El sábado 2 murió en su apartamento de Nueva York, frente al Central Park, el saxofonista argentino Leandro “Gato” Barbieri. Tenía 83 años y ya estaba retirado de la escena musical. Cada tanto tocaba en el boliche Blue Note, donde hizo su última presentación pública. Fue compañero de Don Cherry, Charlie Haden, Jim Hall y Carlos Santana, entre otros, y su paleta iba desde el jazz hasta el rock. No le gustaba el término latin jazz. Digamos que fue un saxo tenor jazz-pop. Era rosarino e hincha de Newell‘s, como Messi, ese chico que la rompe y no paga sus impuestos. Cuando escuchó por primera vez —le ocurre a todos— a Coltrane, dijo: quiero eso, ese sonido. No lo pudo alcanzar, nadie puede, pero lo intentó y le salió un timbre fogoso, extrovertido, urgente, que fue su marca de fábrica y que le quedó bárbaro en la banda sonora de El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. Piazzolla nunca le perdonó quitarle la posibilidad de que Marlon Brando y María Schneider bailaran con su fuelle, pero bueno, eso es cosa de argentinos. Gato se había fogueado en la orquesta de otro paisano: Lalo Schifrin. Pero su referente cultural era el cineasta brasileño Glauber Rocha, quien le inculcó que siguiera sus raíces. Así, Gato tocaba vidalitas, chacareras y milongas en clave jazzística, y recordaba al Che Guevara, pero siempre volvía a su apartamento frente al Central Park. Desprolijo, con problemas económicos y adicto a todo tipo de pastillas, al final de sus siete vidas el Gato se retira de la escena y deja unos cuantos discos, algunos bien calientes.