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Mucha gente puede estar harta de las historias que transcurren en un futuro próximo donde la Tierra ha sido arrasada y los pocos sobrevivientes se pelean para recoger los escasos despojos que quedan, dentro de una propuesta sombría, amenazante y desesperanzadora. Explosión atómica, invasión alienígena, cataclismo natural o cualquier otra calamidad que haya provocado la desaparición de la civilización, ha servido para que el ser humano se degrade y apele a sus más bajos instintos para no perecer en un mundo hostil que ya no ofrece más que la promesa de llegar vivo al día siguiente. Francamente, el cine se ha saturado de estas visiones posapocalípticas, y lo único a lo que apuesta es a ventilar un poco el tema con escenas de acción poco originales, tan mecánicas como carentes de toda emoción. Por eso, cuando aparece un título como Oblivion, se nota inmediatamente la diferencia y todo resulta más interesante.
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¿Y dónde está la diferencia? Pues justamente en que no parece un filme de receta. La influencia de Philip K. Dick y de Ray Bradbury se palpa ya desde el principio, cuando se escucha la narración en la banda sonora por parte de Tom Cruise, donde se da cuenta de que estamos en el año 2077 y sesenta años atrás la Tierra fue invadida por extraterrestres que comenzaron por destruir la Luna y alterar los equilibrios planetarios con la consecuencia de terremotos y maremotos que sepultaron ciudades y liquidaron la fauna y la flora para siempre. Los sobrevivientes emigraron a la luna saturniana Titán, de condiciones similares a la Tierra, mientras los invasores eran derrotados luego de provocar esa catástrofe ecológica. En territorios áridos y desiertos, una enorme plataforma suspendida en el aire se encarga de extraer los últimos elementos vitales, al mismo tiempo que mantiene puestos de vigilancia para exterminar a los últimos scavengers (traducido como “carroñeros”) que aún depredan los despojos de lo que una vez fue Nueva York, sepultada ahora bajo un desierto de arena de donde emerge solitaria la cúpula del Empire State y los restos del puente de Brooklyn.
Panorama desolador que Jack y Vicky (Tom Cruise y Andrea Riseborough) contemplan desde las alturas de la torre de vigilancia, confortablemente instalados en ultramodernas habitaciones panorámicas desde donde reciben las órdenes de la plataforma espacial por medio de Sally (Melissa Leo). Jack debe salir todos los días en una veloz aeronave a controlar la presencia de scavengers y en algún caso a reparar alguno de los drones que se encargan de exterminar alienígenas y toda forma viviente que no sea el propio Jack. En las profundidades de una derruida Biblioteca Pública de Nueva York, se enfrenta con el enemigo, que sin embargo no parece querer aniquilarlo. Es el primer misterio de muchos, y a partir de allí el espectador debe agudizar muy bien los sentidos porque todo lo que ocurre es importante y ningún dato debe pasarse por alto, sobre todo porque la película no explica servilmente las cosas sino que las expone para que cada uno las vaya descubriendo al mismo tiempo que Jack. Nada falta ni nada sobra.
Hay elementos de “El vengador del futuro” (Total Recall) cuando se sabe que a Jack y a Vicky les borran la memoria cada cinco años. Y hay también rasgos de “Solaris”, de Andrei Tarkovski, cuando Jack se refugia en un idílico (y nostálgico) rincón lleno de vegetación y tiene sueños imposibles, donde se ve a sí mismo en Nueva York sesenta años antes, en compañía de la mujer amada (Olga Kurylenko), en la torre de un concurrido Empire State. ¿Cómo es eso? Luego de sesenta años él está igual, así que ese recuerdo no puede ser propio. Las cosas comienzan a complicarse cuando ciertos hechos obligan a Jack a cuestionarse a sí mismo acerca de su identidad. ¿Quién es él y por qué está allí´? ¿Quién es Vicky en realidad? ¿Y quién es Sally, cuyo rostro en blanco y negro desde una pantalla de pésima resolución contrasta con el moderno instrumental que maneja Vicky desde su consola? Como Charlton Heston en “Cuando el destino nos alcance” (Soylent Green), Jack debe investigar algunos puntos oscuros de esa regulada y ordenada realidad, donde su rutinario trabajo es a término (le quedan dos meses para irse a Titán) pero sus certezas (¿alguna vez las tuvo?) empiezan a tambalear.
La historia de Oblivion comenzó con una novela gráfica que Joseph Kosinski (1974) escribió cuando no encontró en Hollywood nadie interesado en filmarla. Luego hizo “Tron: el legado” (2010) para los estudios Disney y ese despliegue de efectos especiales de primera llamó, esta vez sí, la atención de los productores. Cuando Tom Cruise leyó la novela gráfica y se interesó en ella, nadie mejor que su autor para dirigirla. Y nadie mejor que Tom para interpretarla, porque a sus 50 años todavía posee la enérgica vitalidad y esa envidiable juventud para ponerse la película sobre los hombros (como siempre lo hace) y ayudar a dignificar un producto que tal vez en otras manos hubiese sido la habitual repetición de fórmulas que nadie desea. Acá no hay mucha acción física, porque la notable parte visual (fotografía de Claudio Miranda) alcanza para mantener la atención del espectador. Pero además hay una intriga que crece cuando, más allá de los límites permitidos, Jack descubre cosas (como Charlton Heston en “Planeta de los simios”) que se supone no debería saber. El fascinante enigma crece hasta el final, y uno todavía se queda pensando en algunos cabos sueltos que no eran tales, porque cuando lo piensa bien, todo cierra a la perfección. Los elementos estaban ahí, pero es uno mismo quien tiene que encontrar la explicación. Por eso y mucho más, resulta una historia de ciencia ficción apasionante. ¿No es así como debería ser siempre?
“Oblivion”. EEUU, 2013. Dirigida por Joseph Kosinski. Escrita por Kosinski, Karl Gajdusek y Michael Arndt, sobre novela gráfica de Kosinski y Arvid Nelson. Con Tom Cruise, Andrea Riseborough, Olga Kurylenko, Melissa Leo, Morgan Freeman. Duración: 125 minutos.