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    Un “exocet en la línea de flotación” y los riesgos de “alardear” frente a los argentinos

    —¿Cómo debería pararse el gobierno frente a las propuestas de cambios en la fiscalidad internacional que están impulsando los países desarrollados? ¿Es otro desafío en la agenda uruguaya del 2022?

    —Es el tema más desafiante en términos de largo plazo.

    Este período de gobierno es interesante desde el punto de vista histórico porque, en el fondo, acá convergieron dos cosas y no por casualidad.

    Por un lado, la impresión que todos teníamos en 2019 es que había una agenda de consenso en torno a la política económica uruguaya —un país abierto al mundo y fuerte captador de inversión externa iniciada con (Alejandro) Végh Villegas, que después continuó cada uno con su impronta en las décadas siguientes como bases del desarrollo del país— que había agotado su capacidad de derramar. Con ser predecible, más o menos ordenado macroeconómicamente, tener una fiscalidad atractiva para atraer inversiones ya no es suficiente, porque otros países en la región avanzaron mucho haciéndose competitivos, como Paraguay. Entonces, eso que nos trajo hasta acá, hasta el 2019, había que reinventarlo. Y no es casualidad que los herreristas hayan ganado elecciones: medio en serio y medio en broma he dicho que los herreristas vienen cuando en un período anterior, de mucho progreso social y mucha política en donde el Estado se volvió relevante, por alguna razón afectó la tasa de rentabilidad promedio, bajó la inversión y el país dejó de crecer, con lo que se volvieron incosteables esas instituciones cohesionadas. Eso pasó en los 50 y pasó ahora. El mandato que recibió este gobierno es, de algún modo, que hay que recomponer la tasa de rentabilidad del sector privado y aumentar la eficiencia del Estado. Una de las razones por las que gana la coalición es porque el votante mediano, que es el que define la elección, en algún sentido —consciente o inconscientemente— lo comprendió. El problema es que la pandemia es como un exocet en la línea de flotación de muchas cosas, en primer lugar, porque devuelve al Estado a nivel global un protagonismo central. Eso supone que aquellas cosas que se empezaron a plantear en 2008 en materia tributaria a escala global, hoy cobran renovada velocidad: hay que recaudar más y hay que transmitir que todos van a pagar, sobre todo los más ricos. De ahí surge ese consenso para acelerar algunas reformas que venían en curso desde hace 20 o 30 años, en particular la idea del impuesto mínimo global.

    —¿Cómo pega ese cambio en la estrategia del gobierno de apuntalar al sector privado?

    —Con la Unión Europea presionando o con la OCDE acordando un esquema de renta global frente a los regímenes de promoción de inversiones, de zonas francas, de alocación de operaciones de actividades que no tienen contacto con el territorio uruguayo, pone una restricción a cualquier gobierno en Uruguay. Pero en particular para un gobierno convencido de atraer inversiones y atraer residencia fiscal constituye una amenaza. Alguien debería pensar fuera de la caja: ¿qué pasa si mañana no tengo más a disposición el régimen de zonas francas?, ¿qué pasa si vamos a un esquema de renta mínima global del 15%? Hay un grupo de trabajo en el gobierno que está pensando en estas cosas y sería importante que se verbalizaran algunos lineamientos, aunque sé que esto es delicado porque puede exponer la estrategia de negociación. Durante el 2022, en la discusión política vinculada a la captación de políticas de inversiones, este será el tema más importante.

    ¿Tiene Uruguay oportunidades para explotar su reputación de país serio y de seguir estirando algún beneficio? Sí. Ahora, ¿sobre esa base se puede construir una estrategia de crecimiento? No en el mundo que me imagino. Ese tipo de camino forma parte más del pasado que del futuro, aunque no niego que pueda aprovecharse a corto plazo, siempre y cuando no se le transmita al mundo que se quiere volver atrás y ser un paraíso fiscal regional.

    Tampoco hay que perder de vista que los argentinos juegan estos partidos. La agenda global la establecen la OCDE o la Unión Europea, pero los vecinos tienen cierta capacidad de interlocución en esos ámbitos. Y como nos pasó en 2009, en la medida que nos mostremos muy agresivos, probablemente terminemos siendo advertidos, incluidos en listas o sancionados por acción e instigación de ellos. Es decir, uno tiene que atraer capitales argentinos, pero no es necesario alardear; en mi opinión eso se hace sin irritar al jugador contrario. A veces tengo más diferencias con lo táctico de cómo se maneja el gobierno que con algunos contenidos de su agenda de crecimiento, más allá de mis reparos en términos de cómo concibe la protección social.