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Los directores consagrados cometen a veces errores, no porque hayan perdido el talento ni se hayan olvidado de las razones que los llevaron al éxito. El mismo Woody Allen se equivocó con el tono que adoptó en “A Roma con amor” y no por eso hay que enojarse con él y creer que su carrera va barranca abajo. Lo mismo pasa con el aclamado Pedro Almodóvar, que construyó su prestigio apoyándose en el desenfado, en el humor irreverente, en el desafío constante a la moral pacata, en el melodrama sublimado, en la burla soterrada a la cursilería de los amores contrariados envueltos en lágrimas y boleros. Todo ese ensamblaje que en otras manos hubiese resultado grotesco, en las suyas rezumaba ternura, gracia y cierto grado de emoción, con personajes tan redondos como creíbles y una formulación visual atractiva, sensual, envolvente.
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En algunos títulos emblemáticos de entre los diecinueve que se estrenaron acá (“Mujeres al borde de un ataque de nervios”, “La ley del deseo”, “Todo sobre mi madre”, “La mala educación”, “Volver”) se puede trazar cómodamente un catálogo de las preferencias almodovarianas, su constante salto entre la comedia y el drama, además del humor que ha sabido imprimirle a sus situaciones más comprometidas donde se incluye mucho sexo y mucho personaje gay entre travestis, transexuales y mariquitas sin complejos. Y claro, al hacer ese cine tan personal y tan a contrapelo de las convenciones burguesas más intolerantes, por el cual ha obtenido éxitos de taquilla, premios en festivales, varios Goya del cine español y hasta algún Oscar de Hollywood, Almodóvar se ha convertido él mismo en un burgués que acepta muy ufano el aplauso y los elogios, y hasta se enoja cuando se le escapa algún premio. En una palabra, de un artista marginal y transgresor (“Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, 1980) se ha transformado en un director comercial y autocomplaciente. Y eso no le hace ningún favor.
Basta mirar Los amantes pasajeros para saber hasta qué punto ha llegado. Dijo que quería volver a la comedia luego de algunos melodramas muy cargados (el último, “La piel que habito”, era un exceso) pero la frescura de “Mujeres al borde…” se ha evaporado. Acá inventa una línea aérea (“Península”, ya que “Iberia” está registrada) y un grupo de personajes a bordo de un avión averiado que no encuentra ningún aeropuerto libre para descender. Por lo clara, la alegoría ya es cargosa. Pero a bordo va una clase turista literalmente anestesiada (el pueblo español a la deriva, claro), mientras en el salón VIP hay unos pocos privilegiados que se las traen: una solterona virgen que posa de vidente (Lola Dueñas), una ex prostituta devenida en madama de un prostíbulo de lujo donde los hombres van para sentirse dominados (Cecilia Roth), un asesino a sueldo de un cartel mexicano (José María Yazpik), un veterano actor de telenovelas en líos de amor (Guillermo Toledo), un hombre de negocios que sufre porque hace años que no ve a su hija pero en realidad está escapando luego de cometer una estafa millonaria (José Luis Torrijo), una pareja de recién casados y tres “azafatos” notoriamente homosexuales (Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo) que se hablan en femenino, consumen drogas y su tema favorito son las pollas que se han comido y las que se quisieran tragar. Todo es, como se ve, muy sutil.
Con semejante panorama, no es de extrañar que los dos pilotos (Hugo Silva, Antonio de la Torre) se preocupen menos de que el avión vaya camino al desastre que de mezclarse en orgías sexuales con los pasajeros (y con los azafatos, claro está) y que esta especie de microcosmos que intenta reflejar la decadencia de España y su crisis muy actual se resuma en una comedia sin gracia, con chistes descafeinados, donde las referencias sexuales son obvias, a menudo groseras y casi siempre en un mismo tono gay, por supuesto. Los momentos culminantes son un patético número musical donde los azafatos bailan “I’m so excited” sincronizando los labios con la voces de las Pointer Sisters (que se festejaría mejor en un boliche gay y no frente a los azorados pasajeros) y la torpe orgía que toda esa gente emprende luego de probar los alucinógenos que la tripulación les provee. Todo está encerrado (con escasas excepciones, y solo para mostrar cameos inútiles de Penélope Cruz, Antonio Banderas y Paz Vega) en ese asfixiante avión de utilería y el presupuesto debió ser muy barato para poder pagar los salarios del numeroso elenco. En suma, un paso en falso de Almodóvar, un tipo que solía ser gracioso pero que acá no logra más que una mariconada pedorra.
“Los amantes pasajeros”. España, 2013. Escrita y dirigida por Pedro Almodóvar. Duración: 90 minutos.