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Esta novela se nutre de la pasión de su autor por el arte y la ciencia, pero también de circunstancias personales que de alguna manera trasladó al mundo interior y a las decisiones de su protagonista. Pablo Casacuberta (Montevideo, 1969) terminó de escribir Una vida llena de propósito (Estuario, 2021) cuando, enfermo de Covid-19, había salido de una sala de cuidados intensivos y se encontraba aún internado. De allí que en su historia se mezcle un tono profundamente reflexivo sobre la existencia, las percepciones y la conciencia, con las peripecias absurdas e infelices del personaje. El resultado es una novela aguda y cargada de ironía, que pone el foco en el mundo editorial, en el ámbito de la investigación y en el de la religión.
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El protagonista es David Badenbauer, un hombre que durante gran parte de esta historia es tan infeliz y sumiso que más que lástima dan ganas de abofetearlo. Pero esta apreciación empieza a cambiar a medida que el personaje se va dando cuenta de “cada vez más cosas”. Para entender a Badenbauer y su trayecto, hay que ir a su origen: “Tengo cincuenta y seis años. Hace cuarenta que abandoné la casa paterna y treinta y ocho que me resigné a la inexistencia del alma. Pagué por ello el precio que pagan los ateos, que es el de ver reducida la duración prevista de mi existencia en un infinito por ciento. Pero además gané el desprecio de mis padres, dos judíos ortodoxos que fueron espaciando sus encuentros conmigo hasta no verme más”.
Un día esos padres rígidos y faltos de cariño hacia su hijo, al que consideraban un incapaz, mueren en su dormitorio asfixiados por una estufa a gas. Con ese hecho trágico comienza la travesía de Badenbauer, que, con desgano y poco dinero, estudia Medicina y después se dedica a investigar con el fin de “conocer mejor los mecanismos que hacen posible la sinapsis”, un área de la ciencia que no despierta gran interés en la comunidad académica.
Como dato curioso, y también atractivo, en la contratapa del libro se informa que cuando la novela estaba por entrar a imprenta, se otorgó el premio Nobel de Medicina 2021 a quienes descubrieron justamente lo que estaba investigando Bandenbauer. Quiere decir que los galardonados, David Julius y Ardem Patapoutian, investigadores en universidades estadounidenses, hicieron realidad el sueño de un personaje de ficción.
En esta novela son importantes los encuentros para la transformación del personaje. El primero es en la Fundación Melzer, una asociación cultural judía que no se rige por el dogma religioso. “En los años en que asistí al lugar, nunca encontré un solo judío que creyera en Dios, un dato que, en mi fuero íntimo, vivía como una obvia pero inconfesable manifestación de superioridad intelectual con respecto a las asociaciones de cristianos”, recuerda Badenbauer. En ese ambiente, entre conciertos e intercambios sobre Chopin o Mozart, el protagonista conoce a Deborah, una joven que tenía “un aplomo y una confianza en sí misma inusual para su edad”, y ambos se enamoran.
Pero con Deborah venía acoplado su padre: psicoanalista viudo y enfermo de soberbia, de prestigio social y de ínfulas intelectuales. Herzfeld es un ser insoportable; sin embargo, su hija lo idolatra. Cuando la pareja se casa y tiene un hijo, Badenbauer confirma no solo que su suegro lo desprecia, sino que su vida será la que su suegro quiera, y que no tiene armas, y mucho menos dinero, para salir de esa trampa.
Entonces ocurre otro encuentro. Esta vez es con un editor veterano y astuto para el negocio llamado Samuel Blum. Él le propone que escriba un libro que combine su investigación científica con la prosa de autoayuda, de tal forma que se pueda conversar sobre su contenido tanto en la peluquería como entre académicos. “Un libro que pudiera resumirse en una frase, una suerte de consigna que lo definiera por entero. Entonces sea bueno consigo mismo: haga un esfuerzo y simplemente conciba esa frase”, le dice Blum al protagonista.
Finalmente, después de peripecias tragicómicas, el trabajo se concreta bajo el título Puertas abiertas al mundo. Si bien el libro le trae más sufrimiento que satisfacciones, le abrirá a Badenbauer puertas reales, sobre todo una que lo llevará a algo que se parece bastante a la libertad y que viene bajo la forma de nuevo manuscrito: Una vida llena de propósito. Esta vez, el trabajo estará escrito bajo la premisa de que “todos los libros son de autoayuda”, y el primer “autoayudado”, tras algunas concesiones, es el propio Badenbauer.
Originales y atractivos, incluso en sus costados más desagradables, los personajes de esta novela están lejos de ser de una sola pieza, por el contrario, vienen cargados con alguna sorpresa. Badenbauer es el más complejo, un tipo torpe en su vida familiar y personal, pero capaz de entablar jugosas conversaciones, como la que mantiene con un hombre religioso al que le explica sus reflexiones sobre la fe: “Comprendí que abrazar una creencia no nos hace malas personas, pero tampoco buenos por definición (…). y llegué a comprender que alguno de los crímenes más horribles perpetrados por humanos han sido justificados como actos piadosos”.
Casacuberta, hijo de padres médicos e investigadores, integra una familia de cinco hermanos. Todos son artistas, pero en Pablo se condensaron varias facetas. Además de escritor, artista plástico, fotógrafo, realizador audiovisual y músico, con su esposa Andrea Arobba, bailarina y coreógrafa, lleva adelante Gen, un centro que combina arte y ciencia. “Este centro nos representa muy bien, ataca una carencia que para mi gusto es muy definitoria de los problemas de nuestra cultura: nos interesa mucho la producción expresiva del animal humano pero no nos interesan para nada los mecanismos neurofisiológicos que habilitan esa expresión”, explicó el escritor en 2014 en entrevista con Búsqueda.
Esa afirmación bien la podría haber pronunciado David Badenbauer, ese gran personaje que después de un gran sufrimiento se da cuenta de que es necesario “exponerse al mayor espectro posible de experiencias” para superar la fragilidad de la vida.