Un pintor rojo

Dirigida por Daniel Barone, y coprotagonizada por Gerardo Otero, la pieza parte del encargo que recibe el artista —máximo referente del expresionismo abstracto junto a Jackson Pollock— de pintar una serie de murales para un famoso restaurante de Nueva York. La tarea, ilustrar el epicentro del sistema capitalista, lo confronta con sus convicciones artísticas e ideológicas, marcadas por un profundo sentimiento libertario que lo llevó a abandonar el arte figurativo por el surrealismo y posteriormente por el estilo color field, y a defender posturas anarquistas frente los nacionalismos artísticos, que lo enfrentaron con los dos bloques imperantes en la guerra fría. 

La anécdota va más allá de la búsqueda de un lenguaje propio que defina su arte y apunta a la obsesión por conseguir y mantener el impulso vital, ese que el pintor terminó perdiendo en su propio taller, donde se suicidó como consecuencia de una depresión.