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    Secretos del agente secreto

    007 Spectre, de Sam Mendes

    La secuencia de acción inicial, el clip con los créditos de apertura, las armas, los sofisticados accesorios, los escenarios exóticos, los autos —esos autos—, los tragos, las mujeres —la buena y la mala, ambas pasarán al menos una noche con él—, el villano menor —silencioso, grandote, fuerte, letal—, las peleas dentro de un vehículo en movimiento —y, en lo posible, en lo alto—, el villano mayor —siniestro, inteligente—, la música, y ese momento, cuando dice “Bond, James Bond”.

    No falta nada.

    Y sin embargo falta.

    Está la fórmula. Están todos los ingredientes. Falla la cocción. En esta última entrega, la número 24, algo quedó por el camino. Quizá el entusiasmo de Daniel Craig, que en las últimas apariciones públicas llegó a comentar que su personaje no aporta nada bueno a nadie. “Es un hombre triste. Tiene a su lado a hermosas mujeres, pero al final todas se terminan marchando y siempre se queda solo. Es un hombre realmente triste”, dijo en una entrevista. Craig, que además es productor del filme, lo interpreta por cuarta vez. “Afortunadamente mi Bond no es tan sexista y misógino como sus anteriores encarnaciones”.

    Es cierto. Con Graig, que lo interpretó por primera vez en 2006 en Casino Royale (dirigida por Martin Campbell, el mismo de GoldenEye, la primera de Pierce Brosnan), Bond ganó en humanidad. Cada época tiene su Bond. En el presente, no está claro si Bond impone o sigue modas. En el cine, las sigue. La búsqueda de la fórmula de la humanidad y de rasgos realistas condujo a los productores y guionistas a convertir al agente secreto en una figura similar a la del Bruce Wayne/Batman de Christopher Nolan. Condujo a esa lectura solemne, sombría y con el ceño fruncido de casi cualquier acontecimiento o emoción para generar la idea de que se está frente a algo verdaderamente serio, adulto e importante. Y eso, en Bond, la verdad, no siempre cuaja del todo. Produce escenas con conversaciones aburridas, al borde de la parodia. Estamos hablando de James Bond, no de Jason Bourne.

    En Skyfall (2012), la primera dirigida por el realizador británico Sam Mendes ­—director de Belleza americana—, Bond prácticamente regresaba de la muerte, golpeado y herido, para enfrentar al Mal, encarnado en Javier Bardem con el cabello platinado, y a los fantasmas de su pasado. Y como el plan parece ser seguir la senda de batmanizar a Bond, en 007 Spectre el viaje al pasado continúa hasta llegar a la raíz, hacia los secretos de Bond. Y hay revelaciones. Todo se ata para que las cuatro películas con Craig queden en un mismo paquete: Casino Royale, Quantum of Solace —cuya acción se inicia pocos minutos después del final de Casino Royale—, Skyfall y 007 Spectre, cerrando, posiblemente, una etapa en la vida de Bond, la más oscura. Bond se enamoró, se frustró, se lastimó, lloró, “murió”, viajó al origen, volvió a nacer.

    La secuencia inicial, en plena celebración del Día de los Muertos en Ciudad de México, es acción y excelencia. Bond logra obtener de aquí algo que es casi como el Anillo Único, algo que le permite llegar a Lucia Sciarra (Monica Bellucci), la viuda de un criminal italiano, y a la que seduce la misma noche del entierro, y accede, de forma clandestina, a una reunión supersecreta, el detonador del resto de la acción del filme. Una pista conducirá a otra, al reencuentro con un viejo enemigo, al encuentro con Madeleine Swann (la francesa Léa Seydoux, de La vida de Adele), y Bond sabrá que estuvo nada menos que frente al capo máximo de SP.E.C.T.R.E., la organización terrorista supersecreta que busca conquistar el mundo. Esto conduce a la buena noticia: el nuevo villano es Christoph Waltz. Lo que lleva a mala noticia. Por primera vez en la historia, Waltz no funciona. Podía pasar. El hombre parece jugar de taquito, hace dos o tres gestos, una sonrisita, esa que le sale tan bien, algo de acento, y listo, ya está. Talenteo infernal.

    SP.E.C.T.R.E. lo ha intentando de varias formas, y ahora lo hará de acuerdo a los tiempos que corren: vigilando y controlando a todos. Uno se entera de esto y más. Porque en verdad ocurre mucho. Para empezar, Bond es suspendido. La antigua M (Judi Dench) vuelve y el nuevo M (Ralph Fiennes) es un hombre sombrío que intenta hacerle frente a C (Andrew Scott), el nuevo jefe del Servicio de Seguridad, alguien que llegó para anular el Programa 00, asegurando que lo que hacen los agentes como Bond perfectamente lo pueden hacer los drones. Hay un villano menor, Mr. Hinx (Dave Bautista) —una reverencia a otros seres malignos de la saga, en especial a “Mandíbulas”— y una desabrida persecución en auto por Roma, una pelea más fuerte y más ruidosa a bordo de un tren. Y otra persecución, ahora con avioneta. Muchas escenas muy ruidosas y sobremusicalizadas —sí, a lo Nolan. Apariciones supuestamente divertidas —pero ciertamente balsámicas— de Q (Ben Whishaw), momentos y diálogos con metáforas: edificios en ruinas o a punto de ser demolidos —como el programa 00—, menciones a cicatrices y heridas —como el propio Bond—, un hombre al que le ha pasado mucho. Se viene el recambio.

    007 Spectre. (Spectre). Reino Unido, EEUU, 2015. Dirección: Sam Mendes. Guion: John Logan, Neal Purvis, Robert Wade, Jez Butterworth. Con Daniel Craig, Léa Seydoux, Christoph Waltz, Ralph Fiennes, Monica Bellucci. Duración: 148 minutos.

    Vida Cultural
    2015-11-12T00:00:00