la denuncia social como tema. En sus historias, el crimen es una consecuencia de la corrupción, la ambición y el deseo de poder. El de ellos fue un policial diferente al de Conan Doyle y su Sherlock Holmes, cerebral y deductivo. Los protagonistas de la novela negra no siempre triunfan, y pelean tanto contra el crimen como contra ellos mismos, porque cargan con un pasado turbio. Y turbio también es el ambiente en el que se mueven, con bares llenos de humo donde acuden seres poco confiables. El cine noir clásico destacó con sus claroscuros ese estado interior conflictivo de los personajes.

    Desde los años 90, la novela policial es uno de los géneros literarios que más se vende en el mundo. De este éxito tienen mucha responsabilidad los escritores nórdicos, con Henning Mankell (Estocolmo, 1948) a la cabeza. Él inició con su novela Asesinos sin rostro, una saga protagonizada por su detective Kurt Wallander, que llegó hasta 2013. Violencia, discriminación y desbordes de poder son algunos casos que debe resolver el detective en un contexto muy alejado del “estado de bienestar” con el que se vincula a la sociedad nórdica. Y otros autores de las tierras frías lo siguieron con creciente éxito, como los suecos Assa Larsson y Stieg Larsson, el creador de la trilogía Millenium. En el mundo hispano, Miguel Vázquez Montalbán fue uno de los pioneros de este estilo de novela negra a través de su saga protagonizada por Pepe Carvalho.

    Uruguay no es ajeno a este boom del policial, y hay dos síntomas que lo demuestran: la colección Cosecha Roja, donde publica un creciente número de escritores del género, y la realización de la Semana Negra, que tendrá lugar en el Centro Cultural de España con invitados internacionales (ver recuadros).

    Más allá de su popularidad, el género ha ganado en calidad literaria, algo que a Chandler le gustaría comprobar, porque fue una de sus preocupaciones: “Es fácil abusar del estilo realista: por prisa, por falta de conciencia, por incapacidad para franquear el abismo que se abre entre lo que a un escritor le gustaría poder decir y lo que en verdad sabe decir. Es fácil falsificarlo; la brutalidad no es fuerza, la ligereza no es ingenio, y esa manera de escribir nerviosa, al-borde-de-la-silla, puede resultar tan aburrida como la manera vulgar”.

    Si el cine negro impulsó las novelas policiales, hoy esa función la están teniendo también las series televisivas. Los guionistas han demostrado lo que “saben decir” en algunos muy buenos guiones: The Killing, The Fall, The Bridge son algunos ejemplos. Si bien sus historias recogen el tono más negro del policial, tienen una variante: la aparición de la mujer detective, tan solitaria, misteriosa y arruinada como sus colegas hombres. Y claro, también está True Detective, parecida a las otras y diferente a todas.

    Bellas, malas y fatales.

    “Los enredos con las rubias promiscuas pueden ser muy fatigosos cuando los describe un joven que no tiene en la cabeza otro objetivo que un enredo con rubias promiscuas”, advierte Chandler para que nadie caiga en los estereotipos.

    En el cine, hubo rubias, pelirrojas y morochas que dejaron la marca de la femme fatale. Ellas eran inteligentes, a veces malvadas y siempre bellas: Rita Hayworth en La dama de Shanghai y Gilda, Bette Davis en La carta, Lauren Bacall en El sueño eterno, Sharon Stone en Bajos instintos, Lana Turner y después Jessica Lange en El cartero siempre llama dos veces, basada en la novela de James M. Cain.

    La lista es larga, pero las curvas de esas mujeres quedaron simbolizadas en Jessica Rabbit, el inolvidable personaje animado de la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, de Robert Zemeckis. “Yo no soy mala. Es que me han dibujado así”, le dice la voluptuosa pelirroja al asombrado detective. Y a Bob Hoskins los ojos se le salen de las órbitas.

    “Si hubiera bastantes hombres como él, creo que el mundo sería un lugar muy seguro en el que vivir, y sin embargo no demasiado aburrido como para que no valiera la pena habitar en él”, termina diciendo el maestro Chandler sobre la figura del detective. A él le hubiera gustado participar de la Semana Negra y comprobar que aún vale la pena seguir escribiendo.