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    Pudimos ser héroes

    Un gran libro sobre música nacional escondido dentro de un caótico libro sobre música nacional. Un libro no es solamente su texto crudo. Un libro tiene que tener estructura, sentido, lógica interna. Un libro tiene que pasar por una buena edición para poder ser un buen libro. Los problemas de estructura, los sobrantes, la falta de líneas claras le restan, lo degradan, le impiden llegar a cumplir lo que promete.

    De la pantalla al papel

    La base de Hoy como ayer. Apuntes de colección: anécdotas de la música uruguaya 1968 – 2004 (Ediciones B, 2022) es el programa que Carlos Dopico (Montevideo, 1976) tuvo en Canal 12 en 2010 y 2011, La púa de colección (el nombre provenía de otro programa anterior, La púa a secas). Cada programa se enfocó en un disco emblemático del pop y el rock nacional, 12 el primer año, 13 el segundo, editados entre 1972 y 2004. Para cada disco se entrevistó a múltiples personas relacionadas, desde los propios músicos hasta técnicos, productores y periodistas. Pocas personalidades declinaron su participación en el programa por no tener ganas de rememorar su pasado, los más notorios Rubén Rada, Alfonso Carbone y los hermanos Fattoruso. Salvo esas y otras pocas excepciones, por la pantalla desfiló un nutrido “quién es quién” de la música de las últimas décadas.

    La grabación de estos programas dejó a Dopico en posesión de un descomunal archivo de entrevistas, en parte emitidas, en parte inéditas. Más de 150, según declara en el prólogo. Con semejante material entre manos, la idea de convertirlo en un libro era casi inevitable. Dopico pasó años seleccionando y transcribiendo los fragmentos más jugosos, según la que es la mejor idea del libro: no usar una línea temporal ni una separación disco a disco que reprodujera la del programa, sino capítulos temáticos disímiles, inesperados a veces y provocativos con frecuencia. Así el libro abre con una sección dedicada a canciones de éxito, pero luego vienen casi una decena más dedicadas a las dificultades para conseguir un sello, las anécdotas de grabación, el uso y abuso de alcohol y otras sustancias, el arte de tapa o las disputas internas en los grupos.

    Gracias a esa feliz elección en el libro pueden encontrarse infinidad de historias aisladas. Por ejemplo a los integrantes de Astroboy, llevados por su esnobismo a grabar su primer disco en un estudio vintage de Colonia que les resultaba irresistible, pero en el cual descubrieron que no tenían idea de qué hacer ni a nadie a menos de 180 kilómetros que los asesorara, y casi estropearon la grabación. O a Jaime Roos dando el paso más arriesgado de su carrera (y tal vez de la música popular uruguaya) al grabar el rupturista 7 y 3 luego del tradicional carnavalero Brindis por Pierrot. Hay desmitificaciones como las historias que aseguran que Mateo no era tan afecto al alcohol como sospecha la percepción general, sino que lo suyo eran las drogas y la necesidad de estados alterados de conciencia, hasta el punto de que cuando no tenía nada disponible cenaba guiso de lentejas para tener pesadillas esa noche. Hay incontables recuerdos y relatos de y sobre Los Estómagos, El Kinto, Darnauchans, Cabrera, Sórdromo, El Peyote Asesino, Zero, Los Traidores, Fernando Cabrera, El cuarteto de Nos, Niquel, La Trampa y más y más y más. Una posible fiesta para el interesado en el tema.

    Pero siempre hay un pero, y acá ese pero es el exceso. Claramente la música es la pasión principal de Dopico, y como pasa muchas veces con los proyectos de amor, el libro se le fue de las manos, se llenó de páginas innecesarias, perdió orden, se volvió ilegible.

    Malas decisiones

    El primer problema de Hoy como ayer puede detectarse ya en la primera página del texto, enseguida de pasado el prólogo. Esta página consta de 10 líneas de texto, seguidas por nueve notas al pie explicando quiénes son los mencionados en esas líneas de apertura: Aretha Franklin, Chuck Berry, The Beatles, Led Zeppelin, Black Sabbath, Bob Dylan, Bruce Springsteen, Queen y The Doors. El improbable lector al que apunta el libro, entonces, es alguien que llega sin achicarse a un volumen de más de 600 páginas buscando anécdotas de No Te Va Gustar, Jaime Roos, Sórdromo o Eduardo Mateo, pero al que hay que aclararle quiénes fueron The Beatles.

    Lo de las notas al pie empeora a medida que se avanza en la lectura. Hay de tres tipos: útiles (referidas a músicos uruguayos poco conocidos, técnicos, productores, estudios de grabación, equipamiento o salas desaparecidas), innecesarias (referidas a músicos extranjeros de por sí famosos) y directamente injustificables (explicando qué es un tranvía, que es un tentetieso, qué es un DeLorean o cuántas continuaciones tuvo la película Arma mortal).

    Las notas innecesarias enraban con otro problema: en cada capítulo Dopico se embarca en largas e inconducentes introducciones al tema, exhibiendo un conocimiento exhaustivo y universal que en realidad no agrega nada. El lector no necesita saber que los músicos de todas las épocas (incluyendo los compositores clásicos) abusaban del alcohol o las drogas antes de entrar en los entresijos de la grabación de 7 y 3 y enterarse qué músicos cobraban a tantos litros de vino por minuto. Las costumbres de Bach, Miles Davis o Syd Barrett son irrelevantes para la anécdota, para la temática principal del libro y para el lector. Y todas esas menciones eruditas acumulan y reproducen las notas al pie. Para cuando se llega a la de Barret, en la página 281, ya es la nota número 405. En total son 716 notas, en 644 páginas de texto.

    Luego está el desorden dentro de cada capítulo. Luego de esa feliz decisión de usar capítulos temáticos, dentro de cada uno de ellos los diferentes músicos o bandas se encadenan sin orden ni concierto, y así el lector pasa de estar leyendo algo sobre Fernando Cabrera a, luego de un punto y aparte y sin más aviso, leer algo sobre La Vela Puerca y algunas páginas después, en un salto de párrafo, a sumergirse en las vicisitudes de Mateo grabando en Buenos Aires. Así, como maleta de loco, sin manera de saber qué viene a continuación o dónde se leyó, un centenar de páginas antes, algo relacionado. Eso también provoca inconvenientes con las notas al pie que sí son necesarias; por ejemplo, si en la página 300 figura el nombre de un desconocido ingeniero de sonido no hay manera de saber dónde está la nota que aclara sus datos, tal vez 250 páginas más atrás. Esas notas deberían estar ordenadas al final, en un índice de nombres que permitiera acceder a lo que se busca desde cualquier punto de la lectura. También es imposible leer salteado (aunque Dopico lo recomienda en el prólogo) buscando lo que al lector le interese: no hay cómo saber dónde está cada cosa, ni orden de lectura posible más que el que impone el autor. Lo cual, en un libro fragmentario como este, es un pecado. Subtítulos para cada sección son necesitados desesperadamente, pero no están. Ni siquiera un salto de línea que avise del cambio de tema.

    En definitiva, una pena. Hay una abundancia de material prodigioso en Hoy como ayer, sepultado en malas decisiones editoriales. Incluso de a fragmentos está contado magistralmente, pero globalmente es un caos. Recortado, pulido, reordenado, señalizado, la lectura del este libro sería un deleite. Así como está, es un agobio.

    Vida Cultural
    2023-02-01T21:30:00