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    Strauss memorable

    Primer concierto del año con la Ossodre

    El sábado 24 comenzó la temporada sinfónica en el Auditorio y la cita era propicia para evaluar con una primera impresión el trabajo del joven director compatriota Diego Naser (Montevideo, 1981), designado en octubre del año pasado como director artístico al frente de la Orquesta Sinfónica del Sodre.

    El programa se inició con la muy aplaudida, popular y también prescindible Obertura 1812, de Tchaikovsky (1840-1893). Escrita por encargo para la celebración de la resistencia rusa a la invasión de la armada napoleónica en 1812, comienza con una melodía religiosa de la Iglesia ortodoxa rusa, que hacen los violoncellos y las violas. Se ha dicho que este momento de gran belleza musical y recogimiento representa la oración del pueblo ruso ante la inminencia del ataque de la Grande Armée napoleónica. Lamentablemente dura pocos minutos y es paradojal que estos breves pentagramas, ajenos a Tchaikovsky, sean lo más bonito de la obra. Después viene el agite con los bronces, los agudos, la percusión surtida y algún remanso lírico que tampoco es para recordar. Naser controló a la orquesta con profesionalismo y marcó ritmos y balances con prolijidad. No se le puede pedir más porque la obra no da para más. Después de los cañonazos finales el público estalló en aplausos. Si estas obras pueden servir para entusiasmar y traer público nuevo hacia la música clásica, está bien que se hagan. De lo contrario, es mejor dejarlas descansar en paz.

    La obra con solista fue el Concierto Nº 2 para marimba y orquesta, del percusionista brasileño Ney Rosauro (Río de Janeiro, 1952), que fue además su intérprete. La marimba, instrumento original de África y con gran difusión en Centroamérica, es como un xilofón pero con teclas de madera. Cada tecla tiene además una caja de resonancia propia, también en madera. La obra resultó una mezcla de tradición clásica, jazz y música brasileña. Por momentos algunas de sus armonías suenan a Piazzolla. Sin embargo el conjunto, pese a estos apetecibles ingredientes, carece de interés, con la única excepción de un logrado momento de belleza en el segundo movimiento, donde el autor rinde homenaje a Juan Sebastián Bach con reminiscencias del Aria sobre la cuerda de sol, de una de sus Suites para orquesta. Rosauro es un virtuoso y por si quedaba alguna duda después de su concierto ofreció un “bis” con la Polichinela, de Heitor Villa Lobos, donde sus dos manos volaron sobre el teclado, esta vez no con dos sino con tres mazos cada una. Naser fue un acompañante atento y flexible.

    La obra más importante de la tarde, que ponía a la orquesta y a su novel conductor a prueba, era la Suite del caballero de la rosa, de Ricardo Strauss (1864-1949). Dado el éxito fulminante de la ópera del mismo nombre estrenada en 1911, Strauss escribió dos suites netamente orquestales que pudieran disfrutarse en los conciertos sinfónicos, sin necesidad de representar la ópera. La primera, que prácticamente no se ejecuta, está hecha a partir de temas del primer acto de la ópera. La segunda suite, que es la más transitada y la que se hizo en el concierto del sábado, fue compuesta por Strauss en 1934 y toma elementos de los tres actos de la ópera. Se atribuye al gran director Artur Rodzinski (1892-1958) haberle hecho algunos arreglos y agregado los compases finales. La versión de Naser fue ejemplar. No es la primera vez que lo vemos dirigir, de manera que no podemos decir que nos haya sorprendido su profesionalismo, que ya es reconocido en varios países extranjeros. Pero lo que sí nos sorprendió fue el nivel de compromiso con la obra, de consustanciación con la música de Strauss y la formidable respuesta que consiguió de los músicos de la orquesta. Ya desde los primeros compases los cornos y la cuerdas se entregaron con empuje y sonoridad inusuales. Naser logró acordes llenos, macizos, pero al mismo tiempo obtuvo en el discurso la necesaria transparencia que delataba la presencia de un instrumento, de una disonancia, de un contrapunto. Fraseó los valses con elegancia y delicadeza. Utilizó el rubato con un buen gusto infalible y logró algunos remarcables súbito piano del conjunto. En todo momento tuvo un tiempo elástico, respirado.

    Siempre atesoré en la memoria una excelsa versión de la suite que le escuché hace más de 40 años a Howard Mitchell con la Ossodre. Ahora haré un lugar en la memoria para guardar también esta.