Ante un Auditorio Nacional del Sodre repleto como muy pocas veces, Joan Baez surgió desde la penumbra, vestida de camisa blanca y pantalón negro, y se dirigió al micrófono: “Muy feliz aquí en Uruguay con su presidente Mujica”, saludó. “Esta canción dice ‘Dios es Dios. Creo en las profecías, creo en milagros, creo en Dios. Pero Dios es Dios’. No es mío. No es tuyo”, proclamó, y cantó “God is God”, la canción del cantautor country americano Steve Earle, con que la cantante de 73 años siempre abre sus recitales.
Durante los siguientes 90 minutos, la mujer que enamoró a Bob Dylan, que cautivó a 300.000 hippies hace 45 años en Woodstock y cuyo canto firme se transformó en un símbolo rotundo de la canción de protesta, hizo lo que siempre ha hecho: cantar un repertorio combativo, compuesto de baladas que se rebelan ante injusticias y rescatan con evidente virtud poética algunas figuras de la lucha social que tuvo su apogeo en los años sesenta. Pero además personalizó su repertorio para Latinoamérica, no con uno o dos temas decorativos, sino con un espectáculo especialmente preparado para la ocasión, pues cantó en un muy buen español casi la mitad del tiempo que estuvo en escena.
Con soltura y buena onda, Baez lució una voz algo más aplacada que en su juventud, especialmente en registro y dinámica, pero no menos intensa. Mantiene ese vibrato medido, justo, agradable al oído, nunca grotesco. También mantiene su afinación perfecta y su capacidad innata de matizar el volumen de su canto, para lograr una interpretación rica en emociones, que siempre realza el verso.
Antes de la muy western “Handsome Mary, Lily of the West”, tradicional del folclore irlandés devenido un ícono country, Baez contó una pequeña historia de la canción. “Una balada típica de los comienzos de mi carrera”, sobre una chica que se debate entre dos amores, hasta que la disputa se resuelve en un duelo a muerte. Lo hizo en el español esmerado que usó durante la mayor parte de la noche. Incluso se las arregló para deslizar su buen humor con algún chiste ocasional o riéndose de su propio castellano.
Fue la ocasión para presentar a sus músicos: el multiinstrumentista Dirk Powell, quien comenzó con el banjo en esa tonada folk, y luego pasó con aplomo por guitarras, piano, mandolina y acordeón. A su lado, el percusionista Gabrel Harrisun, quien hizo un correcto uso del cajón peruano, esa batería sutil cada vez más masiva en el universo de la música popular, pero evidenció ciertos problemas de métrica cuando se pasó a los parches.
Como era previsible, sonaron abundantes versos de Dylan: la melancólica “Farewell Angelina”, la balada country “Don’t Think Twice” y por supuesto “Blowing in the Wind”, quizá el mayor himno humanista que se haya escrito en el siglo XX.
Baez entrega en esta gira sudamericana, llamada “Gracias a la vida”, unas cuantas tonadas en castellano, además de esa canción de Violeta Parra inmortalizada por Mercedes Sosa. Comenzó con una bella versión del son istmeño anónimo “La llorona”, sinónimo internacional de la cultura prehispana mexicana.
De inmediato recordó en “Deportee (Plane Wreck at Los Gatos)”, en ritmo de ranchera, a los miles de muertos y desaparecidos mexicanos en su eterno trajinar por la frontera del Río Bravo hacia Estados Unidos. “Goodbye to my Juan, goodbye Rosalita. Adiós mis amigos, Jesús y María”, dice la canción del mítico héroe folk Woody Guthrie (principal referente de Bob Dylan en sus inicios y de toda la generación folk americana de los años sesenta), que evoca un accidente aéreo en California donde murieron 32 personas, 28 de ellos inmigrantes mexicanos ilegales.
El segmento de baladas al piano comenzó con “Just the Way You Are”, un tema de su aparcero Dirk Powell. “Te veo, te quiero, te necesito, te amo, exactamente como eres”, tradujo, y la cantó a dúo con su asistente Grace, a quien no le tembló la voz para armonizar a la perfección con su jefa. “I believe one day in Jerusalem no más armas”, dijo en su personal spanglish, y cantó la bella “Jerusalem”, otra gran canción de Steve Earle.
Una salva de aplausos surgió de la platea cuando presentó “Mi venganza personal”, del nicaragüense Tomás Borge, comandante del movimiento revolucionario sandinista fallecido en 2012. “Pero el pueblo hoy bajo su piel, rojinegro tiene herido el corazón”, entonó, y cayó otra bomba de palmas. A continuación, “Te recuerdo Amanda”, de Víctor Jara, fue una de las más aplaudidas de la noche.
Como en un ensayo general de su próxima parada en Brasil (luego de pasar por Chile y Buenos Aires), Baez se animó a cantar en portugués, con una muy bien lograda y pronunciada versión de “Cálice”, de Chico Buarque, acompañada tímidamente por buena parte del público. Similar solvencia demostró para llevar al terreno del blues la formidable “The House of the Rising Sun”, que todos recuerdan por la versión de The Animals, pero que en realidad es de autor desconocido.
No se puede decir lo mismo de su versión de “La Cigarra”, de María Elena Walsh. Visiblemente falta de ensayo, fue la más floja del concierto. Errores de letra y métrica le complicaron la vida a los músicos, que sufrieron para mantener el pulso.
Luego de “Joe Hill”, tema que homenajea al líder sindical y músico estadounidense, de origen sueco, Joel Emmanuel Hägglund, “que canté en Woodstock y que suena en marchas de protesta de todo el mundo”, volvió a la canción latinoamericana con “El preso número nueve”, de Chavela Vargas.
El final fue una auténtica comunión musical entre la artista y el público, que aplaudió el tarareo que estribilla la épica “The Boxer”, de Paul Simon, coreó “Imagine”, de John Lennon, con su letra en plural (“You may say we are dreamers, But we are not the only ones”), y cantó los versos de “Gracias a la vida”, en una versión rara, levemente aflamencada.
La cantante gratificó la ovación una y otra vez, no con un bis sino con tres regresos: “Swing Low, Sweet Charriot” sola con su guitarra, “Here’s to You”, el emblemático tributo a Sacco y Vanzetti, sin dudas el aplauso más emotivo de la noche. Siguió con “Blowing in the Wind” y, como bonus track, se despidió, acompañada a coro por la platea, con “No nos moverán”, del americano Dean Read, un músico que llegó a ser llamado el Red Elvis, recaló en el Cono Sur, grabó esta canción en un disco a beneficio del Frente Amplio en 1971 y murió en la República Democrática Alemana en 1986. La canción se popularizó especialmente en Chile, Uruguay y España, donde su letra mutó a “Del barco de Chanquete... no nos moverán”, en el capítulo final de la serie “Verano azul”.
Sin misterios ni sorpresas, y con una emotividad medida, sin caer en excesos demagógicos, Joan Baez se mostró auténtica, directa y sencilla, e hizo lo que todos fueron a escuchar: una antología de la canción de compromiso político y social de las tres Américas, el testimonio comprometido que pronunció durante toda su vida.