Huelen a páginas amarillas, a libro que pasó de mano en mano, a ediciones antiguas. Se las conoce en conjunto como “las librerías de Tristán”, y son las que tienen a su frente a libreros con años de trayectoria, que fueron viviendo los cambios en el mercado editorial y en los lectores. Algunos no pudieron enfrentar esos cambios, como les sucedió a los propietarios de la Librería Cooperativa del Cordón, que cerró el domingo 31. La situación provocada por el coronavirus precipitó la decisión de bajar definitivamente la cortina, pero el negocio ya no se podía mantener desde hacía tiempo.
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Las librerías de Tristán Narvaja se vieron especialmente perjudicadas desde marzo por la ausencia de estudiantes y de turistas en la feria de los domingos. En mayo la actividad empezó a repuntar lentamente, y hoy los libreros calculan que están entre un 50% o 60% de las ventas habituales. Han vendido sus libros por Mercado Libre, que presenta sus desventajas porque les paga con retraso, o los reparten a domicilio, lo que implica también un esfuerzo extra.
“El balance siempre es triste, pero esto era ‘crónica de una muerte anunciada’. Hace mucho tiempo que venimos mal, siempre cinchando, cinchando”, dice a Búsqueda Patricia Díaz, una de las cinco cooperativistas que aún quedaban en la Librería del Cordón.
En 1988, un gerente de la librería Ruben, una de las más antiguas de Tristán, se separó del comercio y puso un local al lado. Con él se fueron algunos empleados y así nació la librería Milimás, que se mantuvo hasta 1994. Un año después, 13 de sus empleados formaron una cooperativa y así nació la Librería del Cordón.
Díaz proviene de una familia de libreros que también tuvieron a Ruben como denominador común. Sobrina del Ruben fundador, comenzó a trabajar en su librería en 1983, cuando tenía 19 años. “En ese momento, en Tristán Narvaja había 29 o 30 librerías de 18 de Julio a Cerro Largo y por las calles adyacentes. Ahora no sé si quedan 14. También los puestos de la calle Paysandú se han ido achicando”.
El fuerte de la cooperativa fue siempre el libro usado y el canje. Su situación económica se fue agravando desde hace cinco años. Díaz afirma algo que repiten otros libreros: “A las editoriales multinacionales no les sirve el libro usado. Nos mataron la temporada de textos con la que podíamos tirar varios meses. Todos los años les cambian cosas mínimas para que los estudiantes los compren nuevos”. También Díaz menciona la aparición de Contexto, una editorial que formaron docentes que venden directamente sus libros sin distribuirlos en las librerías.
El último fin de semana, la gente hizo largas colas por las liquidaciones de la Librería del Cordón, que albergaba unos 80.000 títulos en 260 metros cuadrados. Aún les quedan cerca de 40.000 que piensan donar o seguir vendiendo. “La gente ahora vino porque estábamos de liquidación, pero había sábados que vendíamos 700 pesos”, dice Díaz. En este momento están tratando de vender el mobiliario, las estanterías, los mostradores, las mesas. “No es fácil, pero ya estábamos cansados. Como cooperativa, primero teníamos que pagar todo lo que debíamos y después repartir lo que quedaba. Y generalmente no quedaba nada. Hace años que no sabemos lo que es cobrar aguinaldo, salario vacacional o licencia. Esas cosas las fuimos perdiendo”.
Práctica desleal.
“De niño me comí muchas penitencias”, dice Marcelo Marchese, y quien lo escucha hablar con vehemencia y enojo, le cree. En una de esas penitencias encontró una Biblia y se puso a leer el Génesis. Quedó tan fascinado que desde entonces no paró de leer. Y se hizo librero. Hace 22 años que es dueño de Babilonia Libros, pero antes estudió Historia en el IPA y durante cinco años tuvo un puesto de libros en la calle Paysandú. También trabajó en la librería Milimás en la zafra de textos. “Me dediqué a lo que más sabía porque era lo que más me gustaba: vender libros, que es la venta más linda de todas”.
Primero tuvo como socio a un amigo, pero ahora es el único dueño. Al local le hicieron modificaciones y es uno de los más atractivos de Tristán Narvaja, con piso de adoquines y una claraboya por donde entra luz natural. Al costado de la puerta, está La musa silenciosa, una escultura de mujer envuelta en un manto que sostiene en una de sus manos la cabeza cortada de un fauno, mientras se tapa la boca con la otra. “La hizo Jorge Añón y la dejó acá. Un día entró y me dijo que le gustaba el local para exponer unas máscaras. Le dije que sí y durante mucho tiempo sus máscaras fueron el distintivo de la librería. La gente no sabe que uno de los principales creadores de máscaras de teatro del mundo es uruguayo”.
Marchese tenía dos empleados, pero ahora los tuvo que despedir. Él es rotundo cuando afirma que no existe “la tal pandemia” porque no se puede saber exactamente si las muertes en el mundo fueron por coronavirus. “Nunca antes por una enfermedad se acuarentenó a la humanidad. Detrás de esto hay un interés económico y político. En las crisis económicas siempre vencen los que tienen más capital. Si yo hoy tuviera más capital, estaría comprando bibliotecas regaladísimas porque la gente va a empezar a estar desesperada. En un año se van a poder comprar casas más baratas porque la gente va a seguir desesperada”.
Él mantuvo siempre la librería abierta, algo que hicieron todos en Tristán Narvaja. “Aunque se vendieran $ 1.000 en el día, en el mes son $ 30.000 pesos. Como venta es muy poco, pero es mejor que nada. Desde hace cuatro domingos, la feria se reactivó y se está vendiendo un poco mejor, pero faltan los turistas que son los que compran antigüedades y libros más caros”.
Señala como otro problema que la Intendencia de Montevideo haya prohibido poner mesas sobre la vereda a la salida de los locales. “La gente entra menos a las librerías. Nunca en otras infecciones más graves se limitó que la gente caminara por la vereda en una feria”.
Babilonia Libros vende textos de estudio, sobre todo universitarios. En su oferta hay de derecho, ciencias sociales, filosofía, historia y narrativa. “El libro usado tiene más margen de ganancia, aunque menos velocidad de venta. Se compra barato un libro raro, que no se encuentra en el circuito comercial, y a la postre alguien lo adquiere más caro. Por eso, las librerías de Tristán no van a sufrir tanto, salvo por las transnacionales del texto”. Y ahí empieza otra de las furias de Marchese.
“Hacen como que publican un libro nuevo, pero es el mismo con agregados de diferentes ediciones. Le sacan tres capítulos a un libro, tres a otro, y tienen uno nuevo. Es una joda. Eso pasa con los libros de texto de Santillana, ni que hablar con los de inglés. Además las editoriales entran directamente a los liceos a vender sin pasar por las librerías. Tienen derecho, pero ni siquiera nos dan a nosotros los ejemplares. Es una práctica absolutamente desleal que perjudica económicamente también a los lectores y baja la calidad de los textos”.
Babilonia Libros se alimenta principalmente de la compra de bibliotecas cuyos propietarios murieron o se fueron del país. “Lo mejor es comprar grandes bibliotecas donde se puede encontrar el libro antiguo. Siempre tenemos la esperanza de comprar un incunable y hacer mucha plata. Nunca me pasó, pero una primera edición de Borges puede costar 5.000 o 7.000 dólares”.
Para Marchese el libro antiguo tiene la misma belleza del árbol viejo. “Es lo que los japoneses llaman ‘la roña’. Conciben al tiempo como un espíritu que labora sobre las cosas, que las marca. Un libro antiguo es más bello porque tiene tiempo acumulado. El anticuario y el librero están atrapados por esa belleza”.
Una que abre.
Vanessa Dubarry abrió la librería Guyunusa, en la esquina de Tristán Narvaja y Mercedes, a mediados de febrero. En 15 días llegó el nefasto 13 de marzo y tuvo que cerrarla un par de semanas. Hace 18 años que trabaja entre libros. Fue encargada de una cadena de librerías y ahora decidió independizarse. “Para mí fue tirarme al agua, y ahora estoy resistiendo. Decidí que esta es mi vocación y de lo que quiero vivir”, dice mientras su hijo de cuatro años corre con energía por la librería.
Está trabajando sola, aunque la ayudaron muchos amigos. La librería cuenta con un sótano de 80 metros cuadrados que quiere reacondicionar para dar talleres, porque su objetivo es que el lugar sea un centro cultural.
“En estos meses las librerías tuvieron que reinventarse, no solo acá sino en el mundo. Yo subí libros a las redes y promoví la venta a domicilio. Como no tengo auto, los repartía en ómnibus”, dice.
Su idea es que la librería tenga un perfil orientado a género, aunque no exclusivo. Ofrece libros nuevos y usados, y está vendiendo alrededor de 15 por día. “La gente no ha dejado de leer. El libro también es resiliente”.
En la librería Minerva, Alexis Vaz tampoco pierde el optimismo. Con su hermano Nicolás llevan adelante el negocio desde hace ocho años, aunque la librería existe desde 1983. Tienen dos locales, uno orientado al área de estudio y al libro antiguo, el otro a las novedades.
“Acá hay una competencia lógica entre librerías, pero nos ayudamos. Si algo no tenemos, recomendamos otro local. La gente viene a las librerías de Tristán Narvaja, no a una en concreto”. En esa misma línea, están programando una actividad entre todas que se conocerá en breve. “Los lectores se mantienen. Por algo seguimos estando entre los primeros lugares de Latinoamérica en cantidad de librerías por habitante”, dice, y deja abierta una puertita por donde se asoma la esperanza.