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Había burlado varias veces la muerte y trató de alcanzar los 105 años de vida. Pero la salud del arquitecto Oscar Niemeyer estaba muy deteriorada y el miércoles 5, cuando le faltaban diez días para su cumpleaños, falleció en el Hospital Samaritano de Río de Janeiro, ciudad en la que también había nacido en 1907.
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El nombre de Niemeyer quedará ligado para siempre a Brasilia, la ciudad futurista que construyó desde cero y en cuatro años. Pero su monumental obra arquitectónica está por todo Brasil y por el mundo: en la Universidad de Constantinopla, en la Mezquita de Argel, en la sede del Partido Comunista francés, en el edificio de la ONU en Nueva York, en la sede de la Editorial Mondadori en Italia y en el Pestana Casino Park de Portugal, entre otros lugares. Por su obra fue varias veces premiado: a los 80 años recibió el Pritzker de Arquitectura y, en 1989, el Príncipe de Asturias de las Artes.
Egresado en 1934 de la Escuela de Bellas Artes de Río de Janeiro como ingeniero-arquitecto, Niemeyer se inició en la vida profesional con el arquitecto y urbanista Lúcio Costa, con quien crearía años más tarde Brasilia. Desde muy joven demostró su capacidad para pensar lo nuevo, para diseñar espacios amplios y romper con las simetrías. A comienzos de los 40, proyectó con Le Corbusier el nuevo edificio para el Ministerio de Educación y Salud Pública de Río, obra pionera del modernismo arquitectónico brasileño.
Su fama en todo Brasil surgió en Belo Horizonte, cuando el entonces alcalde Juscelino Kubitschek, quien luego sería presidente, le encargó el complejo del Lago de Pampulha, que incluyó la iglesia de San Francisco de Asís. Finalizada en 1943, fue un escándalo para el Obispado de la ciudad, que se negó a bendecirla durante mucho tiempo. Con este proyecto, Niemeyer ya había comenzado a fascinarse con las líneas curvas.
Afiliado al Partido Comunista Brasilero, mantuvo hasta su muerte una constante adhesión al marxismo, tanto, que lo consideraban uno de los últimos comunistas de su país. Durante la dictadura, los proyectos de Niemeyer comenzaron a ser rechazados. En 1965 se unió a la protesta contra la política académica de la Universidad de Brasilia y renunció con otros doscientos docentes a su cátedra. Luego se exilió en París y regresó a su país al regreso de la democracia.
Al contrario de su inamovible línea ideológica, la arquitectura de Niemeyer es una fiesta de la imaginación y de la libertad. En sus obras buscó la sensualidad y la belleza, y las encontró en las formas onduladas. “No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre”, escribió en sus memorias publicadas en 1998. “Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas está hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein”.
Bajo estos parámetros diseñó Brasilia, una ciudad de ciencia ficción que bien podría haber sido ideada por Isaac Asimov o Ray Bradbury. La idea de crear una capital federal, nacida desde cero y en un desierto, respondió a los deseos del presidente Kubitschek, quien quiso verla terminada antes de que se acabara su mandato. Y lo logró. Brasilia se inauguró el 21 de abril de 1960, exactamente un año antes de que finalizara su Presidencia.
Niemeyer volvió curvos el concreto y el vidrio, y muchos de los edificios de Brasilia se asemejan a naves espaciales que aterrizaron en la Explanada de los Ministerios. Al final de ese largo camino se erige la Catedral Metropolitana Nossa Senhora do Aparecida, una estructura con forma de corona de espinas que apunta al cielo y está llena de luz y de color.
En los años 80, el arquitecto diseñó el sambódromo de Río de Janeiro y también el Museo de Arte Contemporáneo en Niterói, que se inauguró en 1996. Con forma de plato volador, el edificio, una de sus obras más aclamadas, parece estar a punto de elevarse por encima de la bahía de Guanabara.
Niemeyer no solo recibió elogios por su trayectoria. Algunas de las críticas que se le hicieron apuntan al fracaso de Brasilia como ciudad de “igualdad social”, tal como fue concebida. Hoy supera los dos millones y medio de habitantes y su crecimiento vigoroso provocó un desborde hacia ciudades satélite donde viven marginados los sectores más pobres. Pero lejos de las críticas, el jueves 7, esa espectacular y polémica ciudad recibió los restos de Niemeyer, a quien lloró como a un padre.
Niemeyer había estado casado durante 75 años con Anita Baldo, fallecida en 2004, con quien tuvo a su hija Ana María, quien también murió en junio de este año. Así como nunca renunció al trabajo, el longevo arquitecto tampoco renunció al amor, por lo que se volvió a casar a los 98 años con Vera Lucia Cabreira. Antes de caer enfermo, estaba diseñando un estadio para el Mundial de 2014. Otro de sus sueños radicalmente curvo.