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    Revelar y no olvidar

    Enero de 1997. El balneario Pinamar está al tope y vive el auge de las fiestas glamorosas, de los desfiles de moda, de la ostentación y del consumo al mango.

    El presidente argentino Carlos Saúl Menem participa de la movida: se codea con el jet set, mezcla política con diversión, baila con una odalisca o promete vuelos espaciales para viajar desde Argentina a cualquier parte del mundo en una hora. “Pinamar en los 90 era una síntesis de lo que ocurría en la política nacional: la frivolización fomentada por el presidente Menem”, dice el periodista Gabriel Michi en el documental El fotógrafo y el cartero, reciente lanzamiento de Netflix que reconstruye el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas ocurrido en Pinamar el 25 de enero de 1997, cuando tenía 36 años. Ese día, los focos se alejaron de la fiesta interminable y viraron hacia lo más siniestro de la sociedad argentina.

    Michi es una de las voces centrales del documental. Compañero y amigo de Cabezas, trabajaron juntos en varias coberturas para la revista Noticias y registraron lo que ocurría en la temporada veraniega de Pinamar. Su relato de aquel día de 1997 es estremecedor, sobre todo porque él, que en ese momento tenía 29 años, también podría haber muerto con Cabezas. El 24 de enero habían ido juntos a una fiesta en la casa del empresario Óscar Andreani, pero Michi se fue primero. Nunca más vio con vida a su amigo.

    Al otro día, la policía encontró en un paraje descampado, a unos 15 kilómetros de Pinamar, el Ford Fiesta blanco que utilizaban el periodista y el fotógrafo para trasladarse. Estaba incendiado y dentro había un cuerpo calcinado, esposado y con un tiro en la cabeza (aunque después se supo que le dieron dos). Muy pronto Michi descubrió que era el cuerpo de su compañero José Luis, a quien estaba buscando. “Ah, pibe, ya entiendo por qué tenés miedo”, le dijo el comisario de Pinamar cuando Michi le nombró al Hotel Arapacis, uno de los lugares que habían investigado con Cabezas. Es que al dueño de ese hotel nadie lo quería mencionar, nadie se metía con él y muy pocos conocían su rostro. Era el empresario Alfredo Yabrán.

    Dirigido por Alejandro Hartmann y con la producción de Vanessa Ragone, la misma dupla de la docuserie Carmel: ¿quién mató a María Marta?, El fotógrafo y el cartero es un documental tradicional, de esos que se sustentan en los testimonios frente a la cámara y en el archivo fotográfico y audiovisual de época. En ese sentido, va hacia donde tiene que ir: hurga en las figuras del mundo político, empresarial, policial y judicial y en la familia de Cabezas y sus colegas más cercanos. Tal vez lo más flojo es la entrevista a Eduardo Dhualde, que aparece como el gobernador comprometido con la verdad, aunque su interés era que este crimen no salpicara su camino hacia la presidencia.

    Los relatos se hilvanan con la aparición de fotos que se están revelando, que se van haciendo cada vez más nítidas. Y son justamente dos fotos las que enmarcan el asesinato de Cabezas y que de alguna forma simbolizan el momento político que vivía Argentina.

    Noticias tenía “el staff de fotógrafos más importante de Latinoamérica”, relata Hugo Ropero, editor de fotografía de la revista. En ese equipo se destacaba Cabezas como un profesional respetado. Ropero no le tenía mucha simpatía porque lo consideraba un poco altanero y testarudo, pero reconoce su audacia y su “perspectiva rara” para sacar las fotos. Recuerda que no dudó en llamarlo cuando le pidieron cinco buenos fotógrafos para el nacimiento de Noticias.

    Cabezas fotografió a dos personas por las que podría haber quedado “marcado”. Una de ellas fue Pedro Klodczyk, jefe de la Bonaerense, el cuerpo de la Policía de la provincia de Buenos Aires. Tomada en agosto de 1996 fue tapa de Noticias y acompañaba una investigación sobre corrupción policial. El artículo tenía por título Maldita policía y fue el comienzo del fin de Klodczyk, porque al poco tiempo Dhualde, gobernador de la provincia, lo destituyó. La fotografía llevaba el sello de Cabezas: se había parado encima del escritorio de Klodczyk, de tal manera que lo hizo mirar hacia arriba. Y el policía lo miró como lo que era, un tipo pesado, intimidante. “Una de las satisfacciones que te da este trabajo es poder pisarles el escritorio a estos hijos de puta”, recuerda Michi que le decía el fotógrafo cuando lograba una de esas imágenes.

    La otra persona, tan poderosa como peligrosa, a la que fotografió Cabezas fue Yabrán, el multiempresario más importante de los 90, que había sacado a los tiros a periodistas que fueron a entrevistarlo, que manejaba una fortuna cercana a los 4.000 millones de dólares, que era dueño del correo privado, del clearing bancario, de los servicios de carga y descarga de aviones, de los freeshops de los aeropuertos. Otro tipo pesado que hizo negocios con la dictadura y después con todo quien tuviera poder. Un tipo al que no le gustaba que lo fotografiaran. Pero Cabezas logró hacerlo en la playa, en febrero de 1996, cuando Yabrán había salido a caminar por la orilla con su esposa. Y esa foto también fue tapa de Noticias. Y Yabrán comenzó a salir en los medios.

    Cuando apareció el cadáver calcinado de Cabezas, los periodistas primero interpretaron que era un mensaje hacia ellos de la Bonaerense. Rápidamente Dhualde, que tenía la ambición de ser presidente, enfocó la atención en Yabrán. Lo cierto es que en la investigación, claramente narrada por el documental, se comprobó el vínculo del empresario con Gustavo Prellezo, subjefe de Policía de Pinamar, quien reclutó a otros policías para que llevaran adelante el crimen. Finalmente, con todo en su contra y sin respaldo político, Yabrán se suicidó el 20 de mayo de 1998 en su casa de Aldea San Antonio.

    Asesinado en plena democracia, con métodos mafiosos que recordaban a la dictadura, Cabezas se convirtió en un símbolo no solo para los medios, sino para la población, harta de asesinatos, corrupción y atentados impunes.

    La primera manifestación callejera que reclamó justicia se hizo el mismo día del sepelio. Los fotógrafos rodearon el Obelisco y dejaron las cámaras en el suelo, pero se dieron cuenta de que ese gesto parecía una señal de derrota. Entonces las levantaron hacia el cielo. A ese acto espontáneo, doloroso y de rabia contenida se le llamó “el camarazo”. Y de allí en más se sucedieron marchas ciudadanas en Pinamar, en Salta, en Tucumán, en La Plata, y el rostro del fotógrafo estuvo en todos los carteles, en todos los muros y en las pantallas de la televisión acompañado de la leyenda “No se olviden de Cabezas”.

    El fotógrafo y el cartero trae nuevamente ese rostro y esa consigna para que se lo siga recordando. Pero, más que certezas, el documental deja dudas sobre si Yabrán realmente fue el ideólogo del asesinato de Cabezas. Deja mucha rabia por la liberación anticipada de los culpables. Y lo peor: deja la convicción de que todos quienes tuvieron su cuota de poder mienten.