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    Arte eterno: “Orlando”, de Virginia Woolf, parodia y feminismo en una novela traducida por Jorge Luis Borges

    Ella dejó muchos rastros de su vida en varios tomos de cartas y diarios personales, pero es muy difícil decir con precisión cómo fue Virginia Woolf. Se sabe que pasó largos años sumida en la angustia y que peleó duras batallas contra sus voces interiores y contra las trampas que le tendía su imaginación. Se sabe que fue una niña abusada por dos de sus hermanastros, que fue una pionera en denunciar la situación de la mujer, que renovó las letras inglesas y que su marido y editor hizo lo posible por cuidarla. Se sabe que tuvo una amante y que la II Guerra Mundial y los bombardeos sobre Londres le hicieron perder cualquier esperanza. Se sabe que un mediodía de marzo de 1941 se suicidó en el río Ouse.

    A pesar de toda la información que la propia escritora inglesa registró y de los aportes de investigadores y biógrafos, su figura queda camuflada entre teorías feministas, sociológicas y psicológicas. “Virginia se nos escapa de entre los dedos como un pez hábil y escurridizo, y mientras huye sigue diciéndonos ‘atrápame’. La seguimos con la vista y la vemos confundirse con otros peces, comenzamos a entender que de nada nos sirve capturarla, si no hacemos lo mismo con todo el cardumen: la familia, los amigos, las relaciones y el entorno”, afirma la periodista y escritora argentina Irene Chikiar Bauer en su biografía “Virginia Woolf. La vida por escrito” (Taurus, 2012). Este enorme trabajo, que le insumió a la autora siete años de investigación, tiene como acápite una frase significativa escrita por la propia Woolf: “La verdad es que no se puede escribir directamente acerca del alma. Al mirarla se desvanece”.

    Primera edición de “Orlando”

    Convencida de que capturar la esencia de una persona es una tarea ardua, Woolf publicó en 1928 “Orlando: A Biography”, un libro con apariencia de biografía, pero que en realidad es una novela, sobre un hombre que se vuelve mujer y que no envejece más allá de los 36 años, aunque su historia comienza en la época isabelina y llega hasta comienzos del siglo XX.

    Publicada en Hogarth Press, la editorial que Woolf fundó con su esposo Leonard, la novela produjo un inicial desconcierto en los libreros, que llevados por su título la tomaron como una biografía, género de dudosa popularidad en la época. Pero el libro tuvo tal aceptación, que en pocos meses se publicaron tres ediciones. Para evitar confusiones, su título pasó a ser, simplemente, Orlando.

    En ese momento, Woolf ya era una escritora reconocida, y sus novelas “El cuarto de Jacob” (1922), “La señora Dallaway” (1925) y “Al faro” (1927) la habían ubicado en la vanguardia de las letras inglesas. Pero Orlando tenía un estilo muy diferente al de sus anteriores novelas, que habían sido narradas siguiendo el fluir del pensamiento de sus protagonistas. La propia Woolf había tomado como un juego la escritura de su nueva historia y fue la primera sorprendida por su éxito.

    “Pero escucha: supón que Orlando resulta ser Vita; y que todo trata sobre ti y los deseos de tu carne y el atractivo de tu mente”, le confesó Woolf en una carta a su amante Vita Sackville West, a quien le dedicó la novela. Poeta, novelista, aristócrata, paisajista y famosa por sus romances con mujeres, Vita es fácilmente reconocible en Orlando, ese joven noble que pasa las noches leyendo y escribe largos poemas inspirados en sus amores, en la naturaleza y en la lectura de los clásicos.

    Sin embargo, lo más atractivo de Orlando no son sus guiñadas a Vita o a otras personalidades del momento, sino su épica fantástica, cargada de ironía y desborde imaginativo. La mayor ironía apunta hacia las debilidades del género biográfico. Contada por el supuesto biógrafo de Orlando, que rastrea su vida a lo largo de 300 años, la novela incluye varias intervenciones del narrador para señalar los problemas que tiene al hurgar en viejos manuscritos: “En el momento preciso en que estábamos por dilucidar un misterio que ha desesperado cien años a los historiadores, había un agujero en el manuscrito donde cabía el dedo pulgar”, dice en un momento el narrador.

    Para este biógrafo en problemas, las dudas sobre Orlando son muchas y hay aspectos que ni siquiera trata de explicar. Por ejemplo, que el personaje viva desde 1588 a 1928 y que solo envejezca 36 años, o que después de un sueño que dura meses se despierte convertido en mujer. Woolf juega en todo momento con lo relativo de las apariencias y del relato histórico y con la idea de que una vida puede contener muchas otras.

    Así, Orlando conoce a la reina Isabel I y se vuelve el favorito de la corte. Luego cae en desgracia por un tiempo, vuelve ser un cortesano con Jaime I y se enamora de una princesa moscovita que le cambia su percepción con respecto al sexo. Enamorado y abandonado por la moscovita, el personaje sigue su trayecto por la historia. Viaja a Constantinopla y allí, luego de un sueño profundo, se despierta como mujer y así continúa su vida hasta que comienza el siglo XX.

    Orlando tiene pasajes de exuberancia narrativa, que con los años se llamó “realismo mágico”, como es la descripción de “La Gran Helada” que asoló los campos británicos: “Los pájaros se helaban en el aire y se venían al suelo como una piedra. (...) Los campos estaban llenos de pastores, labradores, yuntas de caballos y muchachos reducidos a espantapájaros paralizados en un acto preciso, uno con los dedos en la nariz, otro con la botella en los labios, un tercero con una piedra levantada para arrojarla a un cuervo que estaba como disecado en un cerco”.

    Por la novela pasan gitanos, rusos, turcos, reyes, duques y archiduquesas y también poetas, con los que Orlando tiene intercambios sobre literatura. De hecho el protagonista está escribiendo un largo poema narrativo que nunca termina, una burla de Woolf hacia su amante Vita, que había escrito un extenso poema llamado “La tierra”. “Escribía en él hasta mucho después de la medianoche. Pero como por cada verso que agregaba borraba otro, el total, a fin de año, solía ser menos que al principio, y era como si, a fuerza de escribirlo, el poema se fuera convirtiendo en un poema en blanco”, observa el narrador.

    Aparecen también sabrosas apreciaciones sobre la vida de escritores clásicos: “La mitad eran borrachos y todos calaveras. Casi todos reñían con sus mujeres (...) Garabateaban sus melodramas en el reverso de las cuentas de la lavandera y hacían de pupitre la cabeza de un aprendiz de imprenta”.

    Cuando Orlando se despierta como mujer, la novela adquiere mayor contenido social y un mensaje feminista más directo. No es casual que al mismo tiempo que lanzaba su novela, Woolf dictaba en Cambridge una conferencia que luego se publicaría como “Una habitación propia”. El ensayo se convirtió en una de las banderas del movimiento feminista moderno y aportaría a Orlando nuevas lecturas que hasta los años 70 no había tenido. “El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal vez. Si hubieran usado trajes iguales, no es imposible que su punto de vista hubiera sido igual”, piensa el personaje luego de su transformación.

    Nueve años después de su publicación en inglés, Jorge Luis Borges, por encargo de Victoria Ocampo, tradujo al español Orlando. Para Borges era “una novela originalísima, sin duda, la más intensa de Virginia Woolf y una de las más singulares y desesperantes de nuestra época”. Como todas las traducciones del escritor argentino, en la de Orlando hay una artesanía literaria propia, lo que le valió elogios y algunas críticas. Lo cierto es que mantuvo no solo los juegos narrativos de Woolf, sino que tradujo con fluidez el tono irónico de la escritora.

    En 1992, Orlando tuvo una versión cinematográfica dirigida por Sally Potter, con Tilda Swinton como protagonista. El rostro andrógino de Swinton resulta perfecto para interpretar a ese ser ambiguo que “combinaba la fuerza del hombre y la gracia de la mujer”, mientras seguía siendo el mismo Orlando de siempre. Así lo dice su biógrafo ficticio: “Orlando se había transformado en una mujer, inútil negarlo. Pero, en todo lo demás, Orlando era el mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad”.

    Virginia Woolf había nacido en Londres en 1882. Integró con otros intelectuales “el grupo de Bloomsbury”, que fue innovador en literatura y artes plásticas y tuvo fuertes pronunciamientos a favor del pacifismo y del sufragio femenino. Allí Virginia conoció a Leonard Woolf, quien sería su marido.

    En plena guerra y luego de haber perdido sus dos casas en Londres, decidió que no podía escribir más. Entonces, un día se puso su abrigo, cargó de piedras sus bolsillos y se sumergió en el río. Tenía 59 años.

    “Cuando escribo, soy tan solo una sensibilidad”, había anotado en uno de sus ensayos. Y esa frase resuena cuando se vuelve a leer alguno de sus libros.

    Vida Cultural
    2013-04-18T00:00:00