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Antes de ver El gran Gatsby según versión del director australiano Baz Luhrmann (“Baila conmigo”, “Romeo + Julieta de William Shakespeare”, “Moulin Rouge”, “Australia”), conviene enterarse no solamente que hubo otras adaptaciones de esa aclamada novela (la más conocida es la de Jack Clayton de 1974, con Robert Redford y Mia Farrow, pero hubo otra en 1949, de Elliott Nugent, con Alan Ladd y Betty Field), sino que el propio autor fue libretista de Hollywood en los últimos años de su vida. Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) escribió su más famosa novela entre 1923 y 1925 y, como lo mostraba acertadamente Woody Allen en “Medianoche en París”, era también un bon vivant elegante y educado, casado con una hermosa mujer (Zelda Sayre) y disfrutando de la Ciudad Luz junto a la colonia americana que se había instalado allí (Ernest Hemingway, Cole Porter, Gertrude Stein, Thornton Wilder). Estaba en el mejor momento de su vida.
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No le duró mucho, porque su bienamada Zelda comenzó a dar muestras de inestabilidad mental y terminó internada con ataques de esquizofrenia, lo que hundió a Scott Fitzgerald en la amargura y el alcoholismo. Como muchos otros novelistas, se fue a Hollywood pensando en ganar dinero para pagar el tratamiento de su esposa, pero no tuvo suerte. Intervino en muchas películas (la mayoría para los estudios MGM) pero solamente apareció en los créditos de “Tres camaradas” (1938, de Frank Borzage, con Robert Taylor, Margaret Sullavan), aunque se sabe que colaboró en “Un yanqui en Oxford” y “María Antonieta” (ambas de 1938), en “Mujeres” y en “Raffles” (de 1939) y en varias otras donde su nombre no fue acreditado. Cuando murió era una ruina física, y los hermanos Coen se inspiraron en él para “Barton Fink” (1991). Antes, el escritor Budd Schulberg lo había retratado en su novela “Los desencantados” (1950), recordando cuando ambos colaboraron en la película “Carnaval de invierno” (1939) de donde fueron, como siempre, despedidos.
Durante sus últimos años, Scott Fitzgerald estuvo vinculado sentimentalmente con la periodista Sheila Graham y esa relación fue el tema de “Mi amada infiel” (1959, de Henry King, con Gregory Peck y Deborah Kerr). Otras novelas y cuentos suyos adaptados a la pantalla fueron “La última vez que vi París” (1954, de Richard Brooks, sobre “Babilonia revisitada”, con Van Johnson, Elizabeth Taylor), “Tierna es la noche” (1962, de Henry King, con Jennifer Jones, Joan Fontaine, Jason Robards), “El último magnate” (1976, de Elia Kazan, con Robert De Niro) y últimamente “El curioso caso de Benjamin Button” (2008, de David Fincher, con Brad Pitt, Cate Blanchett). La TV ha adaptado numerosas veces sus historias, al menos desde 1950. Fue un gran escritor, pero el cine nunca hizo justicia con sus obras. Lo mismo pensaba Hemingway de la suya, aunque nunca escribió libretos para el cine pero hizo buen dinero vendiendo a Hollywood prácticamente todas sus historias.
¿Qué pasó con Scott Fitzgerald? Si se observa superficialmente esta nueva El gran Gatsby se verá que comete el mismo error que la versión de Jack Clayton de 1974. Aquella fue acusada en su momento por su fotografía almibarada y su decoración recargada, pero la esencia de la novela había quedado afuera. El misterio de Gatsby (Redford) estaba rodeado de una aureola romántica y la pintura descarnada que hacía el autor de aquellos roaring twenties donde la clase rica mostraba su decadencia y se precipitaba al desastre de 1929 quedaba sepultada bajo los dorados y ocres de la luminosa y estereotipada puesta en escena. Si hace 39 años se pensaba así, qué decir entonces de los delirios visuales casi indigestos de Baz Luhrmann, un director que no se caracteriza precisamente por atender el aspecto dramático de sus asuntos sino que los pulveriza, los pasa por la batidora, los mete en el horno para convertirlos en una torta inflada e insípida y luego los decora con toda la parafernalia que tenga a mano para presentar finalmente un postre colorido y empalagoso, más indigesto que sabroso, más atosigante que placentero.
Confesamos haber huido de la versión en 3D, pero el vértigo de esa cámara que cae en un veloz picado sobre una fiesta pantagruélica, los autos de época lanzados a una carrera que aturde y enceguece, el montaje cortado y los furiosos travellings sobre una Nueva York de 1922 reconstruida digitalmente son todos los chiches que Luhrmann emplea para ocultar que no sabe contar una historia, que carece de talento para profundizar en los personajes, que es incapaz de lograr una fluidez narrativa medianamente tolerable, que su elenco (salvo Leonardo DiCaprio que se las arregla para crear un personaje que no es Jay Gatsby, pero al menos es creíble) va para cualquier lado y que su manía de utilizar música moderna en filmes de época ya no es solamente anacrónica: es ridícula. Salir con dolor de cabeza es el mal menor que le espera al espectador. Si la vio en 3D es probable que también salga con el estómago revuelto, como si hubiese subido a la montaña rusa después de almorzar.
“El gran Gatsby” (“The Great Gatsby”) EEUU/Australia, 2013. Dirigida por Baz Luhrmann. Escrita por Luhrmann y Craig Pearce. Con Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Isla Fisher, Joel Edgerton, Elizabeth Debicki, Jason Clarke. Duración: 142 minutos.