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    Soy raro, ¿y qué?

    Amistades fuertes, complejos físicos, la necesidad de pertenencia y la posibilidad de volar libremente son la zonas que le interesan a la escritora Lucía Flores, autora del relato para niños Fierritos y la puerta del aire (Planeta). Flores voló desde Canadá hasta Montevideo para presentar este segundo volumen de la trilogía compuesta por El congreso de los feos y El novio de la brujita Fufú, de próxima publicación. Profesora de Lenguas y Didáctica de la Universidad Laval y fundadora del grupo literario Los Perfectos Desconocidos, Flores vive desde hace tres décadas en Canadá, donde crió dos hijas que fueron, según el momento, inspiradoras y correctoras de su prosa imaginativa y sensible. El congreso de los feos fue finalista del premio Hackmattack, se tradujo al italiano y se vendió en Europa y Argelia. Ahora está terminando de escribir Leo y el camino azul, que aborda la construcción de la realidad y que también publicará con Planeta.

    El congreso de los feos apareció por primera vez en Quebec en 2001. “Cuando lo escribí mis hijas eran chicas y como toda mamá, de noche les contaba historias. Primero pensé en hacer una novela para adultos y cuando empecé a hacer trabajar mi cabeza con ideas, sentí que iba a ser muy deprimente (risas). Entonces dije: ‘Me voy para los niños”.

    Flores ya no discrimina al público lector sino que escribe historias con lecturas múltiples, que todo el mundo pueda disfrutar. “En esta que estoy escribiendo ahora, un niño que tiene que hacer reposo reflexiona sobre qué es la realidad, qué es el sueño”. A la autora le interesan los temas filosóficos. “En Fierritos y la puerta del aire se habla del sentido de la vida. Los niños tienen cosas muy interesantes para decir sobre eso: ¿para qué vivimos en la Tierra?”. La escritora dedica el volumen a varios niños “por sus respuestas al sondeo sobre el sentido de la vida”.

    En esas páginas hay una niña de otro mundo, llamada Rela, que en un momento tiene que decidir dónde vivirá, si en la Tierra con sus nuevos amigos, o vuelve a su peculiar y mágico lugar de origen. “Para eso los personajes tienen que saber por qué vivimos aquí o allá. Cuando mis hijas iban a una guardería después de la escuela, un día fui y les pregunté a todos por qué vivimos en la Tierra. La respuesta más original fue la de mi hija, que tenía cinco años en ese momento: ‘Para que los tigres y otros animales no se mueran de hambre, porque para ellos somos carne’. Otros dijeron ‘para aprender, para que la vida sea maravillosa, para que nuestros padres nos quieran”. Flores siempre usa la pregunta como motor reflexivo. “En El congreso de los feos el tema son las apariencias. Cuando me encuentro con los niños en las escuelas, les pregunto: ‘El que es bueno, ¿también es lindo siempre? ¿Se puede ser feo y bueno a la vez?”.

    La autora contó que en Canadá las escuelas primarias organizan talleres filosóficos para que los chicos reflexionen sobre cosas esenciales de la vida. “Los niños tienen un sentido muy agudo de lo que es justo e injusto, que es algo extremadamente filosófico. Un niño de cinco años lo sabe de manera intuitiva”, opinó.

    Fierritos y la puerta del aire contiene una dedicatoria especial: “A mi padre, porque me dio las llaves de todos los mundos invisibles”. Flores aclara que su padre, Carlos Flores Mora, se dedicó a la política pero fue “esencialmente poeta”. “Andaba por la casa siempre con un poema en la cabeza, sin papel ni nada. Yo estaba haciendo los deberes y me decía: ‘Escribí’, y me dictaba. Siempre estaba como en las nubes y mi casa llena de libros. Me inspiró mucho”.

    A Flores le tocó integrar el jurado de un concurso de literatura infantil en el que tuvo que leer más de 270 libros. “Me dio un panorama y vi que es una literatura muy realista y pedagógica. Los temas son más bien negativos: anorexia, alcoholismo, etc. Todo eso para niños chicos y grandes. Había algunas historias fantásticas, pero pocas. En Uruguay, a los niños se les permite soñar más”. Canadá, con seis meses de invierno, tiene altos índices de depresión, algo que se refleja en la literatura. “Un poeta muy conocido de allá, de principios del siglo XX, Émile Nelligan, hizo un poema que dice: ‘Como la nieve nevó, mi ventana es un jardín de escarcha’. Compara el entorno, todo blanco, en el que no ves una hojita verde, con su spleen interior. Hace dos años también se suicidó un cantante con un cuchillo en el pecho. Había compuesto una canción que decía lo mismo”.

    Como aquella niña que se hacía preguntas y a veces tenía que aguantar las agresiones de sus compañeros, Flores tiene ahora más noción acerca del sentido de la vida. “Estamos aquí para aprender y evolucionar como personas. A través de nuestras experiencias vamos sacándonos capas superfluas. Hace poco acompañé a una amiga que falleció. Entonces vi cómo al final de la vida las cosas que a uno le parecen tan importantes en una etapa, al final no cuentan para nada. Vi cómo las cosas materiales no cuentan y finalmente lo esencial son las relaciones humanas. Eso me movió mucho el piso”.

    Los libros de Flores contienen reflexiones profundas disimuladas. Pero cuando los escribió no creía, por ejemplo, en que el alma sobrevive al cuerpo. “Ahora sí creo (risas). No sabía que yo creía en eso: era inconsciente. Por eso es interesante escribir: uno se ve reflejado. Debido a las vivencias espirituales que tuve, ahora creo profundamente que pasamos a otra cosa, pero seguimos estando”, dijo.

    Fierritos, su personaje mimado, somos todos. Cuando Flores habla con los niños, le cuentan que los llaman “gordos” o se burlan de sus lentes. “De chica sufrí bulllying y mis hijas chicas también: ¿quién no sufrió por eso? Basta con ser diferente de alguna manera. Y en mis libros enseño cómo defenderse. Uno puede cultivar otras cosas, hay gente con mucha sensibilidad que se pone a crear. Yo me refugiaba en los libros. Ser diferente puede ser una riqueza”, sostuvo.

    Laura Gandolfo