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    Tal para cual

    Moré y Paola Venditto, binomio de excepción en el teatro uruguayo, en Historias de locura común

    En los últimos tiempos se han convertido en la dupla estelar del elenco del Teatro Circular, y una de las parejas más completas del teatro uruguayo de estos tiempos. Solo en las últimas dos temporadas, estos dos egresados de la escuela del Circular hicieron roles protagónicos —siempre como pareja— en Hay barullo en el resorte, La fiesta de Abigail, Love, Love, Love, e Historias de locura común, una obra tan buena como inclasificable del checo Petr Zelenka y dirigida por Alfredo Goldstein, que se metió entre lo mejor que se ha visto en la escena montevideana este año. En la plenitud de su vida —44 y 45 años—, Paola Venditto y Robert Moré pasan por el mejor momento de su carrera, y lo disfrutan desde la trinchera del teatro independiente.

    Los dos se complementan a la perfección. Moré (usa como nombre artístico su apellido a secas) es pura espontaneidad, personalidad y carisma. Encarna al clásico actor popular uruguayo y como Walter Reyno, Julio Calcagno o Franklin Rodríguez, es ese tipo de intérprete que no difiere demasiado arriba o abajo del escenario. Venditto representa el equilibrio entre la formación de conservatorio y el talento para transformarse en escena en cualquier tipo de mujer. Desde la periodista obsesionada por descubrir al hombre detrás del literato (como María Esther Gilio en Onetti en el espejo) al ama de casa en crisis de Love, Love, Love, pasando por la Duvija, entrañable encargada de la pulpería pergeñada por Juceca.

    En Historias de locura común, el nuevo estreno del Circular, Moré interpreta a un ciudadano checo de treintaypico que vive en Praga durante los años posteriores a la caída de la Cortina de Hierro, a principios de los 90. Trabaja en un depósito de correos, entre sobres y paquetes de todo tipo y tamaño. Deambula entre familiares, amigos, conocidos, novias y amantes y así se va armando una demencial galería de personajes excéntricos, de lo más bizarro que se ha visto en los últimos tiempos. Tipos que tienen sexo con aspiradoras o se enamoran de maniquíes, mujeres neuróticas que deliran por teléfono, padres con alzheimer incipiente, madres con TOC nunca vistos, como tomarle la presión a todo el mundo y suplicar una extracción de sangre como ansiolítico. Más allá de las máscaras, gente sola y desesperada que anda pidiendo a gritos un poco de cariño y comprensión.

    Pedro (evidente álter ego del autor) colecciona fotografías de cada uno de estos seres que lo desilusionan un día sí y el otro también. Este pabellón de freaks es el producto de un sistema colapsado luego de tantos años de opresión social, y el autor tiene la valentía de reflejarlo desde el ámbito más arriesgado: la comedia. Bien podría haber sido un dramón insoportable y autocomplaciente, pero el tipo lo tomó desde el humor, desde la posibilidad de redención que permite reírse de uno mismo y de la decadencia de su entorno. Como emborracharse y hacer chistes malos en el funeral de tu mejor amigo.

    Venditto encarna a la única reserva de cordura en todo este verdadero zoológico de trastornados. Su personaje le ofrece a Pedro una tabla para aferrarse a la vida y encontrar cierta sanidad espiritual. “Tengo que decir que al principio el texto no me convencía demasiado, no le tenía mucha fe. Empezamos a ensayar en noviembre pasado y llegamos al estreno sin saber bien qué era lo que iba a pasar. Pero lo cierto es que esta demencia es producto de la locura de (Alfredo) Goldstein. Y esa, creo, es la clave”, dijo Moré a Búsqueda en una entrevista conjunta con Venditto, realizada el lunes 4.

    Es que luego de ver esta puesta en escena resulta evidente la buena mano del experiente director para potenciar este texto —que coquetea con el absurdo y con el realismo mágico— y lograr un montaje virtuoso, que incluso se las ingenia para arrojar una mirada tierna sobre los personajes. Y además, por supuesto, vale destacar el hallazgo de este lúcido autor checo contemporáneo. Bien podría haber sido un mamarracho, pero Goldstein imprime a la narración un ritmo vertiginoso, digno de Los Simpson, e interpone una serie de recursos que conspiran para que todo sea muy disfrutable. Por ejemplo, que durante las constantes conversaciones telefónicas, los cuerpos de los actores se acerquen y se materialicen en el mismo espacio y se miren a los ojos, aunque en realidad estén a kilómetros de distancia.

    “Goldstein nos provocó durante todo el proceso de ensayo. Nos pedía cosas imposibles desde lo físico. Nos puso al límite de nuestras posibilidades para lograr que surgieran respuestas insospechadas. Nos estimuló para que apareciera el actor creador, ese que completa el personaje que imaginó el autor”, comenta Venditto. La actriz explica que se dio “una especie de negociación entre lo que proponía el director y lo que terminó ocurriendo”.

    Aunque no parezca, esta historia resulta bastante universal. Si le quitamos las valencias ideológicas, algo parecido ocurrió con las sociedades latinoamericanas a la salida de las dictaduras de los años 80. Primero la euforia desaforada de la libertad recuperada, luego la furia, la frustración y la depresión. “Más allá de la anécdota y toda la locura, Goldstein tiene muy claro el sentido del entretenimiento”, resume Moré, y condensa los motivos por lo que vale la pena ir a ver esta obra a la Sala 2 del teatro caganchero (viernes y sábados, 21 h, domingos, 19.30)

    Desde la escuela.

    “Es muy sencillo. Yo sé que a ella le molesta que lo diga, pero debo gran parte de mi actualidad como actor a trabajar con ella, que ya estaba muy destacada a nivel local cuando empezamos a trabajar juntos. Y en este tiempo he aprendido mucho a su lado”, explica Moré. Y profundiza: “cuando vos estás actuando y estás con alguien tan talentoso al lado, si te dormís, te come la escena”.

    “Nos conocemos desde hace más de veinte años. Hicimos la escuela del Circular juntos, actuamos por primera vez en La isla desierta (de Roberto Arlt) como obra-filtro para quedar, y egresamos en el 93”, recuerda Paola. Después, Tabaré Rivero fue el primero que los dirigió juntos en Los muertos, de Florencio Sánchez, coincidieron con Goldstein en Amores (de Domingos de Oliveira), en 2007, donde hacían una pareja en problemas. Volvieron a reunirse en Tape (adaptación de la película de Richard Linklater que dirigió Jorge Bolani en 2008), y compusieron otra relación conflictiva en Más vale solo, de Gabriel Calderón. “Creo que alcanzamos la máxima complementación como dupla en La fiesta de Abigail. Allí encontramos un código en común. Creo que él me ha ayudado mucho a desestructurarme”, confiesa la actriz. “Creo que el estilo de actuación va de la mano con cómo uno es en la vida. El Negro, como todos le decimos a Moré, tiene una personalidad tan fuerte en la vida que llamaría la atención en cualquier lado, aunque no fuera actor. Y yo soy todo lo contrario, yo soy la típica uruguaya con cara de uruguaya de la que habla Darwin Desbocatti todos los días. Y eso llega al escenario, entonces ahí es cuando uno tiene que trabajar para contrarrestarlo”.

    Moré completa la idea: “La escucha mutua en escena es fundamental. Y en La fiesta... encontramos esa escucha. Y también aprendimos a decirnos que no cuando no nos gustaba algo del otro. Y Denevi tuvo mucho que ver. Denevi la tiene clara desde el principio. Es capaz de comprender la sensibilidad de cada uno y te lleva para donde quiere, haciéndote creer que vos hacés cosas”. Y ella remata: “Llega un momento en que la obra es de los actores, y ahí es donde nosotros encontramos este código que después pudimos plasmar en Love, Love, Love”.

    ¿Influye en algo ser la pareja de Jorge Bolani? Venditto responde sin dudar: “La actuación es sin dudas uno de los motivos que nos unió. Tuve la suerte que en la primera obra que hicimos juntos en el Circular, Ángeles en América, un obrón de Taco Larreta, me tocó hacer de mujer de Bolani. Después coincidimos elenco en La tregua, con él como protagonista. Tuve suerte de empezar con gente como él, Ruben Yáñez, Walter Reyno, Taco. Con ellos me pasó lo mismo que el Negro (Moré) dice que vivió conmigo, por más que exagere. Jorge fue muy generoso cuando entré y eso me hizo crecer mucho. Y pasaron muchos años hasta que pasamos a compartir la vida”.