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Pablo Casacuberta reconoce cierta extrañeza detrás del título de su nueva película Soñar robots. “Es casi un oxímoron”, afirma en su diálogo con Búsqueda, al referirse a la relación entre el infinitivo optimista y el objeto tecnológico. De todas maneras, para el cineasta, escritor y gestor cultural, la nomenclatura no solo cumple con la finalidad de referir a un afán idílico que recorre la obra, sino que también se da el gusto de otorgar un guiño, pequeño, al autor Philip K. Dick y sus ovejas eléctricas (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?).
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Esa es una primera aclaración vinculada al largometraje, que se estrenará en cines nacionales el próximo jueves 4 de noviembre. La segunda, más importante aún, es que el documental “no se trata sobre los robots”, señala Casacuberta, sino sobre quienes están detrás de ellos. En Soñar robots, esas figuras, los protagonistas, son niños y adolescentes provenientes de diferentes localidades del interior rural de Uruguay que han participado en programas de formación educativa en torno a la robótica y la programación impulsados por el Plan Ceibal.
Soñar robots es la película uruguaya inspiracional y reconfortante de esta temporada de estrenos nacionales, que debido a la pandemia se ha convertido en una sucesión de lanzamientos programados. Con una construcción narrativa arraigada en estímulos audiovisuales de naturaleza lúdica, la obra retrata a un grupo de jóvenes provenientes de Migues (Canelones) y Las Toscas de Caraguatá (Tacuarembó) mediante varios formatos: hay entrevistas, registro de parte de sus vidas y exploración de trabajo en robótica en espacios educativos.
De esa manera, la película —dirigida por Casacuberta y desarrollada por él, junto con Matías Paparamborda— explora las posibilidades del género documental desde su lado más tradicional, pero también agrega vertientes que podrían emparejarse con las cualidades del cine de ficción centrado en el crecimiento de personajes jóvenes. Hay, también, algunos componentes del cine de deportes una vez que los protagonistas emprenden su participación en la First Lego League (FLL), un programa internacional de tecnología orientado a niños y adolescentes que tuvo lugar en el Antel Arena en 2019.
El proyecto de Soñar robots empezó a tomar forma cuando, desde el equipo de Casacuberta dentro de la institución Gen. Centro de Artes y Ciencias, se constató un fenómeno reiterado en las noticias: las conquistas de varios jóvenes uruguayos del interior en competencias de robótica y eventos y programas impulsados por organizaciones como la NASA. Para Casacuberta, la reiteración de estas actividades no podía tratarse de un hecho aislado. “Yo sabía bastante poco”, confiesa el director rememorando sus primeros pasos dentro del campo de la robótica. “Pero me daba cuenta de que había algo allí que ameritaba ser explorado y contado”.
Lo que inicialmente parecía estar vinculado a algunos grupos de jóvenes, rápidamente se reveló como una actividad de decenas de decenas. Actualmente, en Uruguay hay alrededor de 5000 kits de robótica dispuestos para ser utilizados en aulas de todo el país.
Soñar robots recorre las ideas, anhelos y temores del grupo de alumnos. Comienza con sus créditos montados sobre una sucesión de imágenes del campo uruguayo, y muestra la anchura de sus paisajes y parte de su fauna. Inmediatamente, esas imágenes se ven interrumpidas por lo que parecen ser pequeñas invasiones tecnológicas. La fotografía introduce elementos digitales, entonces campo y tecnología comienzan a integrarse, mientras que la banda sonora compuesta por Gabriel Casacuberta también entremezcla instrumentos tradicionales con sonidos artificiales.
“Es una película que dinamita estereotipos. Para empezar, el del adolescente apático y el del campo como un lugar que tiene un vacío de procesos intelectuales complejos”, señala el cineasta. Desde su concepción, el riesgo que la obra tenía era la de convertirse en una “celebración institucional” del Plan Ceibal, que figura como parte de los apoyos recibidos para el proyecto. “No es eso la película”, remarca. “Es una celebración de la capacidad de los uruguayos de generar instancias de investigación, una de las cuales es el Plan Ceibal. Queríamos que tuviera una lectura más amplia”.
Una vez que el equipo de producción de Gen comenzó con la investigación y trabajo de campo, lo que habían visto como una historia aislada se convirtió rápidamente en un mundo “con una demografía gigantesca”. Casacuberta encontró una pasión que en Uruguay solo se le ha reservado al fútbol. “(La robótica) es la mezcla exacta de la pasión del fútbol con la capacidad de establecer procesos intelectuales profundos”, comenta. “Es un proceso con dinámicas de estadio, hinchadas, banderas y personas alentando en torno a jóvenes en el desarrollo de un proceso de creación”.
La película, que está dividida en capítulos, se centra en ese punto cuando dedica uno de sus episodios al pasaje de los jóvenes uruguayos por la competencia realizada en el Antel Arena. Los resultados del evento pueden buscarse con antelación, pero lo recomendable es entrar a ciegas y experimentar ese pasaje, narrado con adrenalina y repleto de giros narrativos simplemente sorprendentes. Las imágenes recolectadas se sienten, desde el presente pandémico, como una utopía por momentos lejana. En el establecimiento repleto de jóvenes de decenas de países, embanderados con sus símbolos nacionales, se sienten varias emociones, desde la excitación y el temor, a las victorias y derrotas, mientras los robots buscan superar diferentes pruebas dentro de mapas que simulan las ciudades del futuro.
Fuera de la competencia, son los testimonios de los entrevistados los que resultan sumamente llamativos, debido a la candidez, sinceridad y lucidez con las que los jóvenes parecen responder a las preguntas no reveladas al espectador. Hay diálogos sobre elementos de la mecánica cuántica, pero también los pormenores personales que significa para varios de ellos provenir de localidades con poblaciones pequeñas. Al habitar el mundo de la robótica, que está centrado en la palabra futuro, los muchachos y muchachas retratados también se cuestionan lo que significa vivir en localidades y ciudades definidas por sus tradiciones.
Una secuencia, que Casacuberta confiesa haber obtenido con fortuna, muestra al grupo de aficionados a la robótica mirando con atención mientras un desfile de ciudadanos a caballo pasa frente a ellos, lo que genera una discusión sobre el maltrato animal y la dificultad en concebir una coexistencia entre todas las facetas de sus identidades como jóvenes del interior.
“En Uruguay atravesás la educación formal sin que nadie te diga una cosa que es fermental y funcional: este país es un país experimental que no ha logrado reivindicar al experimento. Es una premisa esencial para desarrollar la innovación social, científica, el pensamiento y el emprendimiento”, dice el director.
Entre otras decisiones acertadas de la producción se encuentra la ausencia de testimonios adultos. Si bien familiares y educadores aparecen como parte de la cotidianeidad de los protagonistas, las únicas voces que hilan el documental son la de los niños y adolescentes. Casacuberta se enorgullece de la decisión hasta el día de hoy. “Soñar robots no es acerca de los robots”, enfatiza nuevamente el director. “Es acerca de las personas y cómo la disciplina de abordar desde una dinámica de ensayo y error, y de diálogo y capacidad colectiva, hace que cualquier proceso sea una ventana al sentido mismo de todas las cosas. Sorprende ver a chiquilines que tienen una mirada estructuradísima de su lugar, del mundo y de su condición de personas que forman parte de un proceso de cambio. Eso es lo emocionante”.
La película se estrena en salas de Movie, Cinemateca y la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño. Algunas funciones durante los fines de semana se proyectarán en los complejos de Life Cinemas. Casacuberta mantiene la esperanza de ir conquistando nuevas funciones a medida que el “boca a boca” propulse un mayor interés por parte del público. También están planificadas varias proyecciones gratuitas en el departamento de Canelones en el correr de las próximas semanas.
“Hay una vieja tradición uruguaya que se ha perdido un poco, que era la de salir de ver una película e ir a tomar algo para conversar sobre qué es lo que pasó”, comenta el artista. “Me parece que Soñar robots es especial para esa clase de procesos. Es una película que tiene que ver con el ser uruguayo pero sobre todo con la necesidad de ampliar y actualizar nuestros criterios sobre esa identidad”.