Jack the Ripper se convirtió en un símbolo de lo macabro, pero también el apodo sirvió para la sátira. Fue justamente ese tono el que usó Florencio Sánchez (Montevideo, 1875-Milán, 1910) cuando era apenas un adolescente y escribía artículos de denuncia, agudos e irónicos en “La Voz de Minas”, que firmaba como “Jack (sin destripador)” o, simplemente, como “Jack”. “Seguro que esta vez ciertos escribidores adivinan quién soy. Andan tejiendo y tejiendo y no pueden dar conmigo (...) Revuelven medio pueblo; preguntan aquí y allá, y el pícaro Jack no aparece”, escribió en “Adivina adivinador”, un artículo de 1891.
“Este trabajo lo inicié rastreando una pifia, error que hace 50 años se viene cometiendo y que yo mismo cometí”. Con estas palabras, Perera comenzó su conferencia en Montevideo, realizada en la Biblioteca Nacional el jueves 10 de mayo, al referirse a su nueva investigación sobre Sánchez. Su trabajo de “pesquisa” comenzó un año y medio atrás, cuando quiso publicar los 34 artículos que habían aparecido con la firma de “Jack the Ripper” en la revista argentina “Alborada” y que nunca más se habían reproducido.
Al examinar esas publicaciones, supuestamente del dramaturgo uruguayo, a Perera se le despertaron varias dudas. Por ejemplo, encontró que el artículo “Oros son triunfos”, un diálogo entre un hombre negro y una mujer blanca, tenía un notorio contenido “machista, clasista y misógino”. Para el investigador, “en su época, este texto podía pasar por una broma, pero no podía ser de Sánchez, que no tenía ningún matiz de ese tipo en su obra”.
También le pareció extraño que Sánchez, de militancia anarquista, hubiera publicado en “Alborada”, una revista argentina de tendencia conservadora que había sido fundada por Constancio Vigil, también creador, años después, de la revista infantil “Billiken”.
En otro artículo, le llamó la atención que Jack the Ripper polemizara con un crítico cubano por ofender a poetas ecuatorianos. “Esto hacía agua por todos lados. Sánchez nunca se metió en polémicas literarias, ¿por qué habría de hacerlo sobre poetas ecuatorianos? Allí me di cuenta de que esos textos no podían pertenecerle”, dijo.
Así fue como Perera llegó al nombre de Campos (Guayaquil, 1868-1939). En la Biblioteca de Madrid encontró dos de sus textos publicados en “Alborada”, y en Guayaquil comprobó que Campos tenía una copiosa producción.
Además, en la revista “El grito del pueblo”, Campos contaba con una sección denominada “Rayos catódicos”, en la que publicaba artículos de costumbre con marcada intención satírica, como también, en la misma época, los había escrito Sánchez. La contemporaneidad de ambos escritores, el tono costumbrista, humorístico e irónico de sus artículos, sumado a que Campos publicó en Buenos Aires y en Chile, son parte de la “pifia” en torno a la identidad de Jack the Ripper. Según Perera, “Campos fue un hombre fiel al Partido Liberal y seguramente no fue tan radical en sus opiniones como Sánchez, pero ambos tenían ideas avanzadas y podrían llegar a coincidir en sus juicios”.
Él rastreó el origen de esta confusión y llegó a 1913, cuando el dramaturgo argentino Federico Mertens publicó un artículo, a tres años de la muerte de Sánchez, atribuyéndole el seudónimo “Jack the Ripper”. “Escribió eso sin haber visto nunca ‘La Voz de Minas’, y los demás críticos lo comenzaron a repetir. Fernando García Esteban, biógrafo y estudioso de Sánchez, trató de corregir este error, pero no tuvo éxito”, sostuvo el investigador.
Quien complicó más el asunto fue el crítico argentino Julio Imbert, que publicó en 1954 textos aparecidos en “Caras y Caretas” y en “El Sol” de Buenos Aires como si fueran de Sánchez, y los incluyó en sus Obras Completas. Esos cinco textos son: “La justicia en China”, “Ciencia política”, “El hombre de la situación”, “El hombre elegante” y “Los cachalotes”. “Se siguieron publicando en las ediciones de Dardo Cúneo, Jorge Laforgue y Vicente Martínez Cuitiño. Todos los hemos leído como textos de Florencio Sánchez”, subrayó Perera.
También aseguró que en Buenos Aires a los artículos publicados en “Caras y Caretas” y en “El Sol” les habían editado las referencias geográficas o culturales más evidentes. “Por ejemplo, donde decía ‘sucre’, habían puesto ‘pesos’, y si había un nombre geográfico ecuatoriano, lo eliminaban”.
Los críticos y la soberbia.
Perera no cree que haya habido una voluntad deliberada de hacer pasar como de Sánchez los textos de Campos. Lo que sí afirma es que los críticos no indagaron lo suficiente y solo se dedicaron a repetir lo que otros habían dicho. “Me parece que esta historia es una lección de modestia, de la cual nuestra crítica tiene gran necesidad”.
Mencionó especialmente a Roberto Ibáñez, quien en 1975 publicó un artículo en el que negaba que Sánchez hubiera usado ese seudónimo. “Pero se detuvo ahí. No puso en tela de juicio los textos editados en Argentina, ni tampoco intentó saber quién era Jack the Ripper. Lo irónico es que tanto a Walter Rela, quien le adjudicó a Sánchez los textos de ‘Alborada’, como a Ibáñez, quien los desmintió, les hubiera alcanzado con ir al fichero de la Biblioteca Nacional y buscar por Jack the Ripper para saber que era Campos”.
Esta referencia a los críticos suscitó un intercambio en la conferencia con uno de los asistentes, el investigador Daniel Vidal, quien salió en defensa de Ibáñez y de sus indagaciones sobre el seudónimo. Perera aclaró que no quería comenzar una polémica sobre Ibáñez, pero respondió que el crítico había pecado de una “soberbia inadmisible” por no citar los textos a los que hacía referencia y por no nombrar a Campos. “También Ibáñez había dicho que Sánchez era sifilítico y se basó en un chisme de pueblo, en el cuento que le hizo un mandadero de un periódico de Mercedes que conoció a Florencio cuando trabajó allí por tres meses. Le había dicho que Sánchez era ‘específico’, e Ibáñez lo difundió. Eso no es serio. Por ese motivo miro con recelo lo que el crítico escribió sobre este tema”, replicó.
En diálogo con Búsqueda, Perera explicó que la crítica sobre Florencio ha sido muy “canallesca”. “Hice un trabajo acerca de un crítico argentino, Juan Pablo Echagüe, quien publicó al mismo tiempo un artículo sobre Florencio en Francia y en Buenos Aires, pero con variantes: lo denigraba en el extranjero y lo ensalzaba en su país”. En sus búsquedas también encontró a “especialistas” que decían que el lenguaje de Florencio dejaba mucho que desear: “Pero eso es falso: si se revisan sus manuscritos, su escritura no tiene errores”.
Perera ejerció la docencia de literatura en el Departamento de Español de la Universidad de Nantes, hasta que se jubiló, hace más de diez años. Tiene varios trabajos escritos sobre la obra de Sánchez: indagó en el uso del cocoliche y su función estilística, y también sobre las obras “Los curdas” y “La gente honesta”.
También la narrativa de Felisberto Hernández fue motivo de sus investigaciones, en las cuales, como en esta ocasión, tuvo en cuenta la labor de los críticos. “Decían que Felisberto escribía mal, pero él se proponía reproducir el habla popular como elaboración literaria, no como un error, y eso no lo veían”. En especial, menciona a Emir Rodríguez Monegal: “No se comprende por qué lo destrataba de manera tan brutal, incluso como persona. Seguramente Felisberto tocaba cosas que a Emir lo espantaban, porque se metía con el inconsciente del lector”.
La investigación de Perera sobre “la pifia” en torno a Jack the Ripper aún está inédita, pero tiene dos propuestas para publicarla. Mientras el público espera su aparición, se pueden conocer algunos de los textos escritos por Sánchez en “La Voz de Minas” recientemente recopilados por la colección “Clásicos Uruguayos” en el volumen “Prosa urgente”.
Por suerte, ninguno de esos artículos está firmado por Jack the Ripper. Ese personaje pertenece a otra leyenda.
Vida Cultural
2012-05-24T00:00:00
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