Steven Spielberg, de este a oeste

escribe Pablo Staricco 
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Apártense, hermanos Lumière. Un nuevo tren ha llegado para convertirse en una máquina icónica del séptimo arte. No llega a una estación de La Ciotat ni tampoco provoca la salida, despavorida, de los espectadores que creen verlo salir de la pared. Este tren existe gracias al cine del siglo XX y cambió para siempre el del XXI. Apareció primero en El espectáculo más grande del mundo (1952), de Cecil B. DeMille y tomó luego la forma de un juguete. ¿Su dueño? Un jovencísimo Steven Spielberg.

Con 7 años, e impactado por la colisión entre un tren y un auto que DeMille reprodujo en lo que fue la primera película vista por Spielberg en un cine, el pequeño Stevie intentó reproducir el choque dentro del taller de reparaciones de televisores de su padre. Para no dañar el tren, que fue un sacrificado regalo de Janucá, su madre le propuso filmarlo con una pequeña cámara de rollo. Así lo podría ver infinitas veces. Así, también, podría empezar a convertirse en uno de los directores destinados a cambiar al cine.

Los Fabelman, la nueva película de Spielberg que llega a los cines, reproduce ese primer encuentro entre el cineasta y el arte al que le dedicaría la vida. También recrea una parte de su infancia dentro de una familia judía originaria de Nueva Jersey, integrada por sus padres y tres hermanas menores, al igual que su juventud en Arizona y California. Los Fabelman lleva ese nombre y no “Los Spielberg” porque esta no es una biografía per se. Esta no es la historia de Steven ni de sus padres Arnold y Leah, a quien la película está dedicada. Esta es, como el cine de Spielberg más recordado, un acto de imaginación pura.

Durante la pandemia, Spielberg se encontró con algo que hace tiempo no experimentaba: tiempo libre. En la crisis sanitaria el director se encontró manejando por las rutas californianas y fue en ellas que empezó a preguntarse cuál era la historia que no había contado jamás. La respuesta fue, según contó en una entrevista al diario The New York Times, una que se repetía una y otra vez. Era hora de explorar la historia de sus años formativos. La infancia y adolescencia, que lo convirtieron en cineasta.

Junto con el guionista Tony Kushner, con quien trabajó en Munich y Lincoln, Spielberg imaginó la historia de Los Fabelman, que no es una biografía pero casi. Reproduce hechos claves en su vida con atención en los detalles, pero también exagera e inventa otros. El primero de ellos será ese primer encuentro con la pantalla grande y la magia de la proyección.

En la secuencia de inicio de Los Fabelman, un niño llamado Samuel Sammy Fabelman se encuentra haciendo una cola para un espectáculo que desconoce y le da miedo. Sus padres, Mitzi y Burt, mencionan una y otra vez un circo, pero el pequeño Sammy no entiende qué tienen que ver los animales y los payasos con eso que sus padres mencionan como “una película”. Para calmar la ansiedad del niño, cada uno le brinda una explicación y así comienza a revelarse la naturaleza de Los Fabelman, una película compuesta de dualidades.

Mitzi (Michelle Williams, nominada al Oscar a Mejor actriz por este papel) es una pianista devenida en ama de casa. Burt (Paul Dano, merecedor de una nominación no otorgada) es un ingeniero informático en los inicios de la computación. Mitzi es soñadora. Burt es práctico. Para Mitzi, las películas son “sueños que no se olvidan”. Para Burt, son una serie de fenómenos que pueden explicar por qué el ojo ve movimiento frente a la proyección de varias fotografías puestas una delante de otra. Burt viste de oscuro y Mitzi de claro. Así como Los Fabelman narra la vida de Spielberg, también cuenta la de sus padres. De su amor, en el comienzo, y su separación, más adelante.

Arnold y Leah Spielberg murieron unos años atrás. Él lo hizo en 2020 y ella en 2017. Su matrimonio no duró pero su amistad sí, hasta el final. A su hijo, Steven, le gusta aclarar que no fue que esperó adrede el fallecimiento de sus padres para narrar la historia de su familia. En cambio, encontró en esta película, tal vez la más personal de toda su carrera, una forma de traerlos nuevamente a la vida.

Pese a ser una historia del pasado, ambientada e imbuida en él, la forma, ritmo y propósito de Los Fabelman es mirar, siempre, hacia adelante. Uno de los primeros y tantos memorables planos en la película busca encapsular el efecto que esa ida al cine con sus padres tuvo en Spielberg y muestra al joven Sammy anonadado. Sammy mira hacia adelante, hacia la proyección, y nada más importa. El rostro maravillado (una de las huellas identitarias dentro del cine del maestro) se repetirá en otros encuentros de Sammy con el cine, que es hermosamente analógico. Es un cine de máquinas, de peso, de rollos, de químicos, de tijeras y de lámparas que encuentra en un joven un artesano devoto que llevará su talento, poco a poco, de lo íntimo hacia popular.

Los Fabelman da saltos abruptos en el tiempo para narrar la mudanza de la familia desde la Costa Este de Estados Unidos hasta el desembarco como un joven y hambriento profesional de Sammy (interpretado por Gabriel LaBelle, toda una revelación) en Los Ángeles. El crecimiento profesional de Burt Fabelman en el mundo de las computadoras significa nuevas oportunidades para su familia, así como destinos. Entre mudanzas y cambio de décadas (la película inicia en la posguerra y llega hasta la década de 1970), algunas manchas comienzan a aparecer en el rollo que cuenta la vida de los Fabelman, en especial cuando Mitzi comience a revelar un estado psicológico y emocional frágil, fomentado por la idea del abandono de una persona cercana a su marido. El personaje, interpretado con aplomo por Seth Rogen, es el mejor amigo de Burt y una especie de tío para sus hijos. Es, a su vez, algo más que un amigo para Mitzi.

Una vez convertido en el archivista profesional de su familia, Sammy descubre que al mundo lo quiere ver con una cámara de por medio, por más doloroso que pueda ser, como descubrirá al filmar una acampada de su familia. Spielberg encuentra en esos momentos, que reproducen cómo el director y su familia y amigos hicieron películas caseras, una calidez que permea en el resto del relato, incluso cuando el director explora las fisuras más dolorosas en su familia y, en especial, en el vínculo con y entre sus padres.

Los Fabelman se divide entre elementos de un drama familiar doloroso y de una comedia juvenil muy entretenida. Lo que presenta, sobre todo, es una sensación que todo director persigue en su vida profesional: ver el arte de Spielberg es reconocer cómo es capaz, con su talento y corazón, de liderar a un equipo de cineastas para que un arte colaborativo alcance una huella personal, íntima e irremediablemente perteneciente a su creador. Spielberg vierte sus memorias en un ensueño en el que profesa su amor por lo convirtió en quien es hoy. Y nosotros, desde nuestros asientos, le copiamos a Spielberg, al pequeño de los trenes, y nos dejamos maravillar, una vez más, por lo que sus ojos quieren mostrarles a los nuestros.

Vida Cultural
2023-01-26T00:24:00