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Un patio “lleno de oscuridad”. Un escenario cubierto de tierra. Una nieta arrastra el cuerpo de su abuela muerta. Una mujer joven convive con el fantasma ancestral de su anciana adorada. Lo interroga, lo consuela, lo acompaña en su transición de un mundo al otro. En este notable ejercicio de realismo mágico, ambas mujeres “desentierran el pasado familiar oscuro y violento que las mantiene unidas”. Desde ayer miércoles hasta el martes 12 Sofía Rivero y Emilia Díaz llevan adelante en la sala 2 del Teatro Alianza, todos los días a las 20.30, La Sapo, una pieza teatral pequeña por su despliegue escénico pero enorme por su potencia emotiva. Una historia que envuelve a la platea durante 50 minutos en un conmovedor cruce escénico entre teatro y poesía.
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Se trata de una coproducción entre artistas de Argentina y Uruguay, escrita y dirigida por el joven dramaturgo y director teatral cordobés Ignacio Tamagno, quien contó en la asistencia de dirección con Vachi Gutiérrez, ascendente directora y dramaturga (Refugio, Llamaste a Walter, Bienvenido todo) que pisa firme en la escena local.
La versión argentina de esta historia se estrenó en el primer semestre de este año en el Festival de Buenos Aires, se presentó en Montevideo el mes pasado —en Casa de la Pólvora— y tuvo un concepto más cercano a la “instalación escénica”, con mayor énfasis en la puesta que en la teatralidad. Esta versión uruguaya, jugada completamente al trabajo de estas dos actrices, es teatro en estado puro. Y merece verse.
Tamagno la define acertadamente como “un poema escénico”. Porque más allá de la historia que se cuenta, la riqueza poética del texto lo vuelve sobresaliente. Como el libanés-canadiense Wajdi Mouawad en Litoral, Incendios y Pacamambo, el autor cordobés logra trasladar magistralmente al escenario el duelo por una pérdida familiar tan cercana y todo el simbolismo del plano metafísico. Así, esos cuerpos cubiertos de tierra son a la vez elemento literal y metáfora. Así, el texto combina la contundencia de la revelación de las penurias que soportó esa mujer en su vida íntima, el calvario de soportar y naturalizar la violencia de su marido con la ambigüedad de la contradicción. Porque ese hombre cruel y despiadado, capaz de llamar a su esposa con el mote que da nombre a la obra, fue también un ser entrañable para su nieta. Así, lo que desentierra este relato es una poderosa muestra de amor familiar.
Todo sostenido en el sólido trabajo de las dos actrices. Díaz, en una sorprendente vuelta de tuerca a su carrera. Y Rivero, en una confirmación de su talento vertido en Habbuk y Podríamos y la nieve. Y todo con la proporción justa del humor que todo lo salva, que todo lo resuelve. En Tickantel se venden las entradas para las seis funciones que quedan de La Sapo, que luego, gracias a haber sido seleccionada por Iberescena, girará por varias ciudades argentinas. Literalmente, vale la pena.