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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl veterano político blanco Eduardo Víctor Haedo estaba sentado en la terraza de una confitería de la avenida Gorlero de Punta del Este en compañía del joven periodista Óscar Botinelli cuando vio acercarse al general Liber Seregni y su esposa, Lily Lerena.
“Ahí va el candidato”, le dijo Haedo a Botinelli. Después se paró, saludó al matrimonio e hizo las presentaciones de rigor.
En el verano de 1970, cuando se produjo el encuentro, pocos sabían que estaba fraguando una nueva fuerza política y menos quién sería el candidato. Recién meses después Botinelli, que llegaría a ser secretario político de Seregni, pudo calibrar la agudeza y buena información de Haedo, quien incluso mencionó a los médicos Juan José Crottogini y Pablo Carlevaro como posibles compañeros de fórmula.
Algunos descubrieron al militar en unos misteriosos afiches con su foto que aparecieron pegados sin firma en las calles de Montevideo. Poco después, ya más conocido, comenzó a ser llamado Rucucu, por el parecido físico con un personaje encarnado por el humorista Alberto Olmedo en la televisión argentina.
Haedo no se sumó al Frente Amplio, pero el 5 de febrero de 1971, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, comenzó a rodar una insólita coalición con blancos, colorados, comunistas, socialistas, democratacristianos y otros grupos que buscaban la unidad de la izquierda bajo candidaturas comunes y un programa único.
Ese día, Seregni, el general Víctor Licandro y otros militares retirados estaban entre los invitados, aunque no tuvieron mayor protagonismo.
Cuando el general se presentó en el teatro El Galpón frente a estudiantes de Medicina y luego en la explanada municipal, el 26 de marzo, era para la mayoría de los uruguayos un perfecto desconocido.
El nombre del general había aparecido en las conversaciones para la formación de la nueva fuerza política en la que tomaron parte, entre otros, los dirigentes Francisco Rodríguez Camuso (blanco) Zelmar Michelini (colorado y amigo de Seregni), Alba Roballo (colorada) Juan Pablo Terra (democristiano) Rodney Arismendi (comunista), José Pedro Cardoso (socialista). También intervino un grupo de personalidades independientes, entre las que destacaron los periodistas Carlos Quijano (director del semanario Marcha) y Julio Castro y el filósofo Carlos Real de Azúa.
Socialistas, que venían de la clandestinidad, y tupamaros, que habían nacido en ella, se sumaron a última hora, estos últimos respaldando al viejo político herrerista Enrique Erro, un ejemplo de austeridad republicana pero de difícil trato.
Seregni había dejado la carrera militar en 1969, cuando el presidente Jorge Pacheco Areco autorizó la mudanza de la Escuela Militar a Toledo (Canelones), pero eso en realidad apenas fue la gota que desbordó el vaso y no la verdadera razón de su pase a retiro voluntario.
El último destino que ocupó fue el de jefe de la División de Ejército 1 (entonces llamada Región Militar N° 1) desde la cual había tenido que enfrentar situaciones de mucha tensión, entre ellas la militarización de los bancarios y los disturbios después de la muerte por la Policía del estudiante de odontología Líber Arce.
Seregni, hombre de Luis Batlle, se mostró respetuoso con la Constitución y la ley, y se había puesto a la orden de Pacheco cuando la prematura muerte del presidente Óscar Gestido, pero no se sentía cómodo con los tiempos que corrían, dominados por las Medidas Prontas de Seguridad.
En el Ejército se había acostumbrado a dormir con un revólver bajo la almohada y un perro de guardia para estar atento a los pujos golpistas.
Este oficial del arma de artillería era muy estudioso y serio pero no tenía padrinos notorios. De hecho, a diferencia de muchos generales, no provenía de una familia vinculada a la fuerza. Su propio nombre, Liber, de raíz anarquista, revelaba las ideas de su padre, el primero que quedó sorprendido cuando supo que tendría un hijo milico.
No estaba de acuerdo con el movimiento tupamaro ni con los otros grupos armados. Tampoco estaba dispuesto a dejar avanzar de brazos cruzados a los golpistas, a los que había enfrentado con éxito durante toda su carrera.
Antes de encabezar el Frente Amplio estuvo a punto de ser un candidato alternativo de un sector del Partido Colorado, de donde provenía, e incluso mantuvo contactos, apenas retirado, con el senador Amílcar Vasconcellos.
Sin embargo, la propuesta de encabezar una nueva fuerza alternativa en la que estaba su amigo Zelmar Michelini lo tentó, al precio del rechazo de muchos de sus camaradas de armas.
Comenzó a trabajar rodeado de un equipo secreto de asesores entre los que estaban, entre otros, el geógrafo Germán Wettstein, el economista Alberto Couriel, el filósofo y experto en geopolítica Alberto Methol Ferre y el periodista Julio Rosiello. Este último era quien daba forma a las ideas luego de las reuniones de los lunes en la casa del general, que entonces estaba en Bulevar Artigas y Bulevar España.
“Sus primeros discursos los leía. Un día, en un acto en Pérez Castellano y Sarandí, empezó a hablar sin papeles. Estábamos junto a (el coronel Carlos) Zufriategui, y yo sufría. Me acordé de ese momento cuando le escuché su último discurso en 2004 en el Paraninfo de la Universidad cuando, sin papeles en la mano, dictó una extraordinaria conferencia, por sus contenidos, por sus conocimientos, por la extraordinaria experiencia que había adquirido, por sus convicciones, por el equilibrio entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad”, escribió Couriel en una columna en La Republica.
Para Estados Unidos, que entonces estaba más presente en el continente y tenía al gobierno militar de Brasil como aliado, la Unidad Popular en Chile y el Frente Amplio en Uruguay no eran una buena noticia.
En 1971 Seregni preparó una defensa armada ante un posible golpe de Estado, pero como explica el penalista Gonzalo Fernández en un libro aparecido este año, el juicio que luego le montaron, basado en esas y otras acusaciones, no tuvo garantías.
El 27 de junio de 1973 se produjo la disolución de las cámaras, pero ya antes, en febrero, los golpistas habían puesto en jaque al presidente Juan María Bordaberry.
El discurso del 9 de febrero en La Unión, con motivo del segundo aniversario del FA, fue uno de los más controvertidos de Seregni, porque dejó abierta la puerta para un acuerdo con los militares en lugar de alinearse en defensa cerrada de la democracia.
Cuando finalmente se instaló la dictadura, Seregni tuvo ofertas y posibilidades para salir al exilio pero optó por quedarse. La cárcel, la tortura por algunos de sus propios excamaradas y la prohibición del Frente Amplio no lo desanimaron ni lo convirtieron en una persona ganada por el rencor.
Cuando dejó la Cárcel Central ya era un líder nacional y de alguna forma un aliado del futuro presidente Julio Sanguinetti en el retorno a la democracia.
Los blancos, detrás de Wilson Ferreira Aldunate, que había regresado del exilio y fue detenido, se habían negado a tomar parte de negociaciones, de modo que Seregni y el Frente se convirtieron en interlocutores indispensables para procesar la salida, una estrategia que hasta hoy provoca polémica.
El general, que desde la cárcel había ordenado el voto en blanco para que no desapareciera el Frente, salió con el objetivo de terminar con la dictadura de forma pacífica. Sin fuerza para derrotar al enemigo, el general se propuso negociar. Aunque continuó proscripto (no pudo ser candidato hasta 1989) fue, como él mismo definió, el director técnico de las negociaciones del Club Naval, que tantas críticas ha recibido pero que posibilitó el “cambio en paz” y, entre otras cosas, la libertad de los cientos de presos que aún estaban en las cárceles.
Seregni fue presidente del FA hasta el 5 de febrero de 1996. Esa noche de festejo de los 25 años de la fundación, en la explanada de AFE, el general renunció.
Antes, dejó todo en orden y organizó hasta la música que debía pasarse luego de terminado su discurso: A redoblar, una especie de himno de resistencia a la dictadura.
Igual que en 1969, presentó su pase a retiro luego de una larga meditación. Esta vez no fue en Punta del Este sino en Costa Azul, donde pasaba los veranos pescando y disfrutando de la familia y amigos.
Seregni, que hubiera preferido a Danilo Astori, dejó paso a Tabaré Vázquez, un político que venía de la medicina y que se había convertido, por mérito propio, en el relevo.
En el medio se había caído la Unión Soviética, el Partido Comunista (PCU), alineado con ella, enflaqueció y ya no pudo sostener las órdenes del general.
Seregni, con su liderazgo desgastado encontró en la discusión de la reforma constitucional de 1996 un punto de quiebre para distanciarse de la orgánica de la coalición. El general y Astori habían apoyado la medida pese a las resistencias en el Frente Amplio.
Durante el gobierno de Jorge Batlle, Seregni se dedicó a crear un grupo de reflexión acerca de los problemas del país a efectos de preparar a la izquierda para el momento en que ganara las elecciones.
Lo hizo desde el Centro de Estudios Estratégicos 1815. El nombre no era caprichoso: ese año, José Artigas había gobernado desde Purificación, una plaza militar que construyó entre lo que hoy es Salto y Paysandú, e impulsado una serie de leyes y decretos de gran proyección.
El pensamiento y la épica en torno de Artigas, como para la mayoría de los militares, estuvieron presentes en Seregni desde el primer día que pisó la Escuela Militar.
“Padre Artigas, guíanos”, había dicho el 26 de Marzo de 1971 mientras una gran ovación tapaba su emocionada pero controlada voz. Entonces el prócer estaba subido a un caballo y lo miraba de reojo desde un monumento ubicado del lado de la calle Ejido y que ahora ocupa el centro de la plaza principal de la capital del departamento más norteño del país.
Seregni murió en 2004 y le faltó poco para ver al Frente Amplio en el gobierno nacional.