Sebastián Silvera es el personaje protagónico, cuyo nombre ignoramos. Llega a su casa al amanecer, encuentra a Lea, su esposa (Leonor Chavarría), acostada con la ropa puesta en el sillón del living y le dice que acaba de matar a una persona.
Sebastián Silvera es el personaje protagónico, cuyo nombre ignoramos. Llega a su casa al amanecer, encuentra a Lea, su esposa (Leonor Chavarría), acostada con la ropa puesta en el sillón del living y le dice que acaba de matar a una persona.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáElla no le cree y mantienen una larga discusión en la que afloran los miedos extremos que mantienen oprimida a la mujer y la angustia en la que está sumergido el hombre. En la siguiente escena, un joven vestido con el uniforme militar (Franco Rilla) es un soldado que regresa de una guerra y no encuentra su hogar. El texto de Slaughter no brinda mayores referencias de los personajes. En la promoción solo nos dicen que se trata de “una historia de seres en total aislamiento, unidos por la búsqueda de un ‘otro’ con quien empatizar, en un grito furioso de humanidad”.
Slaughter (voz inglesa traducible como “matanza, masacre o sacrificio”), explícitamente inspirada en el trauma que padecieron miles de soldados veteranos de la primera guerra del Golfo (la de 1991), fue escrita por el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco al final del siglo XX y fue publicada en 2002, pero permanecía sin estrenarse hasta ahora. He ahí un primer aspecto interesante, porque se trata de un texto de la etapa en la que Blanco aún no dirigía sus obras. Las escribía, las publicaba y las soltaba al viento para que las montaran artistas como Alberto Rivero, que dirigió Calibre 45 en 2002, o Mario Ferreira (Kiev, en 2007). Es un texto donde no existe un personaje llamado S o directamente Sergio, como ha sucedido en los últimos años, mucho antes de iniciar su ciclo de autoficciones que lo ha convertido, en la última década, en el dramaturgo uruguayo más estrenado en la historia. Mientras que Cuando pases sobre mi tumba gira por Brasil y se anuncia para octubre el estreno de Tebas Land en Atenas y de Zoo y El salto de Darwin en Montevideo, en esta temporada hay obras de Blanco en París, Milán, Tokio, Chicago, Melbourne, Ciudad de México, Río de Janeiro, San Pablo, Santiago, La Paz y Caracas.
María Dodera acierta por partida triple: en la elección del elenco, en la dirección y en la puesta en escena. Silvera, Chavarría y Rilla son tres intérpretes fogueados, maduros, con el suficiente kilometraje recorrido como para explotar al máximo las posibilidades dramáticas de este texto, duro y árido si los hay, encarnar en forma magistral la alienación que domina a los personajes y llevar el buque a buen puerto. Porque resultaría insoportable ser testigos de la angustia que domina la existencia de estos seres agobiados por sus pensamientos si no estuviéramos todo el tiempo siendo seducidos por sus modos, sus gestos, sus movimientos en escena, incluso sus desbordes. Y justamente, en la calidad de las interpretaciones radica lo mejor de este espectáculo.
El otro punto alto es su puesta en escena desangelada, sostenida en la frialdad de esos tubos luz que dominan el techo de la pequeña, subterránea y claustrofóbica sala 2 del Teatro Stella d’Italia, un espacio ideal para ambientar esta historia. Un viejo televisor blanco y negro prendido y sin señal, con aquel nevado que simbolizaba la ausencia de señal, el esqueleto de un pescado que se pudre en un plato y una ventana de vidrio opaco que solo deja ver un tenue resplandor. Todo conspira para construir ese planeta estéril, esa atmósfera hostil para cualquier intento de zafar de ese aislamiento mental en el que se encuentra esta tríada (¿son tres realmente?) de criaturas en pena. Puntazo para el trabajo del escenógrafo Mateo Ponte, el iluminador Nicolás Amorín y la vestuarista Florencia Rivas. También aporta —y mucho— la opresiva banda sonora original que le permite a Rilla demostrar, junto con su talento como actor, sus dotes musicales.
Más allá del loop de desasosiego en el que se encuentran sus protagonistas, Slaughter es una obra eminentemente política, pues expone la consecuencia más invisible de la guerra, ese último recurso para resolver conflictos que acompaña a la humanidad desde su génesis. No habla de los muertos inocentes por las bombas, tampoco de las violaciones a los derechos humanos que cometen las fuerzas militares y paramilitares en casi cualquier enfrentamiento a lo largo de la historia. Pone el foco en el trauma de quienes vuelven y ya no pueden volver a encontrar nunca más el silencio de la serenidad. Y es un potente reflejo de un mundo globalizado que en algunos aspectos no ha cambiado demasiado. Blanco escribió esta obra encerrado en su monoambiente de París cuando recién se había radicado en la metrópolis francesa y —con su visa de turista vencida y aún sin permiso de residencia— era un completo inmigrante ilegal. Los ecos de la guerra del Golfo —como el síndrome que padecían muchos excombatientes por haber estado expuestos al uranio que irradiaba el armamento experimental allí usado— permanecían fuertes y Europa aún vivía el shock de la barbarie en los Balcanes. Blanco incluso describe un atentado muy similar —un edificio que se desploma— al que ocurriría un año después en Nueva York, que disparó las invasiones a Afganistán y —nuevamente— a Irak.
“Slaughter trata de detectar los fragmentos escondidos de los actuales liberalismos, ya que estos constituyen el discurso oficial de nuestra época. Y las zonas turbias de dichos sistemas son la violencia extrema que incuban”, sostiene Blanco en su ensayo Teatro y masacre en tiempos de paz, que refiere, entre otras obras a esta. Y agrega: “Es claro que la violencia cotidiana, la violencia sistemática se ha apoderado de nuestra existencia. Es claro también que esta violencia no es de origen gratuito, sino que es provocada en la relación entre nuestras economías y la degradación humana a la que nos vemos enfrentados. Slaughter trata de hablar de un mundo capaz de idear economías capaces de conducirnos a nuestra propia autodestrucción”.
Un mes después de estrenar, esta puesta de Dodera sigue agotando la sala 2, donde estará en cartel los domingos a las 20, desde el domingo 25 hasta el último de octubre, con entradas a la venta en Tickantel.