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Comienza la obra y el espectador se ve enfrentado a un desafío singular: debido a un fenómeno evolutivo extraordinario, una tortuga desarrolla rasgos antropomórficos y se convierte en ser humano. Y está ahí en el escenario, hablando con un investigador. Y claro está que no es una pieza de teatro infantil ni una tortuga cualquiera. Es la mismísima tortuga que Charles Darwin, precursor de la teoría evolucionista, se llevó de las Islas Galápagos a Inglaterra en 1835, en uno de sus tantos viajes por todo el planeta que le sirvieron luego para plasmar sus postulados sobre la selección natural en El origen de las especies.
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“El teatro para mí es política y con este autor me siento identificada por su compromiso en mayúsculas con la política”, dice la uruguaya Mariana Wainstein sobre el español Juan Mayorga. Ella es una directora teatral que desde los 90 ha estrenado más de una docena de espectáculos. Él es un autor español que en el mismo período se ha transformado en uno de los referentes del teatro histórico hispanoparlante. Los dos se encuentran en La tortuga de Darwin, obra que Wainstein estrenó en la sala China Zorrilla del Teatro Alianza (en cartel de viernes a domingo).
Harriet, nuestra tortuga bicentenaria, exige a Ana Rosa un trabajo físico singular y exigente, que la notable actriz resuelve con la misma calidad con la que interpretó a la monja inquisidora de La duda. De tanto observar al ser humano, esta tortuga ha adoptado la apariencia de una mujer madura, ha aprendido a caminar, hablar y leer, y ha desarrollado un pensamiento propio sobre los principales hechos de los siglos XIX y XX, desde las revoluciones industriales, las grandes guerras, los totalitarismos, la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín. Para la academia es un archivo y testigo histórico extraordinario; para la comunidad científica es un fenómeno biológico, y para el resto de la sociedad es un acontecimiento mediático, lo que desata una disputa por su “propiedad”. Todos sienten que este bicho será su gloria personal e intentan capitalizar la situación. Este es, a grandes rasgos, el planteo de Mayorga, que Wainstein adapta con sobriedad y precisión.
La directora nació en Uruguay y se formó en artes escénicas en Israel. Casada con un diplomático, ha vivido además en Ciudad del Cabo, Madrid y Nueva York, donde estudió cine y administración de arte. Su carrera como directora teatral incluye Historias ajenas, Casa de muñecas, Menú de cuentos, Tu mano en la mía (sobre las cartas de amor de Chéjov), La duda, sobre los abusos sexuales de la Iglesia, y El hombre más feo de Atenas, de Álvaro Malmierca, su esposo. Poco antes del estreno, Wainstein conversó con Búsqueda sobre el quelónido antropomórfico que protagoniza esta fábula y sobre la miopía de algunos círculos intelectuales ante ciertos totalitarismos.
—¿Qué la llevó a hacer esta obra?
—Mayorga entiende el teatro como un medio para comprender la historia, y además juega con el lenguaje teatral en obras como El cartógrafo, que transcurre en el gueto de Varsovia y hace un paralelismo entre el mapa que representa un territorio y el escenario como mapa de la realidad. Es un concepto que me ha servido mucho como directora. El director debe saber leer el espacio, los actores, su cuerpo, su movimiento. El enfoque político de Mayorga me atrae por obras como Himmelweg, camino al cielo (dirigida aquí en 2010 por Eduardo Cervieri), sobre un campo de concentración donde a una persona le muestran que está todo precioso y él es incapaz de atravesar esa fachada.
—¿Cómo trabajó con la protagonista tan peculiar interpretación?
—Cuando leí este texto me pareció ideal para Ana Rosa, a quien admiro mucho y más desde que trabajé con ella en La duda. Lo más lindo de dirigir no es decirle a la gente lo que tiene que hacer sino ver lo que te pueden dar, en qué creen. Siempre trabajé así, siempre me gustó escuchar. Ella creó un personaje que parece muy sencillo pero que tiene resortes muy complejos, una mezcla de humano y animal con pequeños gestos.
—¿Cómo lee esta fábula política?
—Mayorga nos habla de la ambición humana y de cómo el hombre es capaz de adaptarse a todo, hasta a lo peor. Creo que alude a los peligros de los populismos, de derecha o de izquierda. En su mapa aparecen Hitler y Stalin, los dos tipos que estuvieron cabeza a cabeza por el premio a la bestia humana del siglo XX. Los dos mataron a millones, incluso de su propio pueblo. Lo primero que hace el populismo es encontrar un enemigo que tiene toda la culpa. La tortuga cuenta que cuando escuchó a Stalin decir que había que terminar con los enemigos de la humanidad ella sintió ganas de ayudar a terminar con esos enemigos. Pero de pronto se dio cuenta de que el enemigo era la vendedora que le daba hierbas para comer. Y pensó que no demorarían en fusilar a las tortugas.
—Su entusiasmo por el planteo de Mayorga habla de usted y sus ideas también…
—Mayorga habla del nazismo y el estalinismo con gran profundidad y también con humor. En Cartas de amor a Stalin se ocupa del sufrimiento de los intelectuales que cayeron bajo su bota. Creo que los intelectuales siempre tuvieron problemas para reconocer determinados defectos en sus líderes y la Unión Soviética es un ejemplo muy claro. Muchos iban allí como invitados, les mostraban una fachada y no preguntaban más. Pasa hoy en día con Venezuela, no hay que ir muy lejos, donde suceden atrocidades y hay un montón de gente tratando de atenuarlas. Ni que hablar con Cuba. El año pasado estrené Mecánica, un texto premiado en Cuba, pero que aquí fue rechazado en algunos teatros por su abordaje de la realidad cubana, algo racionalmente inimaginable. ¡No era un panfleto escrito por un cubano en Miami! Creo que mi compromiso como intelectual pasa por ser auténtica con lo que pienso.
—¿Cómo entiende el compromiso político en el teatro?
—El teatro tiene un conflicto consigo mismo: debe ser una manifestación artística y no debe ser panfletario. El teatro de Mayorga enfrenta muy bien ese conflicto. En su libro Elipses sostiene que el teatro nos permite sentir que todos los seres humanos son nuestros contemporáneos. Para mí es un concepto fabuloso. Puedo hacer una tragedia griega y entender a esos personajes como mis pares. Otras artes también tienen esta posibilidad, pero el teatro tiene la ventaja de la escena. Por algo es el primer modo que el ser humano encontró para contarse historias, mucho antes que la escritura. Ahora, ¿sirve para algo el teatro? Obvio que no le estoy salvando la vida a nadie, no es un quirófano. El mundo sigue igual sin esta obra. Pero el teatro tiene una enorme trayectoria en haberse esforzado para explicar conceptos y hechos. El diferencial de lo escénico pasa por la potencia de lo real de esa fábula que estás viendo, respirando el mismo aire que los actores. Si es lo suficientemente buena, elegís creer. Y mientras hoy podés tener el mejor cine, el que vos preferís, en el living de tu casa, lo que sucede en un teatro es lo único que no te podés bajar de internet.
—Esta fábula exige creer en esa mujer tortuga…
—Hay una evidente apelación a la fantasía en este caso excepcional de evolución biológica. Pero también apela al humor. Mayorga crea un personaje inolvidable y lo rodea con otros muy bien diseñados. Todos tienen su razón de estar ahí. Es un autor que piensa en lo que los actores quieren. Y el director queda muy agradecido con este tipo de autores.
—En este caso el discurso del autor está muy claro…
—Tiene su tesis pero le da la oportunidad al espectador de cranear su propio discurso. Alguien se puede ir pensando en la capacidad de adaptación del ser humano y otro pensará en cómo se pelearon por explotar a la tortuga como a un fenómeno de circo. En un buen texto todo dice algo, como en un buen poema. Y yo pretendo lo mismo en la puesta en escena.
—En sus últimos años en Madrid se formó en el vínculo entre el teatro y la comunicación política. ¿Cómo lo describe?
—Mi investigación para la tesis, en 2011, fue sobre los lazos de familia en la política uruguaya, y analicé los apellidos Lacalle, Michelini, Bordaberry y Sendic. Creo que es imposible desconectar la política del teatro. La retórica griega existe antes que el teatro griego. Los políticos griegos hablaban en público antes de que hubiera dramaturgos. Mayorga cita a Aristóteles cuando en su Poética dice que el historiador te cuenta cómo ocurrieron las cosas y el poeta es más universal y te cuenta lo que podrían haber sido o lo que serán. El poeta puede hablar del futuro y en eso se parece al filósofo. ¿Y dónde se unen esos mundos de filosofía, poesía e historia? En el teatro.