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El año 1968 fue difícil en EEUU. En abril mataron al pastor Martin Luther King, un dirigente clave en el comando del Movimiento por los Derechos Civiles en su país. Apenas dos meses después, en junio, mataron al senador Robert Kennedy, hermano de John, el presidente, a quien habían asesinado cinco años antes, en noviembre de 1963. En ese entorno sangriento al que se sumaban los enfrentamientos por conflictos raciales y por la guerra de Vietnam, en noviembre de 1968 se celebrarían elecciones presidenciales en las que finalmente triunfaría el republicano Richard Nixon sobre el candidato demócrata Hubert Humphrey.
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Ese fue también el año en que los noticieros televisivos en EEUU sufrirían un cambio radical. Los noticieros eran entonces los reyes del rating y las cadenas que alojaban a esos reyes eran CBS y NBC. En tercer lugar y lejos de las otras dos estaba la cadena ABC. Tan lejos estaba que una broma de la época decía: “Para terminar con la guerra de Vietnam habría que transmitir la guerra por ABC y entonces en pocos días se terminaría”.
La jugada de ABC consistió entonces en aprovechar las convenciones del Partido Republicano y del Partido Demócrata a desarrollarse en el mes de agosto, la primera en Miami y la segunda en Chicago. Con ese fin contrataron a dos intelectuales para que en diez debates confrontaran sus distintas posiciones político-ideológicas. Los elegidos fueron el conservador William F. Buckley Jr. y el liberal Gore Vidal. Ofició como moderador Howard Smith, una conocidísima figura de los noticieros de la época. La jugada fue brillante para los intereses de ABC, que desplazó cómodamente de los primeros lugares a los otros competidores y que para los entendidos cambió la televisión para siempre al marcar el fin de la visión objetiva e iniciar la era moderna del discurso público en los medios de comunicación. Como agudamente afirma ante la cámara un ex director de la cadena ABC: “La discusión es el azúcar y todos somos moscas”. De esta serie de debates, su organización, su entorno político-social y de las personalidades de ambos contendores nos ilustra el excelente documental Best of Enemies (EEUU, 2015), que puede traducirse como “Lo mejor de los enemigos”, escrita y dirigida por Robert Gordon y Morgan Neville, que puede verse en la grilla de Netflix.
William Buckley Jr. (1925-2008) fue para muchos el primer intelectual conservador moderno, fundador en los años 50 de la revista National Review, una suerte de guía para los conservadores de su país. Hombre con respuestas seguras para todo, autor de varios ensayos y también obras de ficción, se autoproclamó admirador de Francisco Franco, fue amigo personal y asesor de Barry Goldwater y Ronald Reagan y condujo durante más de 30 años Firing Line, un programa televisivo semanal donde entrevistaba gente con un estilo académico, conservador, erudito y salpicado de humor. Se casó y tuvo cinco hijos.
Gore Vidal (1925-2012), el adversario de Buckley, fue un intelectual de gran fuste con una enorme producción literaria: ensayos políticos, exitosísimas novelas, obras de teatro y guiones de cine. Un defensor de la no intervención, crítico de la política exterior de su país que él mismo calificó de imperialista, un liberal absoluto, homosexual, perseguido por el macartismo. Alternó su residencia en Los Ángeles con otra en Ravello, la costa amalfitana, donde tenía una espectacular casa sobre un acantilado a seiscientos metros sobre el nivel del mar.
Vidal era un maestro del sarcasmo y eso puede constatarse desde el vamos: el contenido de sus intervenciones y la forma de expresarse muestran a un individuo agudo, refinado y pedante, donde el humor pasa de ser un bienvenido remanso a transformarse de pronto en un sablazo brutal a su contrincante. Quizás la mejor definición de Vidal la da en su testimonio Reid Buckley, hermano de William: “Es una puta del debate y es brillante y ameno. Pero cada vez que lo escucho me deja una sensación de náusea”.
En la otra esquina del ring, Buckley muestra una sonrisa muchas veces falsa o estereotipada, su rostro se puebla de tics. Cuando habla casi siempre mira a Vidal mientras que cuando este le contesta casi nunca lo mira: se dirige al moderador (fuera de pantalla) o mira fijo a la cámara. Los embates de Buckley le resbalan a Vidal, que muestra un admirable control de sí mismo. El previsible final de esos enfrentamientos fue famoso porque la inmutabilidad y la arrogancia de Vidal consiguieron sacar de las casillas a Buckley en un final que no conviene revelar.
Más allá de ese momento puntual, sublime para la TV en vivo, la película despliega un excelente material de archivo y testimonios sobresalientes por los que desfilan calificados comentaristas que contribuyen a armar como en un puzzle la personalidad y el temperamento de los dos intelectuales antagonistas. En definitiva, la mirada conservadora y la mirada liberal sobre el mundo persisten hasta hoy. Y poder palpar esa vigencia es otra virtud de este documental.