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    Por los recovecos de la mente

    Sin ánimo de aburrir a los lectores con la insistencia, hay que decir una vez más que las producciones televisivas de la BBC nos siguen sorprendiendo. Porque a la solidez de los elencos británicos, a la perfección de vestuarios, reconstrucciones de época y fotografía, a la maravilla de muchos libretos, hay que agregar ahora la audacia, el atrevimiento para elaborar una ficción con un material enormemente resbaladizo. Y no resbalarse. Es el caso de River (Gran Bretaña, 2015), que puede verse en Netflix. La serie está escrita por Abi Morgan, libretista de la serie televisiva The Hour y co-libretista de las películas Shame, La dama de hierro y Las sufragistas. Tiene un formato de seis episodios de una hora, con tres directores (Richard Laxton, Tim Fywell y Jessica Hobs) que dirigen dos episodios cada uno. El periodista madrileño Alfredo Zamora reseñó con acierto: “Si hay algo destacable de la esencia misma de las producciones británicas  es su inagotable capacidad de innovación. Una ficción que se atreve a casi cualquier cosa, que cuanto más riesgo asume más se luce y que consigue romper moldes con una naturalidad cautivadora”.

    River es muchas cosas: un policial, un thriller, una historia de amor, un relato con ribetes sobrenaturales, una fenomenal zambullida en la psiquis profunda de su personaje central. Ese personaje central es un inspector de Policía veterano, se llama John River (interpretado por Stellan Skarsgard) y habla con los muertos que se le van cruzando en su trabajo, a los que además ve, despertando así la perplejidad de quienes le rodean porque lo ven hablar solo y no ven a los interlocutores. En realidad, como ha dicho la creadora de la serie, Abi Morgan: “Lo que River ve no son fantasmas sino manifestaciones de su dolor”. Era un desafío mayor resolver visualmente ese planteo de manera creíble, sin caer en el ridículo. Y la serie lo resuelve con honores, en un alarde de lógica y de sobriedad en la narración que jamás se desbarranca y termina resultando verosímil para el espectador y hasta para la psicóloga que la Policía contrata con el fin de tratar a River, creyendo que está loco y a quien termina comprendiendo.

    Todo empieza con la muerte de Stevie, la Sargento compañera de trabajo de River, asesinada en plena calle, hecho que cronológicamente ya ocurrió antes del comienzo de la serie y que luego se verá en forma repetida en los videos de las cámaras de seguridad callejera. El Inspector está conmocionado por esa muerte, porque adoraba a Stevie. Más aún, estaba enamorado de ella, pero como es un hombre silencioso, tímido, pudoroso, acomplejado, que arrastra una infancia embromada, nunca había tenido agallas para confesarle su amor. Es a partir de esa muerte sacudidora que River, mientras busca al homicida, verá a Stevie y hablará con ella como si no hubiera muerto. A esa presencia se agrega la más perturbadora de su otro yo o álter ego, que lo enfrenta consigo mismo y con quien también dialoga, para asombro de quienes lo ven de afuera. En ese trajinar ocurre alguna desaparición y alguna otra muerte, y esas víctimas también se le “aparecerán” a River y hablarán con él mientras sus casos no sean resueltos.

    El relato se ve enriquecido además por otro carril que es el rompecabezas que se va armando River de quién era y cómo era en verdad su amada compañera de trabajo. Porque a medida que la investigación de su muerte avanza, aparecen datos y evidencias que revelan secretos de Stevie que ni aun su íntimo amigo conocía, y que no hacen más que aumentar el desconcierto y la angustia del protagonista en la búsqueda de la verdad. Hay en esto un juego de sospechas y de falsas pistas que luego se irá enderezando hasta que las piezas encajen en un todo coherente. Pero sospechas y pistas que no tienen que ver con el entramado policial clásico de “descubra al culpable”, sino con el rompecabezas psicológico de los personajes. Porque River es ante todo un policial atípico, que no pone el acento en las rutinas de la investigación y el procedimiento, sino en los laberintos de la mente de sus protagonistas. Esos laberintos que podemos visualizar en los largos corredores que el inspector recorre una y otra vez, hablando a veces con sus ayudantes y muchas otras veces con esos interlocutores que solo él ve.

    Dentro del elenco brilla un cuarteto de actores que llevan a un disfrute permanente: Stellan Skarsgard, ese sueco sesentón que Lars von Trier supo elegir más de una vez (Melancolía, Ninfomaníaca), encarna en forma majestuosa al inspector John River. Logra con ese rostro en apariencia inexpresivo transmitir el espectro riquísimo de sus emociones profundas. Una mirada o apenas un rictus nos pasea entre la felicidad y la angustia, con todos los estados intermedios. Generalmente hosco, por momentos tierno, Skarsgard termina haciendo de River un ser esencialmente querible porque transmite su desvalimiento afectivo.

    A su lado, Nicola Walker como Stevie es esa mujer de mirada fuerte, carácter arrollador, sufrida y golpeada por la vida, con un pasado y presente familiar complejos, que adivina el amor de su colega y trata sin éxito de que este lo ponga en palabras. Adeel Akhtar es el perplejo sargento Ira King, nuevo compañero de trabajo de River, designado por la Policía en sustitución de Stevie. Con ojos saltones de sapo y una barba azulada, son impagables sus miradas de incomprensión y temor ante los diálogos de River con el más allá. Eso no le impide terminar mostrando solidaridad y cariño hacia su compañero.

    Por último, Chrissie, la jefa de River, es Lesley Manville, esa enorme intérprete que ya pudimos apreciar en All or nothing (2002) y Another year (2010), dos notables películas del también británico Mike Leigh. Ella es la mujer disciplinada y racional que detrás de esa fachada esconde su drama familiar propio, drama que explotará por un costado imprevisto hacia el final de la serie. Es memorable su escena con River cuando este va a buscarla al supermercado adonde ella se ha refugiado, llenando el carrito para evadirse del abismo de su tragedia personal. Qué actriz, por Dios.

    El amor inconfesado entre John River y Stevie está ligado al principio y al final a una canción: I love to love, un hit de Tina Charles de los años 70. En el primer episodio lo escuchan y cantan dentro del patrullero; en un episodio intermedio, él trata de cantarlo en un karaoke pero un nudo de tristeza en la garganta se lo impide; en el último capítulo, habiendo descifrado ya la muerte de Stevie, la canción explota en una danza imaginaria de amor y felicidad. Quienes hayan disfrutado River no podrán evitar en el futuro, cada vez que escuchen I love to love asociarla con esta conmovedora historia.