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A sus 67 años, Catherine Millet es una señora distinguida y seria que se comunica con la prensa con una distante cortesía y con respuestas breves y precisas. Así recibió a Búsqueda el viernes 25 en el Centro Cultural de España, antes de su charla en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba). Se la veía muy cansada porque recién llegaba de Argentina del mismo festival y aún le faltaba su intervención en Montevideo y Santiago de Chile. Tal vez por eso su parquedad estaba acentuada.
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Investigadora en arte contemporáneo, curadora y crítica, Millet es experta en la obra de Salvador Dalí, dirigió la revista francesa Art Press, una de las más prestigiosas en la materia, fue comisaria en la sección francesa de las bienales de San Pablo (1989) y Venecia (1995). “Arte es lo que la sociedad reconoce como arte”, explica citando al crítico e investigador británico Ernst Gombrich, y así contesta una pregunta sobre las obras polémicas del arte contemporáneo.
Esta es una faceta de la vida de Millet. La otra se conoció en 2001 cuando a los 53 años publicó La vida sexual de Catherine M. (Anagrama, 2001), un libro autobiográfico en el que cuenta las múltiples aventuras eróticas que vivió en “partouzes”, fiestas orgiásticas en las que tuvo sexo con innumerables hombres y con algunas mujeres.
En ese libro, Millet no escatima en detalles y describe felaciones, fluidos, orines y materias fecales con sus respectivos olores, además de los genitales de sus acompañantes. “Si bien distinguía los cuerpos, o más bien sus atributos, no siempre distinguía a las personas”, cuenta en esta historia en la que se declara incapaz de saber cuántos fueron esos cuerpos.
Este libro de memorias tuvo un éxito inmediato y fue traducido a 40 idiomas. “Yo era una burguesa común y corriente con una actividad profesional reconocida. Sorprendió que una persona como yo haya tenido ese tipo de vida sexual. Ese contraste fue lo que sedujo”, dice Millet para explicar la explosión editorial de La vida sexual…
Para escribirlo, recibió la ayuda de amigos que habían estado en aquellas partouzes y recordaron junto con ella algunos momentos: “Trabajé como una periodista sobre mi propia vida. Les preguntaba a mis amigos: ‘¿Qué fue lo que hice?’”. El resultado es un libro prolífico en descripciones y movimientos, pero distante, como la propia Millet, sin ninguna emoción, como si fuera un informe científico sobre sexo. “Cuanto más detallo mi cuerpo y sus actos, tanto más me distancio de mí misma”, dice en un pasaje.
Con respecto a la frialdad de su estilo, la escritora explica: “Solo quería describir actos y sensaciones, mis sentimientos están en otro libro, Celos. Tuve que tomar distancia al escribir porque era muy difícil ser observadora y al mismo tiempo protagonista”. Y sobre la “contagiosa repugnancia” que le provocaban algunas personas con las que tenía sexo, agrega: “Puede haber un placer perverso en la suciedad, por eso quería que estuviera también lo desagradable, porque formaba parte de esa realidad”.
Millet vivió su juventud en pleno Mayo francés, una época de liberación sexual y luchas “antisistema”. Pero no militó nunca en política ni tampoco formó parte de corrientes feministas. “Milité por el arte contemporáneo. Claro que como muchas personas de mi generación creí en las utopías y fui muy naif al pensar que la sociedad iba hacia una liberación sexual”.
Mucho antes de ingresar al mundo del arte y a la maquinaria sexual, la escritora fue una adolescente que había recibido años de catecismo, iba a una parroquia en las afueras de París, en Bois-Colombes, donde Uruguay salió campeón olímpico en fútbol, y se sentía atraída por la religión, aunque sus padres no eran practicantes. Curiosamente, en muchas fotos de prensa luce una gran cruz en su cuello, pero ella no ve nada contradictorio entre sus creencias religiosas y la vida sexual que ha llevado.
“Cuando me fui de mi casa mis padres discutían mucho, tuve una niñez difícil”, comenta sobre sus recuerdos más lejanos. Esas historias las publicó en otro libro sobre su infancia que finaliza con el suicidio de su madre.
Otra etapa de su vida la cuenta en Celos (Anagrama, 2015), un libro que escribió en 2010 cuando superó el sufrimiento que le provocaron las infidelidades de su marido Jacques Henric con mujeres más jóvenes. A partir de fotos y cartas fue descubriendo las aventuras sexuales de Jacques, quien aparece nombrado en La vida sexual… como participante de las partouzes.
En francés, Celos lleva el título de Jour de souffrance (Día de sufrimiento), un juego de palabras que alude al sentimiento, pero también a una expresión que en francés significa “pequeña ventana para espiar”. “A nivel general la gente celosa se transforma en un espía”, dice.
Sobre cómo ve la sexualidad hoy entre los jóvenes, Millet cree que las preguntas sobre qué es el placer se mantienen, pero la sobreexposición puede tener sus consecuencias negativas. “Es difícil hoy porque todo se discute en la prensa, en Internet, en el cine y eso puede ser un factor de inhibición. Se habla de manera más libre, pero no estoy segura de que eso signifique que hay más prácticas libres en cada uno de nosotros”.
Millet se pone en guardia cuando se le pregunta si La vida sexual… es literatura erótica o si roza lo pornográfico, y dice que ella no es quién para definirlo. “Solo quise contar la vida sexual de una mujer”, aclara. La escritora continúa hoy casada con Jacques y se pone seria cuando se quiere saber si tuvo hijos. Como respuesta solo niega con su cabeza.
En su charla del Filba, cuando contestó preguntas de Ercole Lissardi, escritor uruguayo de literatura erótica, dijo que muchas mujeres se acercaron a La vida sexual… porque “iban a buscar las ilustraciones de sus fantasías”, y que algunos hombres se sintieron atraídos por una mujer libertina.
También se explayó un poco más sobre su libro Celos y lo relacionó con Salvador Dalí. Nombró uno de sus cuadros, El gran masturbador, y no tuvo reparos en definirse ella misma como una masturbadora: “Toda mi vida alimenté mi onanismo con mi fantasía”, dijo. Aunque Millet aclaró varias veces no ser psicoanalista, nombró a Lacan y la “pulsión escópica” (deseo de mirar y de ser mirado) de Dalí: “Mantenía reuniones eróticas, los otros hacían el amor y él miraba”. Para la escritora esto es justamente lo que sucede en la etapa de celos, porque el celoso “es quien está detrás de una cortina”.
Aunque parezca raro, Millet no es lectora de literatura erótica, y considera que la obra de Anaïs Nin, la del Marqués de Sade o de Casanova son libros filosóficos, que contienen mucho más que erotismo.
Su editora le dice que ella trabaja como un jardinero, revolviendo la tierra de a poco hasta llegar a lo más profundo, y la alienta a seguir escribiendo sobre su vida. “Cuanto más honestamente indago sobre mí misma, más me reencuentro”, dijo a Búsqueda antes de despedirse.