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Fue una arremetida con ecos medievales. El desenlace de la última temporada de Succession, la celebrada serie dramática de HBO, tuvo lo que nadie esperaba. Los hermanos Roy, Kendall, Siobhan y Roman accedieron a parar el fuego cruzado entre ellos para finalmente aliarse en contra de su padre. El objetivo es detener los planes del poderoso empresario Logan Roy en vender la empresa familiar Waystar Royco, un conglomerado de medios, parques temáticos y cruceros.
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Inmerso en plenas negociaciones y rodeado de sus lacayos, Logan se encuentra en un hotel de lujo en el corazón de la Toscana; un rey nómada resguardado en un castillo de tierras extranjeras. En su enfrentamiento, los hermanos aprenderán una lección que les ha costado aceptar. Logan Roy no puede ser vencido. “Yo me quedo con el premio”, dice el padre con deleite maligno a sus hijos. Los tres han fracasado en entender lo que les ha sido impartido desde pequeños: en la cima no hay lugar para la piedad.
Succession se despidió así, como nunca lo había hecho.
Hasta ahora la serie se inclinaba en reformular la relación entre Logan (Brian Cox) y el hijo mayor de su segundo matrimonio, Kendall (Jeremy Strong). La primera temporada los encontró unidos por un crimen del hijo que el padre ayudó a encubrir. En el final de la segunda, fueron los crímenes paternos que el hijo utilizó para anunciar públicamente que enfrentaría a su progenitor hasta lograr la destitución de su lugar al mando de la compañía, de una vez por todas.
Para en el noveno y último episodio de la tercera temporada, titulado Todas las campanas dicen y estrenado el domingo 12 de diciembre, la traición reinó. El costo de la unión entre los tres hermanos se manifestó en una puñalada triple y muy cercana. Primero por su padre, luego por su madre y finalmente por Tom Wambsgans (Matthew Macfadyen), el esposo de Siobhan (Sarah Snook), que demostró ser un lobo en la piel de un cordero. Tras delatar el plan de los hermanos para bloquear la estrategia comercial de Logan para vender su compañía a una firma tecnológica, Tom se ha ganado su aprecio y, por ahora, su cabeza no corre peligro. Ha hecho un trato con el diablo.
Succession volvió en octubre de 2021. Tras la emisión del episodio final de la segunda temporada, en diciembre de 2019, el drama contó con el tiempo suficiente para crecer en audiencia y también lo hizo en prestigio. Los premios comenzaron a apilarse, incluyendo el Emmy a Mejor serie dramática que ganó en 2020. Poco a poco HBO entendió que entre sus manos tenía algo de un valor de entretenimiento mayor al que pensaba.
Una serie no se convierte en un fenómeno de la noche a la mañana. Succession está lejos de contar con la popularidad de espectadores que HBO realmente necesita para sentir el alivio que alguna vez le trajo el éxito sin precedentes de Game of Thrones (2011-2019). Con el viento a su favor, la tercera temporada fue tratada con mayor cariño que en años anteriores.
Su emisión los domingos a la noche (el espacio que HBO guarda para sus producciones originales de peso) apeló a retomar una conversación sobre la serie a lo largo de la semana y hasta reforzó ese concepto con la producción de tres pódcast oficiales (en inglés, español y portugués). HBO —una propiedad del conglomerado WarnerMedia— entiende que las series y películas no solo deben sostenerse comercialmente por sí solas, sino que deben generar productos derivados, reconvertirse en el objeto de teorías y comentarios por parte de sus audiencias y poder crear pequeñas piezas, preferiblemente humorísticas, fácilmente replicables dentro de las redes sociales.
Para su regreso, Succession también contó con una campaña de promoción efectiva en múltiples frentes. El primer avance, publicado en julio, hacía hincapié en el duelo entre padre e hijo que se convertiría en la columna vertebral de toda la temporada. Se mostraba lo suficiente de ese conflicto como para encender la mecha del entusiasmo. Para setiembre, una serie de afiches promocionales jugaría con otra idea rectora a través de toda la serie: la formación y mutación constante de los múltiples bandos posibles, y divididos por el poder, que se darán a lo largo de la historia. Previo a su estreno en octubre, Succession volvió acompañado de numerosas críticas en la prensa cultural extranjera, que ya la coronaban como una de las producciones televisivas más destacadas del año. No estaban equivocadas.
Antes de emprender la tercera vuelta en el carrusel de la familia Roy, su creador, Jesse Armstrong, se encontraba en un aprieto. Las restricciones y exigencias sanitarias obligatorias para las producciones audiovisuales en tiempos del Covid-19 obligaron al narrador inglés, quien ha trabajado en las comedias televisivas Peep Show y The Thick of It, a repensar todo lo planeado para la tercera temporada de la serie. Con el equipo de guionistas trabajando pasos adelante, Armstrong se planteó una pregunta: ¿debía incorporar el coronavirus en su ficción?
Armstrong optó por ignorar la pandemia. A su parecer, nadie que pertenezca a lo más alto de la pirámide social se vería “realmente” afectado. Antes que recurrir a una reestructuración narrativa y generar un producto enmarcado por las tecnologías en tiempos de comunicación remota, el guionista siguió las órdenes de los ejecutivos de HBO y decidió esperar. Luego de que las logísticas para filmar una producción bajo un protocolo de seguridad sanitaria fueron sorteadas, la serie comenzó su filmación en Nueva York en noviembre de 2020.
Los vínculos estrechos entre la realidad y la ficción han estado presentes, pero nunca han sido los condimentos más apetitosos. Desde una inspiración en la familia Murdoch hasta la incorporación de personajes análogos y controversiales como Donald Trump, Elon Musk y Jordan Peterson, las referencias sobre lo que sucede del otro lado de la pantalla no distraen del verdadero espectáculo: la lucha de poder dentro de las crueles dinámicas familiares que Logan, el patriarca, ha construido a su alrededor.
La tercera temporada comenzó ubicando al fundador y líder de Waystar Royco en una posición debilitada por la inminente guerra contra su hijo. Ante la revelación de documentos incriminatorios en manos de Kendall, el más querido y maltratado de los hermanos en su camino a convertirse en el legítimo sucesor, una franja divide a los familiares y socios allegados en dos bandos enfrentados. Con el correr de los episodios, el enfrentamiento entre padre e hijo va cobrando víctimas en ambos lados gracias a las tendencias abusivas que se han instalado en la vida personal y profesional de los Roy.
Una vez más, la serie hizo énfasis en que Logan no piensa rendirse en su carrera contra el tiempo. Su mortalidad ha sido un tema cada vez más presente en los diálogos, al punto que fue en esta entrega que un millonario tecnológico rival de los Roy hace explícita la pregunta que permea a toda conversación: ¿cuándo morirá Logan? Lejos de otorgar una respuesta certera, Armstrong sí dedicó un episodio, en el que el viejo empresario es incapaz de asistir a una conferencia con sus accionistas debido a una infección urinaria que le provoca delirios, para explicar cómo el barco hace agua cuando el capitán no está al mando. Sin ser la temporada de mayor visibilidad para Brian Cox, exceptuando su descomunal entrega en el final, la figura de Logan comienza a cobrar una omnipresencia cada vez más inquietante.
Incluso en su ausencia, los abusos que el patriarca ha hecho parte de su identidad comienzan a repetirse hasta en las más mínimas interacciones dentro de su empresa. Son sus hijos quienes perpetúan el daño emocional que su padre ha infringido en ellos, solo que lo hacen dentro de cada uno de los círculos en donde pueden ejercer una muestra mínima de poder.
Son esas mismas conductas las que llevaron a que Kendall Roy, la figura trágica de la serie, no lograra el ascenso heroico que se esperaba del personaje. Su camino implicó una resurrección de su espíritu para vencer a su padre, pero para ello tuvo que sacrificar su ego y la culpa de los crímenes cometidos en el pasado. Kendall fue perdiendo su instinto asesino. Llevado al extremo de la depresión (hasta se sugirió un intento de suicido), demostró la falta de estrategia y tenacidad que tuvo al momento de intentar derribar a Logan.
El amor en Succession, principalmente el que los hijos buscan del padre, llega con un costo carísimo. A lo largo de las tres temporadas se ha visto cómo la aprobación de Logan para sus hijos llega cuando se encuentran destruidos o completamente bajo su yugo. El billonario es un crack a la hora de generar codependencia, infantilizar a sus hijos y, sobre todo, robar el tiempo que los tres buscan disponer al servicio del imperio que su padre construyó desde cero.
Es un mundo en donde las palabras nunca valen por sí solas, sino que lo hacen cuando forman parte de un trato. Los hermanos Roy son adultos incapaces de comunicarse entre sí y mucho menos de ser emocionalmente sinceros uno con el otro. Hasta el final, la tercera entrega de la serie no demostró lo contrario en ese aspecto. Los Roy se mantienen como niños compitiendo por la atención de su padre y un lugar en una mesa cuyo tamaño e importancia no entienden del todo. El miedo a que el suelo en el que han caminado durante varias décadas se derrumbe finalmente se vuelve realidad gracias al golpe final del padre en la Toscana. En cada temporada, Logan ha descartado a cada uno de ellos, Kendall, Shiv y Roman, como el próximo sucesor. Ahora, los tres hermanos deberán vérselas por sí solos, fuera de una compañía que ya no les pertenece.
Con maestría en el dominio del suspenso y uno de los mejores repartos de los últimos veinte años, Succession elaboró una de sus temporadas más astutas y devastadoras a la fecha. Su comienzo fue impulsado por conflictos binarios, como el del padre contra el hijo, el presente contra el pasado y la verdad contra la mentira, pero su resolución demostró ser un baño de sangre aún más complejo. No hay víctimas ni victimarios, solo una familia que pasará a la historia de la televisión por demostrar que no hay poder que no se mantenga sin dolor.