Texturas de una vida

escribe Silvana Tanzi 
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“No al constructivismo. Sí a la libertad y al expresionismo”. Esta especie de breve manifiesto es de 1993 y lo escribió el artista Washington Barcala (Montevideo 1920-1993) poco antes de morir. En ese momento estaba muy enfermo y le costaba escribir, pero en esas dos frases de letra despareja dejó plasmada una síntesis de su pensamiento y concepción artística: la obra como espacio de absoluta libertad. De paso, marcaba su distancia con el Taller Torres García.

“Ahí está él”, dice Jorge Barcala Campo, hijo del artista, al mirar esa leyenda pintada como un grafiti en la sala del Museo Gurvich. Allí se expone Mi vida como cartonero, una muestra conmemorativa del centenario del artista que reúne 39 de sus últimas obras, realizadas entre 1989 y 1993. El contenido es prácticamente inédito, salvo por cinco piezas que ya habían integrado otras exposiciones. Con la curaduría de Manuel Neves, se podrá visitar hasta el 26 de febrero (de lunes a viernes de 12 a 18, con entrada gratis los martes).

Para entender el título de la muestra, hay que detenerse en la historia del artista. Barcala trabajó durante 20 años en la fábrica de cajas de cartón que tenía su padre, y justamente fue el cartón el que regresó a su última etapa creativa y es uno de los elementos que alimentó varias de sus obras.

En el catálogo de la muestra, Neves decidió incluir como anexos algunos textos reflexivos y evocativos que escribió Barcala. En uno de ellos dice: “De niño dibujaba autobuses y goalkeepers. En realidad los autobuses que veía y dibujaba eran como una vidriera, eran cajas con cosas (personas) adentro. ¿No es una caja el espacio cerrado del arco con la red donde el arquero la ocupa? ¿No pasé 30 años haciendo cajas? ¿Es casual que haya llegado hoy a realizar cajas donde manejo diferentes texturas?”.

Para su hijo Jorge, en 1989, cuando Barcala tenía 69 años, comenzó a mirar hacia atrás, a pensar en su vida. Entonces apareció la época en la fábrica familiar. “Yo era un chiquilín y lo acompañaba a buscar piezas a Buenos Aires. Aún me acuerdo lo que pesaba el torno”, dice ahora su hijo Jorge frente a esa serie.

Las obras de este período tienen títulos explícitos como Documento referente a mi vida como cartonero o Fábrica de envases de cartón. Como el resto de la muestra, los colores van del marrón al ocre, con todos sus matices, y son los predominantes. Estos collages incluyen dibujos de reglas, compases, resortes, figuras geométricas, anotaciones. “Casa de Cecilia”, dice al pie de una de esas obras. “Si bien la fábrica era de mi abuelo, se sabe que era ella, mi abuela Cecilia, la que regenteaba todo”, recuerda Jorge. Fue justamente con la abuela Cecilia con quien Jorge se quedó cuando sus padres se fueron en 1974 a España.

“Su verdadera vida de pintor fue a partir del 74 cuando se radicó en Madrid. Él se llevó unos 2.000 dólares y decía que si triunfaba, se quedaba. Y se quedó porque le fue muy bien. Especialmente entre los artistas y los críticos que reconocieron el valor de su obra”.

En ese momento, Jorge era un adolescente y tres años después entró a la Facultad de Arquitectura, de donde egresó. Ahora trabaja en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial. No heredó el arte del dibujo, pero desde hace unos años se dedica a fotografiar la naturaleza, sobre todo aves. En su blog publica también otras fotografías, como objetos abandonados a la intemperie que reciben el desgaste del tiempo. “Me puse a fotografiar boyas oxidadas y descubrí similitudes con la serie Chatarras de mi padre. Eso me encantó. También en Piriápolis fotografié el tren abandonado de Piria que estaba oxidado y todo grafiteado. Parece una obra de Antoni Tàpies. Ahí entendí lo que mi padre veía en sus chatarras”.

Jorge dice que heredó de su padre el amor por la música clásica, que a su vez Barcala había heredado de su madre Cecilia. También cuando iba a visitarlo a Madrid recorrían juntos los museos y en esos paseos aprendió a apreciar el arte.

Barcala venía de visita a Montevideo cada dos años y retocaba las obras que había dejado, por eso para su hijo tenía una concepción “orgánica” del arte. “Decía que podía estar con tres o cuatro obras toda su vida, porque crecían o morían o se transformaban en otra cosa y seguían el proceso. Por supuesto que hizo muchísimas, pero también se deshacía de montones. Antes del 74 quemó varias en la casa de mi abuela”.

Del realismo al informalismo

En su investigación para esta muestra, Neves analizó las diferentes etapas en la trayectoria de Barcala. La primera es la montevideana, con sus tempranos inicios como dibujante que, además, amaba el fútbol. De adolescente fue arquero en el club Olivol y en la tercera división de Wanderers. En uno de esos días de fútbol en un terreno baldío, vio entre unas chapas las pinturas que estaba haciendo un vecino. Resultó ser el artista Zoma Baitler, con quien Barcala entabló una amistad. Fue él quien lo impulsó a estudiar en el Círculo de Bellas Artes.

Sus primeras obras eran realistas, pintaba paisajes y figuras humanas. Con ellas comenzó a presentarse en los Salones Nacionales y Municipales y a relacionarse con otros artistas, como Manuel Espínola Gómez, Juan Ventayol y Luis Alberto Solari, con quienes después formó el Grupo Carlos Federico Sáez.

En las memorias que dejó escritas, Barcala recuerda su encuentro con Joaquín Torres García y cómo le corrigió con “dos pinceladas” la primera pintura que hizo en su primera clase. “En la segunda obra que le llevé no corrigió nada, la encontró bien, esa fue la última vez que le vi, ya que en esos días había una reunión en el taller para prohibir hacer envíos al Salón Nacional. Como quiero mucho mi libertad me levanté y dije buenas tardes y me fui de la reunión. Solo había apenas alcanzado a pasar por el taller. Seguí mandando a los salones y obteniendo premios”.

Neves vive en Francia y desde allí hizo la curaduría de esta exposición a partir de una invitación del propio museo. En entrevista telefónica con Búsqueda, contó sobre su descubrimiento de un Barcala para él desconocido. “Había visto la retrospectiva que se hizo en el Museo Torres García en 1996 y me habían dejado impactado las piezas de costura que hacía con su esposa. Estudié mucho su producción artística en Madrid, donde hizo una gran exposición en 1992”.

Neves es un historiador del arte. Le interesan los años 60 en Uruguay, pero también el arte madí de los 50. Con respecto a las influencias de Barcala, explica: “Había una idea en España sobre la dimensión torresgarciana de Barcala, y es lógico por la importancia de Torres García en el arte español. Pero yo pongo en duda esa dimensión, porque Barcala pensaba que esa escuela limitaba la libertad. Planteo como tesis que su influencia mayor es la del informalismo, que fue muy importante a fines de los 50 y comienzos de los 60 en Uruguay. Se desarrolló sobre todo en pintura a través de texturas, manchas, chapas, maderas”. Para Neves, la segunda etapa en la obra de Barcala, entre 1957 y 1973, forma parte de esa vanguardia informalista.

“Me pareció importante en el centenario de Barcala hacer esta muestra conmemorativa y devolver su dimensión uruguaya. Sus últimos grandes proyectos surgidos en España muestran su sensibilidad vinculada a la cultura uruguaya. Es una vuelta al dibujo al final de su vida, a la pintura figurativa”.

La tercera etapa que analiza Neves es justamente la del “exilio español” (1974-1992), que es la más productiva, donde se ubican las obras que ahora se exponen. Barcala comenzó a experimentar con bastidores, cajas, placas, varillas, algunas formas geométricas, telas con costuras. En conjunto, estas obras forman un “collage modernista”, una “entidad difícil de catalogar”, al decir de Neves.

Las manchas, los hilos y una Singer

En la muestra se ve el gusto de Barcala por los formatos pequeños. Su hijo Jorge recuerda que en Madrid tenía un apartamento reducido que era también su taller. “No era que no quisiera tener algo más grande, no le interesaba, pero lo limitaba en los tamaños, entonces hacía grandes bastidores y en ellos compaginaba sus obras de mayor dimensión”.

Entre esas obras aparecen sus telas con figuras geométricas que no son exactas, así como no son exactas las figuras humanas en forma de manchas negras. En estas telas tuvo una participación importante su esposa María Elena, que con una máquina Singer a pedal recorría los dibujos de su marido, no para coserlos, sino para usar el hilo como marca del contorno. Con María Elena se había casado en 1948 y tuvo primero a su hijo Álvaro y luego a Jorge.

“Con las telas comenzó por los 90. Recuerdo que mi madre traía a Montevideo una carpeta con sus dibujos hechos en un papel muy fino. Llegaba a casa, agarraba la Singer de mis abuelos y se ponía a dibujar con hilos sobre los dibujos de él. Después sacaba el papel y quedaba la costura. Un trabajo artesanal impresionante”, dice Jorge. Algunos dibujos tienen los hilos colgando que el artista optó por dejar. Otros muestran el revés de la trama.

En 1981 a Barcala lo operaron de un tumor al cerebro. Al año siguiente se recuperó y entonces hizo una exposición. Pero en 1983 el tumor regresó. “Ya sabíamos que podía ocurrir. Yo le pedí que hiciera una exposición más y la hizo”, explica Jorge. En sus últimos años, tenía problemas de movilidad y de escritura. Se nota en el trazo y en la letra de su firma, pero siguió dibujando hasta el último momento.

El Uruguay de su infancia y juventud se empezó a mezclar con los juguetes y las figuritas de sus nietos, con sus bañistas de la playa Pocitos, los veleros, el Puerto, la Onda, la plaza Cagancha, el Sorocabana y hasta con su amigo, el pintor Cabrerita. “Usaba juguetes de mi hijo. Le robaba puzles y dibujos. Una vez estábamos almorzando acá en Montevideo. Él se levantó y al rato sentimos un ruido fuerte. Había aplastado un avioncito de lata que tenía mi hijo. Después lo puso en una obra”.

En uno de sus últimos trabajos dejó plasmado su “No al constructivismo…” encima del dibujo de uno de sus nietos. Al costado otra leyenda dice: “Días felices con mis padres jóvenes, 1920-30, 1940-50”.

La muestra tiene las huellas del Barcala hurgador del Rastro y las calles madrileñas donde encontraba nuevas texturas para sus obras. Un día juntó unas cajas de cartón rojo de corbatas que había desechado una tienda, y ahora integran tres obras de la muestra, y son las más coloridas.

Ahora es Jorge, a punto de jubilarse, quien regresará a España con su familia. “Me voy a vivir a Vigo. Me tiran los genes gallegos”, dice. Con él llevará una obra de su padre para donar al museo de la ciudad que lo va a recibir. “Tenía un gran reconocimiento de los artistas españoles, y en Galicia lo consideran un gallego más”. Hasta fines de febrero, en el Museo Gurvich, hay una oportunidad para que los uruguayos lo reencuentren.

Vida Cultural
2020-12-02T19:22:00