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    Retrato definitivo de un mutante irresistible

    Un caleidoscopio cinematográfico y musical que se asemeja, uno ha de suponer, a esa sensación conocida como la sinestesia, cuando la percepción de un sentido es trastocada por las propiedades del otro. Así podría definirse, en su superficie, a Moonage Daydream, un excepcional documental sobre el cantautor inglés David Bowie que tendrá funciones hoy, jueves 15 y mañana, viernes 16, en salas de la cadena de cines Movie.

    La propuesta, que debe ser considerada una rareza tanto por su naturaleza como por lo efímero de su estreno en cines de Uruguay, se asemeja a un horror vacui exquisito de imágenes y sonidos que se aleja de la fórmula del documental biográfico y busca, con su torrente de estímulos, capturar el encanto detrás de la construcción provocadora y cambiante que Bowie hizo de sí mismo como artista a lo largo de las décadas.

    Si lo logra o no tal vez no sea la interrogante apropiada que se deba hacer alrededor de una película como Moonage Daydream. Su atractivo parece partir de la inevitable aceptación de su misión imposible. ¿Se puede acaso resumir la vida de un artista camaleónico que tomó al siglo XX por sorpresa y dejó, en el nuevo milenio, un vacío que aún busca un dueño de su talla que lo reclame?

    La respuesta puede encontrarse, al parecer, en una aproximación hacia el homenajeado bajo una formulación que el documental hace a lo Julio Cortázar. Hete aquí todos los David Bowie, el David Bowie.

    En sus casi dos horas y media de duración, el documental habita un espacio temporal oximorónico. El relato es contado con un frenesí y una velocidad que apenas si permite tomarse un respiro a medida que vemos cómo la vida de Bowie es resumida en momentos cúlmines de su carrera como artista. Y el tiempo vuela.

    El documentalista Brett Morgen es el responsable de cargar con la labor y hay que aplaudirle varias de las decisiones tomadas alrededor de la obra. El punto de partida para Morgen fue favorable pero no por ello menos dificultoso. La familia y herederos de Bowie, quien nació en Brixton en 1947 con el nombre David Robert Jones, manejan con sumo cuidado todo lo vinculado al legado futuro del cantautor y el tratamiento de su obra.

    En 2020, cuatro años después de la muerte del cantante por cáncer de hígado, se estrenó la biografía dramática Stardust, que se centró en un período de poca fortuna para el músico durante sus primeros viajes a través de Estados Unidos. La ficción no cuenta con ninguna canción oficial del artista y fue tildada por Angela Bowie, exesposa del compositor, como “una total pérdida de tiempo”. Desde entonces, no se escuchó sobre ninguna otra película que intentase encapsular a David Bowie.

    Morgen, quien antes de Bowie supo superar con creces la también difícil tarea de retratar a Kurt Cobain —lo hizo en Cobain: Montage of Heck al combinar los diarios del cantante de Nirvana con animaciones—, consiguió la aprobación de la familia de Bowie y no solo eso, sino también un consejo de su parte. “David Bowie no va a estar acá para aprobar la película”, le dijeron, según reveló en una entrevista. “Esto no se trata de David Bowie hablando de David Bowie. Se trata de un artista dialogando con otro. David Bowie según Brett Morgen”.

    Más que un documental, Moonage Daydream es una atracción, una obra que quiere resumir, desde la fascinación, el espíritu de la figura que la inspira. Es una película que parece estar diseñada no con la intención de mostrar a Bowie, sino de sentirse como Bowie.

    Es ineludible, en ese sentido, la confianza plena que la película tiene desde el primero de sus segundos, cuando se avizora que lo que se verá en adelante es un montaje de una energía incesante que retrata a Bowie a través de tres tipos de imágenes recolectadas de un archivo personal simplemente asombroso.

    La voz que llevará adelante el relato es la del propio Bowie, presentada en declaraciones dispuestas sin un contexto histórico marcado, más allá de una serie de entrevistas televisivas desperdigadas por diferentes años en donde los fanáticos con mayor conocimiento sobre Bowie podrán ubicarlo temporalmente de acuerdo a alguno de sus tantos looks distintivos.

    También se despliega, en las escenas que acercan a la película a su cara más tradicional en relación con las películas sobre músicos, mediante un repertorio generoso, y de una calidad de imagen impecable, parte de las presentaciones que Bowie hizo sobre los escenarios a lo largo de los años. Aquí nuevamente la edición de la película se luce, porque si bien es raro que una de las canciones del filme se reproduzca en su totalidad, la transición de lo sonoro a lo hablado siempre sucede con fluidez.

    Tal vez uno de los aspectos más novedosos que hacen de Moonage Daydream una propuesta atípica sea su capacidad de prescindir durante varios momentos del rostro del cantante y en su lugar exhibir una plétora de imágenes sobre las obras que influenciaron, de alguna u otra manera, a Bowie. La lista de películas presentes, por ejemplo, es interminable y hace pensar que Morgen contó con uno de los mejores equipos de seleccionadores en la vuelta, capaz de elegir el fotograma preciso de Viaje a la luna de Georges Méliès o de Un perro andaluz de Luis Buñuel.

    También hay vistazos detallados al resto de los intereses que rodearon a Bowie, desde su carrera como actor, sus obras pictóricas y hasta sus esculturas, que por momentos inundan la pantalla con la misma relevancia que sus canciones. Algunas de estas obras y escenas resultan sorprendentes, mientras que otras justifican la decisión de Bowie, según lo explicita, de no compartir al público cada uno de sus impulsos creativos. Era, a fin de cuentas, humano.

    Puede que ese afán experimental de la película por construir estos collages de archivo, música, cine y más resulte, pese a sus buenas intenciones, en una digestión algo dificultosa para quien desconoce la obra del artista por fuera de sus hits más pop en la segunda mitad de su carrera, aquí retratada como el resultado de un artista dispuesto a abrazar el optimismo de la vida adulta que le siguió a una juventud revolucionaria y de excesos.

    De todas formas, en su torbellino audiovisual, Moonage Daydream siempre se las termina ingeniando para volver a otro de los grandes encantos detrás del hombre dueño de uno de los rostros más magnéticos en la historia de la música: su palabra. Entre canciones, entre archivos y entre conciertos Bowie habla y habla. Habla del amor, del tiempo, de la identidad, del género, del arte y de la muerte. Se presenta siempre, tanto en sus atuendos estrafalarios como en sus vestimentas más formales, con una franqueza inquebrantable.

    Finalmente, la confrontación constante alrededor de un artista de este calibre, con la humanidad en contra del mito, nos permite conocer a una personalidad frágil, atraída por el mundo que lo rodea y la búsqueda de una identidad que solo pudo construir, con el tiempo, a través de la mutación constante.

    La decisión de Bowie de abandonar la etapa con mayor parafernalia de su carrera para dar lugar a alguien dispuesto a mostrar su arte a flor de piel nos ayuda a entender cómo un compositor tildado de futurista fue capaz de aprender, con el tiempo, a vivir en el presente. La sensibilidad única de Bowie se percibe en la búsqueda a la par que se muestra en Moonage Daydream, una pieza como pocas, al igual que su protagonista.