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    Plantarse de cara al Diablo

    “Dante Alighieri en la Divina comedia reservaba el séptimo círculo del infierno para los violentos: para todos aquellos que hicieran un daño a los demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto, sumergía en un río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados, así descriptos por el poeta: ‘Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de rapiña. Aquí se lloran sus despiadadas faltas’”.

    La cita le pertenece al fiscal argentino Julio César Strassera. Es apenas una fracción del alegato que el letrado escribió, y pronunció, durante la recta final del Juicio a las Juntas Militares, que determinó la culpabilidad de cinco de los nueve militares que encabezaron la última dictadura Argentina (1976-1983).

    La acusación de Strassera es revivida, en una de las secuencias cinematográficas del año, por Ricardo Darín, protagonista de Argentina, 1985. Esta reconstrucción dramática del histórico proceso judicial, dirigida por Santiago Mitre, está narrada con creatividad y solvencia, en clave de suspenso legal. Coescrita entre Mitre y el cineasta Mariano Llinás, se estrena este jueves en cines uruguayos y próximamente podrá verse en Prime Video.

    Mitre se ha interesado en el poder, en sus entretelones y en su ejercicio, desde su ópera prima El estudiante (2011), un relato sobre la militancia política estudiantil. Su crecimiento, que establece un arco de evolución de un cineasta independiente a un director de peso, siguió con cada una de sus películas siguientes: La patota (2015), una reversión de la película homónima de 1960 con Mirtha Legrand, y La cordillera (2017), su primer trabajo con Darín, quien interpretó a un presidente ficticio de Argentina. Este año Mitre también estrenó en Argentina Pequeña flor, una comedia negra con Daniel Hendler, basada en una novela del escritor Iosi Havilio.

    El fiscal argentino Julio César Strassera durante el juicio, setiembre de 1985.

    Es comprensible que Pequeña flor, de cuyo estreno en Uruguay aún no hay noticias, haya quedado eclipsada ante una propuesta como la de Argentina, 1985. La película, que entre sus empresas productoras tiene a Kenya Films, un emprendimiento de Darín y su hijo, Ricardo Chino Darín, apuesta por una narrativa heredera del cine estadounidense clásico y su talento para contar sus propia historia. Con un ritmo de creciente tensión, un sinfín de personajes por los que es fácil sentir afecto y un sorteo de dificultades en la misión por derribar al enemigo, la apuesta es exitosa.

    La película sigue el punto de vista de Strassera. Con él se inicia y con él seguirá a través de las secciones en las que se divide el relato. Se narra su designación como fiscal del juicio civil, el reclutamiento que hizo de un equipo joven de abogados y procuradores, la investigación que buscó comprobar un plan sistemático de exterminio por parte de los integrantes de las Juntas y, finalmente, el juicio ocurrido entre el 22 de abril y el 9 de diciembre de 1985.

    La escena inicial deposita al espectador como copiloto de un viaje en auto de Strassera, un abogado de clase media con experiencia, que escucha música clásica para calmarse y que vive bajo una desconfianza total en las instituciones durante los primeros años de la restaurada, pero frágil, democracia argentina. De ahí en más, rara vez desaparece frente a la cámara.

    La película despliega elementos reconocibles en las historias inspiradas en hechos reales, como la aclaración inicial, presentada en una tipografía mecanografiada, la mezcla de formatos audiovisuales presentes en esa década y la galería de fotografías con los rostros de las personas involucradas en el acontecimiento.

    En ese sentido, no parece haber una búsqueda en Darín, y en su coprotagonista Peter Lanzani, quien interpreta al fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo, en reproducir las voces o maneras de los abogados que les tocó interpretar. Entre sus trajes, pelos engominados y catarata de cigarrillos fumados hasta la última de las pitadas posibles, siguen sonando como ellos, aunque teñidos por el pasado que los rodea y que los tiene, durante gran parte de la película, perdidos entre archivos y edificios de una burocracia que abruma.

    Da gusto ver envejecer a Darín. Con el tamaño de su estrellato sin fin que amenaza cada uno de sus papeles más recientes, hay cierto placer en volver a verlo habitar un papel y ver cómo Mitre se permite en Argentina, 1985 reparar tanto en su rostro, con primeros planos que muestran los lóbulos de sus orejas en crecimiento, la piel del cuello que empieza a ceder y unos ojos que, aquí, reúnen el miedo y paranoia de un hombre en quienes miles de víctimas y familiares depositaron su esperanza.

    Hay también en Mitre, y en su labor en el libreto, junto con Llinás, un afán en reconstruir el Juicio a las Juntas bajo dos sentidos. Se plantea como una victoria en contra del terrorismo de Estado y también como un hecho de un gran potencial cinematográfico. Dentro del Palacio de Tribunales de Buenos Aires, donde ocurrió el juicio, el director se permite lucir, con maestría, un dominio de la cámara como herramienta narrativa. La presentación de testimonios, la lectura de documentos y el enfrentamiento entre los bandos judiciales escapan a cualquier aburrimiento que uno pueda imaginar en los pormenores de la Ley, y en cambio se convierten en un terreno para la plena emoción, como un montaje que agrupa las voces de varias de las víctimas que dieron cuenta de los horrores cometidos en la dictadura.

    Como contrapartida, Argentina, 1985 se muestra muy consciente en su capacidad por conquistar a los espectadores en cada rincón narrativo en el que se mete. No abundan los golpes bajos, sino los momentos humorísticos, desplegados en diálogos astutos y en intercambios entre los personajes de Darín y Lanzani que construyen con atracción una dinámica de alumno y pupilo entre Strassera y Ocampo.

    Pueden señalarse algunos atajos, necesarios, en la velocidad con la que se narra un juicio tan extenso. Si el guion sufre una falencia es en no dar cuenta de la naturaleza de las pruebas reunidas por los fiscales y su equipo, pero es comprensible en pos de la escala que la película va tomando camino a su final, cuando se dictó sentencia por los 709 casos presentados ante los jueces.

    La película de Mitre fue elegida esta semana como la candidata del país vecino para competir en la carrera del Oscar a Mejor película internacional. Al día de hoy, los vientos parecen estar a favor y hasta se dice que podría repetir un camino similar al de las dos películas argentinas que obtuvieron ese galardón: La historia oficial en 1986 y El secreto de sus ojos en 2010. Si es así, será bueno celebrar el éxito de una película que permite, en un ejercicio de memoria histórica que mezcla entretenimiento y pasión por el cine, recordar la condena de los crímenes que jamás debieron haberse cometido.

    Vida Cultural
    2022-09-28T23:37:00