Simular duelos de espadas, tirarse de un tren, hacerse atropellar y lograr un lugar en Hollywood

escribe Javier Alfonso 
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En los primeros días de setiembre Christian Zagía estaba en Los Ángeles, en la oficina de Fede Álvarez. Descorchaban un champagne por la concreción de “un proyecto buenísimo que aún no se puede anunciar” cuando recibió la llamada de su esposa, desde Montevideo, para comunicarle que su madre había fallecido súbitamente. Horas después se tomaba un avión a Montevideo. Sus planes, luego de asistir al preestreno de No respires 2, consistían en recorrer estudios, conversar con productores, repartir reels y asistir a castings con la idea de incursionar como actor en las grandes ligas de la pantalla global. La película dirigida por Rodo Sayagués y producida por Álvarez, con Pedro Luque en fotografía y Zagía en un rol secundario pero clave en la trama —“la barrita de uruguayos que se instaló en Hollywood”, tal como la bautizó el periodista Diego Zas— se estrenaba en esos días también en Montevideo. Pero en medio de esa borrachera de optimismo, Zagía debió enfrentarse a uno de los momentos más amargos de la vida. De inmediato, el actor dispara un recuerdo que une a su madre con el cine: “Hace unos años vimos con mi madre el trailer de una película con Al Pacino y Anthony Hopkins, una que no vio nadie, con muy baja distribución, llamada Misconduct, que la dirigía un japonés llamado Shinotaro Shimosawa. Bueno, Shinotaro trabaja en la misma oficina con Federico, una oficina en la que trabajó Chaplin (todo muy loco) y fue uno de los primeros en abrazarme cuando me dieron la noticia de la muerte de mi madre. Y yo pensaba: ‘Esto es muy loco, el loco que dirigía la película cuyo trailer vi con mi madre ahora me está consolando’”.

Mientras se encuentra en Montevideo resolviendo las cuestiones administrativas derivadas de la inesperada pérdida familiar, y mientras prepara su nueva partida para incursionar en esa selva de oportunidades en la que hay que disputar cada bolo, papel menor o secundario con cientos de aspirantes de todo el mundo, al actor Christian Zagía conversó con Búsqueda sobre su carrera, su deseo de ingresar al mundo de los grandes estudios, su trayecto en paralelo en el oficio de doble de riesgo, que en los últimos tiempos le ha deparado mucho trabajo como coordinador de las escenas de violencia en múltiples producciones locales y regionales.

Al inicio de la charla, Zagía vuelve a su madre y vuelve a ser el niño que siempre un adulto es para su madre: “Dentro de las cosas que me pasaron en estos días yendo a la casa de mi madre a ordenar y tirar cosas fue cruzarme con las vecinas del edificio y que me contaran: ‘Ay, tu madre no paraba de hablar de vos; estaba muy contenta con esta última etapa de tu carrera, tanto que nos ponía en el grupo de wasap del edificio que esa noche pasaban No respires en Canal 4’, o que yo iba a salir en el informativo de Canal 12 hablando de la película. ‘¡Véanlo!’. Y al otro día, ojo con que no me hubiesen visto. Se paraba en el pasillo y les preguntaba: ‘¿Viste ayer a mi hijo?’ (la imita). Y si no me habían visto, les encajaba: ‘Perfecto, cuando venga y te quieras sacar una foto con él le voy a decir que no, porque tú no le prestaste atención, no apoyás el arte en Uruguay” (ríe). 

Una cosa lleva a la otra, y los recuerdos de Zagía desembocan en la infancia, la hoguera de todas las vocaciones, las concretadas y las frustradas. “Cuando éramos chicos mi casa era el estudio cinematográfico. Mi madre era peluquera y el apartamento quedaba vacío muchas horas. Filmábamos cortos entre amigos en cámaras caseras de VHS, las de los casetitos chiquitos, con el convencimiento de que eran películas”. Entre esos amigos estaban Fede Álvarez, Nicolás Ciganda, Martín Barea Mattos, Román Varela y Facundo Fernández Luna, entre otros. “Por más que rajara el sol, no había Cristo que nos sacara de ahí. Nada de canteras del Parque Rodó ni recitales ni nada. Poníamos una hora de inicio de rodaje los sábados de mañana y no había hora final. Se terminaba cuando se terminaba. Filmábamos de todo pero teníamos una saga de comedia llamada Superpelmazo. Hacíamos edición y montaje en cámara, a lo bestia, en tiempo real. Pausa y Rec., y si había que repetir la toma rebobinábamos justito para que enganchara y borrábamos la toma anterior. Así nos quedaban las ediciones (ríe). Imaginate lo que era ese final cut.

Las “películas” tenían su avant première en cumpleaños y otros eventos familiares. Zagía se pone de pie para explicar con ampulosos ademanes la puesta en escena que montaban en cada estreno. “En mi casa había una alfombra roja; era la única alfombra roja en toda la barra, por lo que los estrenos, obviamente, eran en mi casa. Los cineastas quinceañeros entraban a la sala caminando por esa red carpet sui generis, poníamos carteles con nuestros nombres en el piso, ‘Fede’, ‘Nico’, ‘Chris’, ‘Román’, y nos sentábamos en el piso, en primera fila, con los familiares y amigos detrás, en sillas y parados en media luna frente al televisor”.

Zagía se ríe al recordar la ironía de que en esos tiempos de exploración lúdica adolescente, él dirigía y los demás actuaban. “Me decían que yo actuaba espantoso y por eso me mandaban a dirigir. Curiosamente, a fuerza de voluntad, después fui el único de toda la barra que se dedicó a la actuación”.

Los años 90 marcaron el ingreso de los integrantes de la barrita a las facultades de comunicación y escuelas de cine y teatro. Christian hizo carrera en teatro, especialmente con Rescatate, una obra que estuvo 13 años en cartel y se transformó en uno de los hitos del teatro uruguayo en el siglo XXI. El primer trabajo profesional de Álvarez junto con Rodolfo Sayagués como guionista fue el corto de suspenso El cojonudo (2005), protagonizado por Walter Reyno, y en el que actuó Zagía. Y el punto de inflexión para todo el grupo llegó cuando en 2009 Álvarez produjo el corto Ataque de pánico, que pocos días después de ser publicado en YouTube le deparó su desembarco en Hollywood para rodar, primero, la remake del filme de terror Evil Dead y luego No respires y La chica de la telaraña, de la saga Millenium.

Zagía describe con precisión fotográfica el día en que su amigo Álvarez lo llamó para contarle que se iba a Hollywood: “Me llama una mañana y me dice: ‘¿Te acordás lo de los robots?’. Y yo le respondo, tan visionario: ‘¡Cómo jodés con los robots! ¿Qué querés inventar con estos transformers de cuarta? ¿Qué pasó con los robotitos del orto?’. Y me responde: ‘Bueno, me voy a Hollywood el fin de semana, alguien pensó que era algo distinto y me ofrecen un contrato. Alguien piensa distinto que vos’ (ríe). Y yo quedé como tarado: ‘Pero… pero… pero…’. Y le encajé: ‘¡Es lo que soñamos toda la vida!’. Y me dice: ‘¡Hijo de puta, me tendrías que decir: ‘¡Es lo que soñaste, no lo que soñamos!”.

Desde ese golazo increíble, como los futbolistas que tratan de tener cerca a sus amigos y familiares cuando pegan el pase a Europa, Álvarez comenzó a llevar a su barrita de actores y realizadores para tenerlos cerca y apuntalarlos en su camino. Zagía hizo un papel menor en No respires, un bolo en la de Millenium, tareas que le llevaron solo un par de días de rodaje. En No respires 2, dirigida por Sayagués, además de coguionista junto con Álvarez,  Zagía tiene un rol de reparto de segundo orden pero con más importancia que en la primera entrega: encarna a Raúl, un sujeto bastante marginal de la zona donde vive el protagonista, rol a cargo del experiente Stephen Lang. Durante el rodaje, realizado en Serbia, Zagía entabló una buena relación con Slang, tal como le dicen al actor que tuvo roles importantes en filmes como Avatar y Exeter y en series como La ley y el orden. Pero lo que más llama la atención del uruguayo sobre los rodajes en clave Hollywood es la horizontalidad del trato. “Dentro del set no hay estrellas. Te tratan igual que a Brad Pitt. El respeto que los técnicos y asistentes demuestran por tu trabajo es el mismo, seas el protagonista o seas un uruguayo que trata de aterrizar para probar suerte en un mundo extraño”.

En el preestreno de No respires 2, en Los Ángeles, de la mano de su amigo Álvarez, Zagía conoció a Sam Raimi (Un plan simpleEl hombre arañaEvil Dead), quien le dijo que había quedado muy bien impresionado con su trabajo en No respires 2. Lo primero que pensó Zagía es lo que pensaría cualquier principiante en su situación: “¡A cuántos les dirás lo mismo!”. Pero así explica que estaba equivocado: “En seguida Fede y otros me explicaron que ese tipo de elogios no se regalan en Hollywood y que hasta está muy mal visto que un director estelar le dore la píldora a un novato diciéndole algo que no es cierto. Ellos conocen muy bien la ilusión y la ansiedad que un comentario elogioso genera en alguien que se está abriendo camino. Pero eso, los que son responsables, no lo dicen si no lo sienten”.

Doble de riesgo y simulador de combate

La historia ya es muy conocida en tiendas locales. Uno de los instructores de combate de la saga El señor de los anillos, Ian Harvey Stonequien había sido discípulo de Bob Anderson (coreógrafo de La guerra de las galaxias, entre otras) recaló en Uruguay a principios de los 2000 acompañando a su esposa neozelandesa que venía a dirigir un instituto local de enseñanza de inglés. Los astros se alinearon y el caballero dio varios cursos de combate escénico. Así, Zagía y otros estudiantes de teatro de su generación aprendieron a recrear en un escenario combates con espadas, con cuchillos, a simular tiroteos con diferentes armas de fuego y a recrear la vieja y querida pelea cuerpo a cuerpo, con especial dominio sobre la madre de todas las simulaciones: la piña. Así, junto con su compañía teatral Sinergia, que integraba con Nicolás Ciganda y otros, estrenaron una serie de espectáculos para niños y adolescentes, en los que comenzaron a aplicar las enseñanzas de Ian, como La isla del tesoro, versión del clásico de Stevenson, y también escribieron los suyos propios, como El mundo de Massimo y Criaturas del infierno.

Poco después, cuando César Charlone ya preparaba la producción de La redota, protagonizada por Jorge Esmoris y basada en la peripecia de Artigas en El Éxodo, se vio en la necesidad de contratar a un experto en el manejo de sables y cuchillos para las escenas en que estos metálicos utensilios fueran desenvainados. Alguien de su entorno encontró tirado un programa teatral que decía: “Combate escénico: Christian Zagía”, y los puso en contacto. Desde entonces se ha encargado del tema en decenas de películas y series uruguayas y de la región. Después de La redota lo llamaron de una serie de TV de Canal 10 llamada Adicciones, luego coordinó las escenas de violencia en varias publicidades, películas y series menores. En los últimos 10 años, simular violencia frente a cámaras y en escenarios ha sido uno de sus principales trabajos. Como doble de riesgo, además de simular piñas y aprender a caer desde alturas, debió aprender, por ejemplo, a tirarse desde un tren en marcha, o a dominar el cuerpo para dejarse atropellar por un auto y salir ileso.

El espía y el presidente

Sus trabajos más nuevos como “coordinador de violencia” son dos series recientemente rodadas en Uruguay: Iosi, el espía arrepentido, dirigida por los argentinos Daniel Burman y Sebastián Borensztein, y El presidente, de Armando Bo, sobre las tramas oscuras de la FIFA. La primera, con Natalia Oreiro, Juan Leyrado y Marcos Capón y basada en una historia real, trata de un espía de los servicios de inteligencia infiltrado en la comunidad judía argentina y un policía que lo persigue.

El presidente es una serie producida por Armando Bo, cuya segunda temporada, que se enfoca en la vida de João Havelange, se rodó íntegramente en Uruguay durante varios meses, en pleno pico pandémico. Uno de los nudos de la trama involucra al director técnico de la selección peruana del Mundial de 1978 y al gobierno militar argentino. “No puedo contar mucho más pero los conocedores de la historia del fútbol conocen el episodio. Tengo un pequeño papel en esa serie, pero a medida que se fue sucediendo el rodaje empezaron a pedirme que coordinara algunas escenas de violencia. Realmente no pensaba que fueran tantas, pero se iban sumando nuevas secuencias todas las semanas. Me sorprendió mucho, porque si bien no es una serie de acción propiamente dicha, sino que más bien es una comedia negra con mucho de sátira, como coordinador de violencia tuve que desarrollar muchas escenas”.

Por más que es una serie sobre fútbol, en El presidente la violencia no está dentro de la cancha, sino que se trata sobre todo de “pequeños aprietes mafiosos”, atropello con autos, caídas por escalera e incluso escenas de autoflagelamiento. Pero como es habitual en el ambiente de las grandes producciones, Zagía debe parar de hablar y excusarse: “Y por este asunto de la confidencialidad, hasta acá te puedo contar”.

La barrita tiene varios proyectos y varias botellas de champagne prontas para descorchar. Pero por ahora prefiere no soltar prenda. La confidencialidad es una vaca sagrada en este negocio. Zagía lo tiene claro: “El que boquilla no consigue nunca más nada, lo borran de la lista”.

Vida Cultural
2021-09-23T00:47:00