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    Ser presidente, ese trabajo ingrato que supone evitar problemas que no registrará la historia y concretar menos de lo que se desea

    Sanguinetti no imagina cómo reflejará la historia lo que hizo en sus dos períodos, Lacalle cree que su gestión tuvo muchos logros que superarán el olvido y Mujica piensa que sobrevivirá su “leyenda”

    Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle y José Mujica ganaron su lugar en los libros de historia. Integran el selecto grupo de los ciudadanos elegidos democráticamente para presidir Uruguay. ¿Pero cómo serán recordados dentro de 45 años?¿Qué logros de su gestión le ganarán al olvido?

    Búsqueda consultó a Sanguinetti, Lacalle y Mujica sobre cómo responderían ellos a esas preguntas. Sus respuestas, que tuvieron enfoques muy distintos, dan pistas sobre sus personalidades y gestiones. Uno de ellos prefirió hablar de cómo la historia cambia su lectura de los hechos y cómo a veces se olvida que es más importante “lo que evitan” los presidentes que aquello que hacen. Otro dio un listado detallado de los “logros” de su gestión en condiciones adversas. Mientras que el tercero consideró que será quizás una “leyenda” y que, en todo caso, lo importante es pensar en el futuro.

    En el caso de Batlle, fallecido en octubre del 2016, Búsqueda decidió plasmar su voz a través de diversas entrevistas que brindó después de ocupar la presidencia.

    Cambian las percepciones.

    A Sanguinetti le apasiona la historia. La lee y la escribe. Y sabe que fue uno de sus protagonistas. Por eso, justamente, prefiere no pensar cómo serán recordadas sus dos presidencias (1985-1990 y 1995-2000).

    Como aficionado permanente a la lecturas históricas, sé que cada generación aporta una visión distinta. La historiografía no está congelada. Los hechos siguen siendo los mismos; sin embargo, la visión no es la misma porque las valoraciones cambian, los ordenamientos de categoría de un hecho en relación con el otro se modifican. Hubo épocas de historia heroica, épocas de historia económica, épocas de historia sociológica, todas se han traducido a visiones distintas. De modo que prefiero ni pensar cómo va a ser el pensamiento de lo que podamos haber hecho en estos años.

    Cuando asumió la presidencia por primera vez, Sanguinetti tenía 49 años y una larga experiencia en la arena política en el Partido Colorado. Dice que “no tiene dudas” de que habrá “un lugar histórico” para su actuación política. La de antes de llegar a la presidencia, la del proceso de transición de salida de la dictadura, y también la de sus dos períodos al frente del gobierno.

    No sé qué se valorizará más o cómo se interpretará. Hoy mismo cuando uno lee periodistas, lee artículos, de una generación que no vivió los episodios de la transición, uno ya encuentra visiones diferentes a las que uno tiene. Y no solo por cuestiones ideológicas, que también las hay, pero aun con una mirada que pretende ser más serena, uno ya advierte cambios en la mirada sobre los hechos.

    Insiste en que “los hechos están ahí, no se cambian”. Aun así, acota Sanguinetti, su lectura varía. “Uno ve los cambios que se van produciendo en la historiografía y es increíble”, dice. “Uno se pregunta cómo van a estar cambiando las visiones de lo que ocurrió en el año 1000. Y sin embargo sucede”. Cambian por “la gran enfermedad del historiador”, que es el anacronismo, y por los cambios metodológicos de los investigadores. “Cuesta mucho interpretar las cosas con la óptica del momento en que ocurrió”.

    La historia también puede ser un poco injusta con un presidente. Gobernar, sostiene Sanguinetti, es evitar más que hacer y eso no queda en el recuerdo.

    Los presidentes democráticos es más importante lo que evitan que lo que logran hacer. Lo que evitan es enorme. Si usted mira el diario de hoy y hace caso a todo lo que le reclaman, el Uruguay no dura más de 15 días. ¡El gobernante tiene que evitar tantas cosas!

    Además es muy ingrato, porque como lo que se evitó no ocurrió, nadie se lo va a agradecer. Queda en el olvido las crisis que se evitan, las que se soslayan.

    “¡Hay mucho más!”.

    Luis Alberto Lacalle sí sabe qué cosas deberían recordarse de su gobierno. Después de décadas sin administraciones blancas, asumió el 1º de marzo de 1990 con la intención de llevar adelante medidas que modernizaran el Estado.

    Lacalle dice que hubo logros durante su gestión que merecen un lugar en el recuerdo. Y los enumera si le preguntan cuáles son. A la aprobación de la ley de reforma portuaria, por ejemplo, la considera “quizás el acto político singular de mayor trascendencia de los últimos 50 años, que ha permitido un gran aumento de prosperidad a través de la venta de servicios y el cumplimiento de uno de los destinos geopolíticos del Uruguay desde que nació”.

    Fue una Presidencia caracterizada por mucha y muy profunda actividad, teniendo en cuenta que se trató de un gobierno sin mayoría parlamentaria.

    La lista de logros confeccionada por Lacalle es minuciosa.

    -La desmonopolización de los seguros de automóvil y de la producción de alcohol.

    -La apertura económica.

    -El quiebre del círculo vicioso de la inflación, que de 129 % al inicio del gobierno se llevó a 42 % al final, con una tendencia que luego se continuó hasta llegar a una cifra.

    -La liberalización del sistema productivo de carne (eliminación del stock regulador, autorización de exportación de ganado en pie, liberalización de los contratos de arrendamiento de campos).

    -Llevar el déficit fiscal de 7% del PBI en 1990 hasta llegar a superávit en 1991. Con un crecimiento del PBI en el quinquenio de 23,5%.

    -Recompra de la deuda externa en un importante porcentaje. La deuda externa neta se redujo de 26% del PBI al 14 %.

    -En salud: la construcción de dos hospitales nuevos, ubicación de 200 ambulancias en localidades del interior y Montevideo. Se inauguraron 5.000 viviendas de Mevir. Ministerio de Vivienda y BHU dieron 48.000 soluciones habitacionales.

    -En educación: se crearon 40 liceos, 5 centros regionales de profesores, 6 nuevas escuelas técnicas; 5 internados rurales, 8 centros de informática; funcionaron las asambleas técnico docentes , se construyó la Facultad de Ciencias; se implementó el Verano Solidario.

    -Juventud: se creó el Inju, se otorgaron 400.000 Tarjetas Jóvenes de crédito; el Inju salió de garantía para primer arrendamiento de vivienda de jóvenes en convenio con ANDA. Fueron más de 300.000.

    -Obras públicas principales: Puerto de Piriápolis, doble vía Maldonado, Aeropuerto de Laguna del Sauce, Puente km 329, sobre el río Negro, el más largo del país, ¡Comenzado en 1938! Creación de 92 centros de barrio, hogares de ancianos y de estudiantes, locales liceales del Programa de Inversión Social

    Parece exhaustiva, pero según Lacalle esa lista se queda corta. “¡Hay mucho más!”, dice. Aclara que su presidencia también tuvo tropiezos. “Por el camino quedó un intento serio de incorporar capitales privados a las empresas públicas y una reforma más profunda de la Seguridad Social que tres veces fue rechazada por el Parlamento”, recuerda.

    Aun así, en el futuro le gustaría que su período al frente del Poder Ejecutivo sea recordado por “haber planteado una propuesta de gobierno tan realista y moderada en sus metas”. Y que pudo cumplir con la amplia mayoría.

    Es una demostración de que se pueden hacer cosas profundas, aun sin mayorías en el Parlamento. Además, como una lección de que gobernar es hacer, transformar la realidad, sin conformismos.

    El “vía crucis”.

    Jorge Batlle ganó las elecciones en su quinto intento. Fue como cumplir una tradición familiar. Su padre, Luis Batlle, fue presidente, su tío abuelo, José Batlle y Ordóñez, fue dos veces presidente y su bisabuelo, Lorenzo Batlle, también ocupó la primera magistratura en el siglo XIX.

    Hay un tema por el cual parece claro que la presidencia de Jorge Batlle permanecerá en los libros de historia: la crisis del 2002. O como lo describiría el exmandatario tiempo después: “El peor año del siglo para Uruguay”.

    La crisis económica golpeó al país con dureza y la continuidad del presidente en el cargo fue puesta en entredicho. Batlle lo supo y lo recordó en su último discurso como presidente. Hubo gente que “creyó que era bueno dar un golpecito de Estado, pensó que con eso arreglaría todo”, dijo.

    Para Batlle, más que la crisis lo que se debía recordar de su presidencia fue cómo logró sortear los problemas. Ese “vía crucis” terrible que parecía interminable, según declaró a El Observador en 2012. Así se lo había planteado antes a su equipo en aquel discurso de despedida en la casa de gobierno.

    Todos ustedes han sido los que han contribuido en forma absoluta a que esto haya sido posible, pasando juntos las horribles, las peores, las malas y ahora las buenas; y mañana seguramente las muy buenas.

    En cada entrevista periodística con Batlle para hablar de su gestión, era inevitable referirse a la crisis.

    —¿Le gustaría tener revancha? —le preguntó el periodista Gerardo Tagliaferro en 2006 en una entrevista publicada en Montevideo Portal.

    —Bueno, yo creo que nadie puede finalmente hacer lo que quería hacer.

    —Pero usted fue presidente en medio de una crisis que arrasó con la economía del país.

    ¿Sabe lo que pasa? Que eso también implica una satisfacción muy grande: haber podido vencer esa crisis y dejado un país con un crecimiento de 12 puntos sobre el producto y asegurado al gobierno que me sucedió un crecimiento no menor al cuatro o cinco por ciento y haberle dejado el camino abierto para que siguiera haciendo las cosas que ha seguido haciendo.

    Batlle era de la idea de que el gobierno no tenía descanso. Decía que se trabajaba en equipo, pero que en algunos temas al final del día era el presidente el que quedaba a cargo de adoptar una resolución. “Hay soledad en la decisión: se consulta, pero es usted el que toma la decisión”, dijo en la entrevista de Montevideo Portal.

    Cinco años después de dejar el cargo, Batlle participó en el programa Vidas, de Facundo Ponce de León. El periodista le preguntó al expresidente, que entonces tenía 80 años, qué era la muerte para él. Respondió que “jamás” pensó en eso porque era una cosa natural. Siempre prefirió reflexionar sobre la vida.

    —Resulta que cuando yo era chico, escribí una cosita, la arrugué y la tiré a la papelera. Mamá la sacó y la guardó.

    —¿Y qué decía ese papelito?

    —¿Vio cuando tiene un cuarto cerrado y en las ventanas con postigos entra un rayo de luz? Y usted en ese rayo de luz ve una cantidad de polvito en suspensión. Entonces, decía que en esa rueda grande de la vida, por un momento nosotros pasábamos por ese haz de luz, y que en ese momento de nuestra vida, nuestra obligación era tratar de hacer lo posible para que todos los demás, de acuerdo a sus capacidades, pudieran vivir la vida más feliz y más justa.

    ¿Y considera que logró eso cuando pasó por el haz de luz?

    —¡Ah, no sé! Considero que hice lo posible por hacerlo. Y lo que sí sé es que mantuve esos valores. Eso sí: mantuve esos valores.  

    “¡Qué mundo nos espera!”.

    José Mujica siempre dijo que no quería ser presidente. Un exguerrillero tupamaro que había pasado años en un calabozo como “rehén de la dictadura”, que no tenía formación terciaria y que vivía en una chacra no era idóneo para ese cargo.

    Y sin embargo sucedió. En las elecciones del 2009 la fórmula que encabezó Mujica ganó y el Frente Amplio alcanzó su segundo gobierno.

    La administración Mujica tomó medidas que tuvieron impacto mediático internacional, como la regulación del mercado de marihuana y la recepción de seis expresos de Guantánamo. Ayudaba al prestigio exterior que él fuera conocido como el “presidente más pobre del mundo”.

    El exguerrillero dice que es “una oveja negra” en la historia política uruguaya. “Sin duda que eso va a quedar: quedará la leyenda”, asegura. Y en seguida matiza su propio comentario: “Nos puede recordar algún estudioso de historia o algún sobreviviente. Pero en materia de masa ni vamos a existir”.

    A Mujica le cuesta imaginar qué pensarán sobre su gestión.

    Yo no puedo desprender la visión del futuro y de cómo se va a ver mi gobierno de la visión que tengo de lo que pasa en el mundo ahora. Y 50 años, con la velocidad de cambio que tiene el mundo de hoy y que es geométrica y se va multiplicando, va a implicar una distancia de carácter intelectual y de percepción tan grande como la que podemos tener nosotros al gobierno de Carlos Anaya.

    Cree que le quedaron muchas cosas por concretar, como le pasa a todos los presidentes. Añade que la mayoría de las veces ni siquiera depende de quién esté en el gobierno.

    Estoy de acuerdo con una frase de Sanguinetti referida a que los gobiernos pueden decidir el 5% del destino de un país, pero que el 95% restante viene de afuera. El gobierno es importante porque mantiene una mística de Estado, aunque en realidad los pueblos necesitan chivos emisarios y los gobiernos cumplen ese papel. Por lo menos la gente tiene a alguien para criticar.

    Los gobiernos que pueden hacer mucho desgraciadamente son gobiernos duros y que están afuera de la legalidad. El fundador de Corea fue una dictadura. Creó la base de lo de hoy pero a fierro limpio. Y no podés entrar en esa como gobierno. Menos en Uruguay. Uruguay no es de gobiernos duros ni de cambios fenomenales. Es una penillanura suavemente ondulada.

    Mujica dice que le duele no haber terminado con la pobreza y la indigencia. Insiste en que trató de hacer muchas cosas durante su gobierno, pero que se termina “sometido a las condiciones internacionales”.

    El proyecto de Aratirí podía ser muy malo pero la importancia que tenía era el puerto. Fundar un puerto era fundar una futura metrópolis, una segunda capital en el interior. Ese fracaso se debe a la caída internacional del precio del hierro. La que manda es la economía.

    Más que hablar de cómo piensa que será recordado, a Mujica le gusta plantear hacia dónde debe apuntar la sociedad. Dice que la próxima “institución pública que hay que fundar con mucha independencia es una dedicada a la parte biológica y genética, a la ingeniería genética”. Porque “ese es el futuro”.

    Ya están diciendo que en los próximos 50 años va a haber gente que va a vivir 150 o 200 años. Para lograr eso va a ser necesario tener mucha plata, pero va a ocurrir. En ese momento el hombre va a presenciar la diferenciación más grande de todas, porque frente al fenómeno de la muerte hasta ahora se puede decir que todos somos iguales. Pero eso va a dejar de ser así porque los de mucha plata van a estirar mucho la vida. ¡Que mundo nos espera!