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Una banda sonora roquera alterna los créditos con las primeras imágenes de una pequeña pizzería londinense donde se apiñan en el mostrador los clientes con los muchachos del delivery. La encargada llama a uno de estos y le ordena entregar un pedido. Otro protesta y dice que ese pedido le corresponde entregarlo a él. La encargada dice que sí, pero no. Esta vez lo va a entregar otro. La situación es lo bastante rara como para que el espectador se vea venir algo más. El muchacho lleva la pizza en su moto, la entrega a una madre sobrepasada con un bebé en brazos que no para de llorar, y cuando sale del edificio le pegan un par de balazos. Uno se pregunta de inmediato si la bala era para quien la recibió o para su compañero, al que no dejaron llevar la pizza. Esta duda se la plantea en algún momento el propio matador, pero se solucionará pronto y no será el meollo de la serie que irá por otros andariveles. Porque desde el título mismo se está aludiendo a las cuestiones colaterales o conexas, a los efectos secundarios que puede tener un hecho, en este caso un crimen. Collateral (Gran Bretaña, 2018) es una serie coproducida por la BBC y Netflix y está disponible en la cartelera de esta última.
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Esas cuestiones colaterales aparecen desde el vamos con una multiplicidad de historias y de personajes que conforman una obra coral: la historia de Abdullah, víctima del homicidio, y sus dos hermanas, todos ellos inmigrantes ilegales sirios que buscan afanosamente sus papeles de residencia; la encargada de la pizzería, su vinculación con el crimen y la soledad en que vive con su madre enferma; la mujer que encargó la pizza por teléfono y la relación con su expareja, un diputado laborista, que además fue antes pareja de quien hoy es una sacerdotisa lesbiana que asiste espiritualmente a algunos inmigrantes y que vive en pareja con una inmigrante vietnamita que se transforma accidentalmente en testigo del crimen; una capitana del Regimiento Real, que sufre de estrés postraumático por su pasaje por la guerra de Irak y, last but not least, la detective Kip Glaspie, que debe desatar el nudo de todo esto. Y además se las tiene que ver con el servicio de inteligencia MI5, que también mete las narices en el asunto porque tiene alguna conexión non sancta con el tráfico de inmigrantes.
Mencionar las historias es al mismo tiempo señalar los temas que el guion pretende abarcar: las condiciones miserables de vida de los inmigrantes ilegales y el cuestionamiento de la política migratoria británica brexit mediante; el horror de la guerra en la mente de los humanos que la pelearon; el “negocio” en que se transforma el tráfico de inmigrantes ilegales escudado atrás de una agencia de viajes regenteada por un personaje oscuro con contactos al más alto nivel gubernamental; la Iglesia y la homosexualidad en la vida de pareja de la sacerdotisa y en una memorable escena entre esta y su obispo gay. Contar todas esas historias, aludir a todas esas cuestiones y además crear personajes compactos requiere un talento excepcional en el guion y ese no parece ser el caso de Sir David Hare, prestigiosa y prolífica pluma británica responsable, entre otras, de Las horas (2002) y El lector (2008). Algún crítico inglés ha dicho que “Hare está tan ocupado en contarnos sobre el estado político y social de nuestro país que sus personajes solo terminan fungiendo como portavoces de sus mensajes”.
Sin llegar a ese extremo de dureza en el juicio, es cierto que quien mucho abarca poco aprieta, más aún si tenemos en cuenta que esa cantidad de historias transcurren durante tres días y sus noches y que la serie tiene solo cuatro episodios. Esta brevedad siempre es bienvenida frente a la alternativa de estiramientos sin sentido, pero entonces habría que haber filtrado las historias y los temas y lograr un menú razonable y abarcable en este formato.
Dicho lo anterior, también hay que decir que Collateral es igualmente disfrutable. La multiplicidad de cuestiones metidas en tres días y, a su vez, esos tres días en cuatro episodios tiene un costado positivo y es una cierta sensación de vértigo rítmico en la narración por la cadena incesante de hechos nuevos que se van concatenando. Eso está muy bien resuelto por la directora S.J. Clarkson. Si bien no se cala hondo ni en los temas abordados ni en la creación de caracteres, la miscelánea de cuestiones es de por sí atractiva. Y como es costumbre cuando de ingleses se trata, hay un excelente elenco casi totalmente femenino que hace gala de una tersura actoral pareja, donde se destacan Carey Mulligan como la detective Kip Glaspie (Shame, Drive); Jeany Spark como la capitana Sandrine Shaw cuyo estrés proviene sí de la guerra, pero veremos luego que también puede haber contribuido a ese estrés la falta de cariño materno; la notable Nicola Walker, coprotagonista de la recordada serie River, como la sacerdotisa Jane Oliver, y Hayley Squires como Laurie Stone, la desgraciada encargada de la pizzería. Bendito entre todas las mujeres es también soberbio el papel de John Simm, el diputado laborista David Mars tironeado por sus exmujeres, una hija y los traspiés administrativos y políticos que comete. Es mucha cosa, pero en definitiva vale la pena.