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Jon Alpert es un documentalista norteamericano con abundante producción. En 2006 ganó varios premios Emmy por su película Baghdad ER, que fue difundida por HBO y mostraba la guerra de Iraq desde la perspectiva de un hospital en Bagdad. Más tarde hizo Las lágrimas de Sechuan (2009) sobre el terremoto ocurrido en China en 2008, donde murieron alrededor de 70.000 personas. Ahora Netflix acaba de agregar a su cartelera Cuba and the Cameraman (EE.UU., 2017), un documental donde Alpert testimonia su cariño por Cuba, su simpatía hacia Fidel Castro y su curiosidad profesional por retratar a través del tiempo logros y fracasos del proceso revolucionario en la isla. Para ello se dice que filmó más de mil horas en varias visitas a Cuba, que se inician en los años 70 y finalizan en 2016 con la muerte de Castro.
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Las imágenes iniciales son de entre fines de los 60 y comienzos de los 70 y fueron tomadas con las primeras videocámaras. En blanco y negro y en color se suceden imágenes del basural que hay detrás de una vivienda, de una legión de costureras con salarios de explotación, de la represión de protestas en una escuela, de la muerte de un enfermo en un quirófano por falta de instrumental adecuado para la operación, de un Fidel joven y exultante arengando en un discurso, de John F. Kennedy en otro discurso criticando la falta de libertades impuesta por la revolución.
Siempre con cámara en mano, Alpert visita varias veces la isla. Conoce a la familia Borrego, cuatro hermanos: una mujer y tres varones. Estos son agricultores, se llaman Cristóbal, Gregorio y Ángel y viven en una granja en Caimito de Guayabal, en las afueras de La Habana. Son felices con poco: tienen sus bueyes, sus caballos, sus aves, sus bicicletas para ir al boliche a tomar ron. Alpert también visita una clase de adolescentes en una escuela en la zona e interroga a algunos alumnos en presencia del profesor. Todos están sonrientes y cuentan qué profesión quieren abrazar cuando sean grandes. Constata que la construcción funciona, que la medicina pública es gratuita. En el medio de una calle filma a una niña sonriente que se llama Caridad y que dice que cuando sea grande quiere ser enfermera. Estamos en 1974, plena época de los subsidios de la Unión Soviética al gobierno de Castro.
Al año siguiente vuelve y registra que hay abastecimiento de todo lo necesario en alimentación. Esta visita de 1975 es importante, porque marca el inicio de la relación personal de amistad entre Castro y Alpert. Este va a filmar el discurso de Fidel en un congreso por los 16 años de la revolución. Lleva sus cámaras que son muy pesadas en un cochecito de bebé. A la salida del congreso, el cochecito llama la atención de Fidel y entonces se acerca a hablar con Alpert y a investigar qué lleva ahí. A partir de ese momento y hasta la muerte de Fidel, ambos mantendrán una simpatía recíproca que le abrirá al cineasta puertas exclusivas para varias filmaciones. Ese mismo año y antes de volverse a su país, Alpert pasa nuevamente por la granja de los Borrego y los encuentra sonrientes como siempre, pero quejándose de que les han prometido el agua corriente y la energía eléctrica y nada de eso ha llegado.
En 1979 Fidel concurre a la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York para apelar ante ese organismo por el bloqueo impuesto por EE.UU. Alpert está aquí en su hora más gloriosa, pues es el único periodista autorizado por Castro para acompañarlo en el avión. Fidel está descontracturado. Cuando le preguntan si tiene puesto el chaleco antibalas, se abre la camisa, muestra el pecho desnudo y contesta: “Tengo un chaleco moral que me ha protegido siempre”. Una vez en tierra, la cámara entra a la habitación de Castro, este se acuesta vestido en la cama, se levanta, dice que duerme muy bien de noche, va a la cocina y abre la heladera para ver qué hay dentro. Luego de un brevísimo flash del final de discurso en la ONU, la cámara muestra a Fidel entre varios periodistas bromeando con Alpert y su esposa.
Vemos una miscelánea de imágenes cuando Castro permite que los cubanos exiliados en EE.UU. vuelvan a la isla a visitar sus familias; el emotivo reencuentro, el creciente descontento y angustia de los cubanos cuando con los regalos que les traen los exiliados se dan cuenta de todo lo que no tienen en la isla. También vemos el aumento incesante de gente que va a la Embajada de EE.UU. en La Habana a tramitar la visa para irse y la agresión de sus conciudadanos que en la vereda de enfrente los tratan de cobardes, y la presión cada vez mayor que lleva a que Fidel abra el puerto de Mariel para que los barcos estadounidenses vengan y se lleven a todos los que quieran irse.
La caída del Muro de Berlín acelerará el proceso de derrumbe en Cuba y Alpert no lo registrará ni con discursos ni con hechos políticos. Simplemente volverá una y otra vez a entrevistar a las mismas personas de siempre, los hermanos Borrego que se van apagando con los años mientras les roban los bueyes con los que aran la tierra; Caridad, la nenita que quería ser enfermera, luego fue madre a los 14 años y un buen día ella y sus hijos se habrán ido de Cuba; la familia de Luis, que tiene que caminar cien metros para traer agua en baldes a su casa mientras Luis está preso y nadie sabe por qué; los estudiantes de la misma escuela, que ya no están tan contentos como en la visita anterior y se quejan de la falta de comida; el racionamiento de los alimentos, las góndolas vacías en los supermercados, el hospital donde se siguen hirviendo las jeringas y agujas y lavando los guantes quirúrgicos para usarlos de nuevo y donde se trabaja con el 30 por ciento de los medicamentos necesarios.
La cámara husmea hasta 2016, registra una última visita a Fidel y luego vuelve en el mismo año para asistir a sus funerales. Ya había mostrado con anterioridad las mejoras que trajo el turismo, a Luis en libertad intermediando en la venta de artículos de construcción, lo que lo lleva a pasar de una miseria insufrible a una pobreza más o menos digna. Los cubanos andan por las calles con celulares, hay zonas de WiFi público. Pero también hay un contraste muy marcado entre la vivienda de un cubano que trabaja con el turismo y otro que no. Como lo dice Wilber, uno de los protagonistas: “En este país vale más un turista que un propio ciudadano.”
Más de 40 años de socialismo en Cuba son así escrutados a través de la vida de tres familias. Alpert muestra y pregunta, no opina. No obstante esa asepsia del realizador, el resultado exhibe el inocultable y prolongado fracaso del totalitarismo. El joven periodista cubano Carlos Manuel Álvarez definió así el trabajo de Alpert: “Si Alpert cree que el castrismo es un fracaso, ha filmado entonces un documental en el que demuestra lo que piensa. Si cree, en cambio, que no lo es, pues ha filmado un documental en contra de sus convicciones, lo cual lo avala aún más como reportero y cineasta.”